En la plaza Unzaga, el sol magnífico, descarado, un lienzo azul el cielo, de vacaciones las nubes, olía a pólvora al mediodía. Un campo de minas perfilaba el último baile de la Itzulia. El ocaso a los seis días de la carrera vasca eran un fogonazo. Ciclismo a ráfagas. En Eibar no solo habló el pasado de la villa armera, el de la fábrica de armas, convertidos después los cañones de las escopetas en tubos para construir bicicletas. Vehículos para la paz. Silbaba la metralla, el discurso de los ciclistas frasea como un disparo. Todos los que desean derrocar el rey danés piensan en una hoguera. A todos los quemó Jonas Vingegaard, estrategia de tierra quemada la suya en su Itzulia.

Imperial en Izua, el danés, un gigante, empequeñeció a Mikel Landa, engullido por el líder, que no hizo prisioneros. Dejó pálidos a Gaudu, Izagirre y Mas, impotentes frente al campeón del Tour y nuevo regente de la Itzulia. Vingegaard remató su dominio con una victoria extraordinaria. Si en los días precedentes se destacó a través de las bonificaciones, en Eibar se subrayó a lo grande. Amarillo fosforito. Su ataque evidenció su superioridad.

Vingegaard, en modo Tour. El danés conquistó el Tour vasco, la Itzulia, después de coser tres victorias. Villabona, Santutzi y Eibar condecoran el cuadro de honor del danés, que gestionó el final de la carrera con enorme eficacia e inteligencia.

Tras de sí, dejó la lucha por el podio, al que accedieron, Landa, a 1:12, segundo tras una estupenda Itzulia, e Izagirre, que tercero en meta, adelantó a Gaudu por la bonificación. El de Ormaiztegi se quedó a 1:29. Todos ellos posaron en la orla de cierra de Eibar, con el ayuntamiento enmarcando la postal de recuerdo.

Táctica perfecta del Jumbo

Los balazos de la Guerra Civil dejaron huella en la fachada del ayuntamiento de Eibar, la primera ciudad de la República, para nunca olvidar el asedio. Agujeros que la memoria rellena. Antes de la salida, en el consistorio se cobijó Vingegaard, que pasó por el baño antes de enfrentarse al reto de sostenerse de amarillo.

Al campeón del Tour le inquietaba la rebelión, ese todos contra él. Tal vez para reconfortarse, el danés, traslúcido, ojos cristalinos, se puso al sol para cargarse de energía. No podía quedarse sin batería.

Attila Valter, el campeón húngaro, acompañó cada paso de su líder. En otro escena, próxima, como la cercanía en la clasificación, Landa, con ese aire tan suyo de despreocupado, de genio distraído, se fotografiaba con los aficionados, que le aclamaban. Las voces del deseo. El anhelo del escalador de Murgia era apartar a Vingegaard del trono. De Landa salieron palabras fogosas, aires de revolución. Ion Izagirre, que en 2019 dinamitó la Itzulia para agarrar su sueño, también lanzaba llamas. Vingegaard les apagó.

Defensa desde la ofensiva

No quiso atrincherarse el líder y esperar el todos contra uno. La mejor defensa es un buen ataque. Se anticipó Vingegaard, el campeón que vino del frío. Rebajó la temperatura de la ardiente jornada. Extintores. Lanzó a dos de sus mejores alfiles a la escapada, de doce dorsales que cruzaron Azurki. Valter y Kruijswijk se enrolaron por delante. Buchmann, el hombre que derribó Izagirre cuatro años atrás, y Daniel Martínez, vencedor de la pasada Itzulia, también compartieron escapada.

En Gorla, una cima que posee un palmarés con purpurina, Landa instigó a los suyos. Más decibelios. Tácticamente, Vingegaard llevaba ventaja. Le estaban haciendo la carrera. El líder contaba con dos de sus costaleros por delante. Los podría emplear de cabestrante. El de Murgia quería invertir esa inercia. 

Aceleración en Krabelin

Los focos apuntaron a Krabelin, la zona cero de la Itzulia. En la espalda de Arrate, el lugar para la gran detonación. Cinco kilómetros al 10% de desnivel y una rampa al 17%. No servían los faroles en una subida con penachos de cemento y los cuellos almidonados, desafiantes.

Se estrechó el camino y se ensanchó la Itzulia. Landa mostró la cresta para la batalla. Vingegaard vigilaba. Izagirre ocupaba un flanco. Krabelin, nombre de flor, era una piedra dura. Un frontón. Un puerto con colmillo retorcido que se hincaba en las piernas de los ciclistas.

El líder controlaba el grupo con su alargada sombra. Desabrochó la cremallera de los aficionados y domó a Landa cuando el de Murgia atizó las brasas. Por delante jadeaban Chaves, Kruijswijk y Guerreiro. Regresó Valter. El Santuario de Arrate bendijo al danés. Agua para el gaznate. Los nobles se refrescaron.

Aún quedaba por qué acalorarse. El Bahrain cayó en cascada para inqueitar al líder. Vingegaard, intocable hacia arriba, no pestañeó. Chaves, Kruijswijk y Valter desactivaron las bonificaciones de Markina. Otra preocupación menos para el líder, que descontó el alto del Trabakua. 

Golpe de autoridad

Izua quiere decir pánico. Ese nombre, inquietante, bautizaba el último puerto de primera que le restaba a la Itzulia, el coto de Vingegaard. Gaudu, que había estado en un segundo plano, decidió dar un paso al frente. El francés que derrotó a Vingegaard en la París-Niza quería laminar al líder. No era posible. Vingegaard, el más fuerte, aprovechó el impulso de Ion Izagirre para desvertebrar el grupo de favoritos. Solo Mas pudo soldarse al danés en el primer embate.

El danés, una apisonadora, no se apiadó de nadie. Limpió el paisaje. Devoró a Chaves y Guerreiro y dio un palmada a Kruijswijk, que le concedió una bocanada de oxígeno. Landa se quedó varado. Incapaz de sostenerle la mirada. Izagirre también tuvo que claudicar.

Vingegaard, orgulloso, quería vencer como lo hacen los campeones, en solitario. El danés voló en Izua y aterrizó victorioso en Eibar, el nido de la Itzulia. El resto peleaba por estar a su lado en el podio. Fue lo más cerca que estuvieron realmente del danés, que ganó cómo quiso. Vingegaard se regala lo mejor de la Itzulia: la txapela.