Los primeros compases de pandemia, con la población confinada en sus casas de un día para otro y sin saber muy bien de qué iba el asunto -ni siquiera los profesionales sabían a qué se estaban enfrentando en esos primeros meses-, fueron terreno abonado para los bulos y la desinformación.

El proyecto de investigación RRSSalud de la Universidad de Navarra, desarrollado durante los dos últimos años, aborda este tema. De hecho, uno de los estudios que abarca se centra en analizar y clasificar los bulos en el ámbito de la ciencia y la salud tomando como referencia 533 bulos difundidos durante los tres primeros meses de la pandemia de covid-19 (del 11 de marzo al 10 de junio de 2020) y recogidos por los tres principales agentes de verificación (Newtral, Maldita y Efe Verifica).

El estudio, desarrollado por los investigadores Bienvenido León, María Pilar Martínez-Costa, Ramón Salaverría, María Carmen Erviti e Ignacio López-Goñi, concluye que los bulos relacionados con ciencia y salud trataron con mayor frecuencia sobre resultados de investigación o sobre gestión sanitaria y adoptaron la forma de texto. Además, la mayoría utilizó fuentes reales y fue de ámbito internacional. Por último, se difundieron mayoritariamente a través de las redes sociales y aplicaciones de mensajería como Whatsapp.

A partir de este análisis, los autores del estudio, cuyos resultados se han publicado esta tarde en la revista científica norteamericana Plos One con el título Desinformación de ciencia y salud sobre la covid-19, identifican cuatro tipos de bulos en función de su conexión con el conocimiento científico.

En primer lugar, están los bulos clasificados como “ciencia apresurada”, que provienen de una fuente científica, normalmente de resultados provisionales de un estudio todavía no revisado cuyas conclusiones se descontextualizan o exageran. Bienvenido León puso como ejemplo de esta tipología el bulo que circuló durante las primeras semanas de pandemia que decía que fumar reducía la probabilidad de contagio, que salió de dos estudios preliminares -uno francés y otro chino- que apuntaban en ese sentido. El estudio francés se llegó a publicar sin haber pasado el proceso de revisión por pares -herramienta de verificación de la calidad, factibilidad y rigurosidad científica de una investigación llevada a cabo por colegas que no participan en dicha investigación- y finalmente acabó retirado por importantes carencias metodológicas, pero el daño ya estaba hecho.

Tomar El sol, mano de santo

En segundo lugar están los clasificados como “ciencia descontextualizada”, que también provienen de una fuente científica, que puede ser nuevamente un estudio preliminar, o incluso uno definitivo, cuyos resultados se descontextualizan y tergiversan. Por ejemplo, un estudio de la Universidad de Turín apuntaba que tomar el sol durante media hora al día podía ser conveniente para una mejor condición de los pacientes de covid-19 y se acabó transformando en que tomar el sol prevenía el contagio o incluso servía para luchar contra la enfermedad.

En tercer lugar está la “ciencia mal interpretada”, que también proviene de fuentes científicas, aunque puede partir de una premisa falsa. León puso como ejemplo un estudio que decía que se debía tratar la covid como una trombosis y no como una neumonía, ya que las primeras autopsias practicadas en Italia se detectó que existía coagulación intravascular en varios de los fallecidos por covid. “Hay quien interpretó esto como la causa de la enfermedad, cuando realmente era una consecuencia”, explicó León.

Por último, está la “falsedad sin base científica”, que proviene de una fuente falsa o anónima y que, a diferencia de los tipos anteriores, que consisten en exagerar o descontextualizar una realidad, pretende simplemente engañar. Por ejemplo, el bulo que decía que el café ayudaba a prevenir y podía curar el coronavirus. León explicó que esta afirmación “se atribuyó a un presunto oftalmólogo chino que supuestamente había muerto por coronavirus”. Absolutamente todo era falso.