El vídeo de @farmaceuticofernandez ha tocado hueso porque describe, con humor y bastante verdad, ese umbral invisible entre los 30 y los 40. “Este vídeo va dirigido a la gente que tiene más de 30 años pero menos de 40”, arranca, y a partir de ahí hace inventario de pequeñas señales que muchos reconocerán. Lo interesante es el porqué: hay fisiología detrás de cada queja.
Lo peor de envejecer
Primero, la resaca de dos días. “Si salís un día, tiene que ser el viernes porque la resaca te dura dos días y el lunes hay que trabajar”. No es sugestión: a partir de los 30 bajan la tolerancia y la velocidad de metabolizar el alcohol. Hay menos agua corporal (el alcohol se diluye peor), el hígado procesa más lento y el sueño se fragmenta; si dormimos peor, el cerebro “limpia” peor. Resultado: más inflamación, más cansancio y un domingo que ya no recupera lo del sábado.
Segundo, la acidez al despertarse. “Tenéis que cenar ligerito porque si no luego te levantas con una acidez…”. Aquí manda el reflujo: cenas copiosas, grasas, picantes, alcohol o cenar tarde relajan el esfínter esofágico y favorecen que el ácido suba cuando nos tumbamos. Con la edad también se enlentece el vaciado gástrico y acumulamos cenas tardías por horarios largos. Antídoto básico: cenar antes, raciones pequeñas, evitar disparadores y elevar un poco la cabecera si hace falta.
Tercero, el dolor tras hacer deporte. “Haces deporte y después te duelen cosas”. Se llaman agujetas y se nota más porque disminuye la capacidad de recuperación: baja la síntesis de colágeno, los tendones están más rígidos y los picos de hormonas anabólicas ya no son los de los 20. La solución no es parar, sino progresar: calentar, fuerza dos o tres días por semana, cargas sensatas y descanso real. El dolor baja cuando el cuerpo se adapta.
Todo el día cansado
Cuarto, el cansancio que no se va. “Hay días que me acuesto temprano porque estoy cansado… pero cuando me levanto estoy todavía más cansado. ¿A los demás también os pasa?”. Aquí chocan la vida y el reloj biológico: estrés, pantallas por la noche (luz azul que frena la melatonina), cenas tardías y café a deshora. Dormimos más horas pero peor sueño profundo; también aparece la inercia del sueño (te levantas “espeso”) y el llamado jet lag social: un horario de fin de semana y otro de diario. Ajustar rutinas (móvil fuera del dormitorio, horarios regulares, luz natural por la mañana) suele ayudar más que sumar minutos a ciegas.
La dirección es clara si no cuidamos hábitos, pero no es una condena: moverse a diario, fuerza para proteger articulaciones, hidratación si se sale, y cenas amables con margen antes de dormir cambian mucho el panorama.
En resumen, el vídeo se ríe de lo obvio para recordarnos lo importante. “A vosotros también os pasa…”, repite. La buena noticia es que tiene explicación y tiene remedio. Pequeños ajustes valen más que grandes promesas: menos épica y más rutina. Porque, a esta edad, lo que de verdad funciona no es milagroso sino sostenible.