Pamplona - Ayer se cumplieron 15 años de una de las noches más importantes para el deporte navarro. El guión no podía tener un final mejor para el Portland San Antonio, para la ciudad y para los aficionados al balonmano. Tras meses de trabajo, incluso años, el proyecto terminó con una explosión de júbilo incontrolada, con un chupinazo tintado de azul y blanco. Con la Copa de Europa viniendo a Navarra.

15 años desde aquella final (28 de abril de 2001) que jugaron ante el rey de la competición continental, el Barcelona de Valero Rivera. El San Antonio se convirtió en campeón de Europa a pesar de perder en el Palau por 25-22. Los seis goles de renta que los navarros consiguieron en Pamplona (30-24) le bastaron para tocar el cielo con las manos y alzarse con su primera y única Copa de Europa.

El partido comenzó con tensiones. Por un lado, el Portland respondía a su esquema clásico y, por otro lado, estaba un Barcelona hipertenso y necesitado.

El equipo comandado por Francisco Javier Zupo Equísoain se dedicó a aguantar los ataques de los azulgranas con un Hombrados -pletórico en portería- que fue un calvario para los lanzadores locales, y con un Iakimovic enchufadísimo que salió desde el banquillo y acabó siendo el máximo anotador -ocho goles, cuatro de penalti-.

El Portland llevó el partido por donde quiso durante la primera parte y solo en superioridad numérica era capaz el Barcelona de frenar a los navarros. Con tres goles de desventaja llegaron al descanso (15-12).

Tras el paso por vestuarios el comienzo era letal y fueron los albiazules quienes frenaron la euforia barcelonista. El choque con semejantes estrellas sobre la pista estaba destinado a la taquicardia. Corría el minuto 35 cuando el luminoso marcaba 18-14. Era el momento de apelar a la épica y fue entonces cuando aparecieron Hombrados para sacar balones y Iakimovic para pasear el brazo y mantener la constante de los tres goles de desventaja.

El Barça tuvo momentos en los que se vino arriba y volvió a sentir el aroma de la Copa de Europa (24-20, min.55), sin embargo esta vez el trofeo tenía nuevo dueño. En los últimos segundos parecía sonar la banda sonora de Carros de Fuego. Todo sucedió lentamente. Penalti que anotó Iakimovic. Le tocaba al Barça, sin embargo Óscar Mainer cortó el ataque. El extremo cedió el balón a Iosu Olalla, Svensson le acompañaba, mientras Olalla armaba el brazo... momentos de suspense hasta que el balón tocó las redes. Fue ese el instante en el que los antonianos presentes en el Palau se levantaron de sus asientos y estallaron de alegría. El equipo blaugrana murió matando, sudando y haciendo sudar a los antonianos.

El entonces capitán del Portland San Antonio, Álvaro Jáuregui, que actualmente se dedica a la abogacía, no jugó en aquella final en Barcelona porque estaba lesionado. Sin embargo, tras levantar la Copa, apuntó que desde el banquillo había sufrido mucho más.

15 años después el recuerdo sigue siendo el mismo. “Fue un momento de mucha ilusión y mucha tensión por lo que suponía conseguir el título más importante a nivel de clubes y contra el que estaba considerado como el mejor equipo de la historia”, rememora Jáuregui.

Una final que “para alguien de la casa que había vivido las épocas más duras y complicadas del club suponía la culminación de un gran proyecto. Al final, conseguirlo era lo máximo a lo que puede aspirar un club y, sobre todo, un jugador”, expresa el entonces capitán.

Respecto a la afición, el jugador es consciente de que “eran unos años en los cuales se empezaron a ganar cosas y fue el espaldarazo definitivo para que se llenara el pabellón. Fue algo muy importante en el sentido de que, salvo cuando Induráin ganaba los Tours, no sé si a nivel deportivo se había alcanzado una gesta tan grande. Pasamos de ser un deporte minoritario a tener mucha más repercusión en los medios”.

Las cosas no fueron como esperaba el capitán ya que no pudo jugar, pero tal y como lo cuenta Jáuregui, desde el banquillo todo se vive más intensamente. “Estaba en el banquillo con Alberto Martín. De la tensión que teníamos y del sufrimiento fue un partido que se me pasó volando y al terminar estábamos todos extenuados. La vuelta en el autobús fue muy silenciosa porque estábamos agotados”.

Cuando vas a levantar la Copa “estás tan feliz que vives el momento sin pensar en nada más. Simplemente disfrutas”, finaliza.

Su compañero Alberto Martín compartió sentimientos, emociones, sufrimiento y tensiones en el banquillo. “No pude jugar porque se me salió el codo en la semifinal, pero fue algo muy emocionante que vivimos con muchos nervios porque desde el banquillo se sufre mucho más. Me agarraba a Álvaro y no podía ni mirar el marcador. Era la época en la que el Barcelona dominaba en todas las competiciones y no perder allí de más de lo que necesitábamos, en un Palau que estaba a reventar, fue algo tremendo. El haber jugado allí y en Zagreb la semifinal fueron los dos partidos en los que más presión sentí por parte de la grada”, recuerda el lateral zurdo.

La victoria fue la guinda a unos cuantos años de trabajo y entrenamiento. “Después de tanto tiempo conseguir el máximo título es algo espectacular y la recompensa al trabajo de muchos años. Es pensar que todo el sacrificio y el esfuerzo ha dado sus frutos. Fue algo indescriptible”.

Unos 3.000 aficionados recibieron al equipo en la plaza del Ayuntamiento. “Es bonito porque hicimos feliz a mucha gente que, incluso, hoy en día te lo sigue recordando”. Al jugador, que sigue vinculado con el balonmano ayudando en los cursos de formación de entrenadores en la Federación Navarra, le da “pena” despegarse de este mundo, pero reconoce que “son etapas que van pasando”.La plantilla que reinó en Europa estaba al mando de Zupo Equísoain. El entrenador consiguió terminar a una de las mejores temporadas que cuajó el San Antonio por todo lo alto. “Recuerdo la final con muchos nervios porque sabíamos que el Barcelona en el Palau hacía grandes gestas y era capaz de levantar seis o siete goles. Aunque teníamos seis de diferencia, la Copa no estaba segura y había que pelear ese partido”, apunta.

Desde el banquillo y siendo uno de los responsables de la victoria, el técnico reconoce que la clave estuvo en “ser constantes y no dejar que el Barcelona pasara de 3 o 4 goles. Entramos en los últimos dos minutos perdiendo de cuatro, pero teníamos el balón en la mano. Hicimos un penalti que metió Iakimovic. Cortamos el balón y Olalla metió el gol definitivo. Ya no hubo tiempo para más”, explica emocionado Zupo, quien añade que “fue una alegría inmensa porque era una gesta importantísima tanto para nosotros como equipo, como para Navarra”.

“Fue el año de las copas. Además el año siguiente ganamos la Liga. El equipo fue creciendo hasta ser el mejor de Europa y uno de los mejores equipos del mundo”, finaliza.