La Behobia tiene tantos momentos como corredores y espectadores. Se calcula que cerca de 60.000 personas ven el paso de los miles de participantes (hay 30.000 inscritos, aunque el día de la carrera, por diversas circunstancias, causan baja unos pocos miles), así que tenemos miles de momentos, miles de detalles que hacen que esta prueba sea, además de un reto deportivo, un acontecimiento social. Hay momentos para disfrutar y otros momentos para sufrir. Aquí va una selección de cinco.

1. La salida (para disfrutar)

La salida de la Behobia es un espectáculo en sí mismo. Pantallas gigantes con imágenes en directo, música con los clásicos hits de la carrera que pinchan Joseina Etxeberria y Mikel Apaolaza, y miles de corredores que van de aquí para allá forman un paisaje que se extiende por todo el barrio de Behobia, y que tiene su máxima expresión en la larga recta de salida.

Durante hora y media se van sucediendo las salidas por grupos, 19 en total. De hecho, la Behobia es una de esas pocas carreras en las que el corredor es a la vez espectador. Si, pongamos, tu hora de salida es a las 10.50, puedes presenciar desde las 9.30, cuando salen los corredores con discapacidad, cómo va arrancado la carrera poco a poco y se va estirando el enorme pelotón.

Por ese motivo, conviene ir con tiempo y, por su puesto, calentar un ratito. En los últimos años se ha puesto de moda sacarse fotos junto a la señal indicativa de Behobia, frente a la isla de los Faisanes. 

2. El paso por Errenteria (para disfrutar)

En 2014 el Fortuna decidió cambiar el recorrido de la Behobia. Desde entonces, la carrera ya no transcurre por los toboganes de Lezo y el puerto de Pasaia, sino que, una vez alcanzado el alto de Gaintxurizketa (km 7), se sigue por la N-I para atravesar Oiartzun, Errenteria y Pasai Antxo.

Desde que se estrenó este trazado, impresiona correr en el tramo que va desde el polígono oiartzuarra de Lintzirin hasta la subida de Capuchinos. Impresiona por la tantísima gente que hay en las aceras, sobre todo cuando se pasa a la altura de la Alameda de Errenteria.

Una avalancha de público que no para de animar, algo que es una constante a lo largo de los 20 kilómetros. Se viene uno arriba entre tantos gritos de ánimo, un chute de energía extra para subir Capuchinos, uno de tantos repechos que hay entre Behobia y el Boulevard.

Por cierto, justo antes de entrar en el caso urbano de Errenteria, frente a la antigua gasolinera de Gabierrota, Salvamento Marítimo Humanitario coloca una lona azul que simboliza el mar para recaudar dinero, así que conviene llevar unos euros en el bolsillo para lanzarlos al pasar. 

3. La subida a Miracruz (para sufrir)

A la altura de la estación del Topo de Herrera, con 15 kilómetros ya a la espalda, comienza la parte más dura de la carrera, más incluso que la subida a Gaintxurizketa. Arranca el ascenso al alto de Miracruz, una cuesta de un kilómetro que se hace eterno y que acaba al llegar al restaurante Arzak.

Es el Tourmalet de la carrera, aunque, todo sea dicho, la Behobia no tiene un acusado desnivel positivo. Son apenas 192 metros (frente a los 164 metros del recorrido que se hacía hasta 2013), pero se suben y bajan tantas tachuelas que da la sensación de ir montado en una montaña rusa.

Así que hay un truco mental que no falla y que consiste en marcarse una sucesión de pequeñas metas a lo largo del recorrido.

Primero llego a Bentas de Irun, luego a Gaintxurizketa, sigo hasta Rente, Capuchinos, la cuestita de Buenavista (otra más), y así hasta Arzak, la última cuesta si descartamos la avenida de Navarra (entre los kilómetros 18 y 19), que al principio pica hacia arriba, y a esas alturas todo cuenta y todo se nota.

Como sucede en otros tantos tramos, la subida a Miracruz es menos subida por el gentío que suele haber en las aceras.

4. Las tres últimas rectas (para sufrir y disfrutar)

Los tres últimos kilómetros de la Behobia son prácticamente tres rectas. La primera, la bajada de Miracruz por la avenida José Elosegi, un tramo que agradece el cuerpo, ya cansado, y que acaba casi al llegar al último de los siete avituallamientos, el siempre animado puesto junto a la rotonda del reloj de Ategorrieta.

La segunda recta, la avenida de Navarra, se recorre con el depósito ya al límite, antes de tomar la curva que conduce al paseo de la Zurriola y el larguísimo final (parece que no llega nunca) en el Boulevard.

La carrera ya es entonces un pasillo humano, un griterío en el que se mezclan los constantes ánimos de los espectadores (un mundo de gente) con la emoción por atravesar la línea de meta en el Boulevard.

Es precisamente en estos tres últimos kilómetros donde más conviene hacer caso al cuerpo y no a la cabeza, donde conviene tirar de sensatez y no forzar la máquina si se siente que el físico no responde como debiera. Es, de hecho, la zona donde se producen más desfallecimientos. Una bajada de ritmo a tiempo es una victoria.

5. El tercer tiempo (para disfrutar)

Rebasada la meta, toca desperdigarse por un par de calles que, paradójicamente, están vacías de público. Se reservan para los corredores, que van recogiendo sus recompensas.

Primero, la medalla, que se recibe de manos de voluntarios de Atzegi y que desde hace ya unos años está elaborada en madera por aquello de preservar el medioambiente. Luego, una bolsa con unos refrigerios, algo de comer y un poncho impermeable que acabas usando cuando llueve en alguna excursión traicionera de verano.

Atravesada la Plaza de Gipuzkoa, se puede hacer cola para recibir un masaje o pasar por una carpa grande en la que, entre otras viandas, se ofrecen bocadillos de atún (después de 20 kilómetros comes lo que sea).

Como colofón, sobre todo quienes pasan el fin de semana en Gipuzkoa, toca disfrutar del tercer tiempo behobierouna comida normalmente copiosa, a veces rematada con algún pelotazo.