Hacemos de todo- comienza Patxi Martínez, uno de los tres educadores de calle del Programa de Atención en Calle de la Fundación Xilema - acompañamos, asesoramos, apoyamos y escuchamos. Estamos en la calle codo con codo con las personas sin hogar. Vamos con ellos al médico, a las Unidades de Barrio, al Juzgado, a la Policía, a sacar papeles o a alquilar una habitación”. También, a veces, únicamente, añade su compañero Arkaitz Ulayar, “estamos presentes para que, en el momento que quieran ir dando pasos para salir adelante, les podamos acompañar en el proceso”.

Atienden todos los niveles de sinhogarismo en coordinación con los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Pamplona: desde quienes están directamente en calle, durmiendo en naves, bajo puentes, cajeros o soportales, hasta quienes viven en las denominadas viviendas insalubres, temporales o precarias, como lugares abandonados, pensiones, habitaciones compartidas o hacinados. En 2020 atendieron a 145 personas diferentes, el año anterior, a 200.

La casuística de los atendidos es muy distinta, igual que los perfiles. “Hay mucho movimiento, la gente viene y va. Unos días duermen en un cajero, luego encuentran una habitación, vuelven a la calle. Es un poco cíclico, porque es muy difícil salir de la exclusión”, explica Martínez, quien compara que hace años trabajaban mayoritariamente con hombres solos, de 40-50 años, y ahora encuentran gente mucho más joven, parejas, cada vez más mujeres y los ya mencionados jóvenes extranjeros no acompañados.

“Cada historia y momento vital de las personas con las que trabajamos es un mundo”, apostilla Ulayar, pero “si estás en la calle es porque todo ha fallado: las redes familiares y de amigos, más todo el aparato de protección social. Eso acarrea traumas y mucho dolor. Trae también problemas de consumos de alcohol y drogas, de salud mental. Y hay casos clásicos de pobreza heredada, es decir, que igual es ya la quinta generación que se encuentra en la calle”.

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Igual que el resto de entidades entrevistadas, los educadores citan la vivienda como uno de los principales obstáculos para mejorar o, por lo menos, estabilizar, su situación. “Hace unos años, si conseguía ingresos, solucionabas el tema de la vivienda y de ahí ibas avanzando. Ahora, ni tener prestaciones lo garantiza”, compara Ulayar.

Con las rentas que suelen cobrar las personas en situación de calle, como una Renta Garantizada (unos 600€) el pago de la habitación normalmente les copa gran parte de la cuantía. Sin contar con las ocasiones en las que “llegas con el usuario a la vivienda, le miran y te cierran la puerta en las narices”, recuerda Martínez.

Para Ulayar, la falta de vivienda pública hace que “se traslade a la sociedad civil la responsabilidad de alojar a personas con problemas”.

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