Como basta le ha dicho la sociedad a los diputados maleducados que ocupan su escaño como quien se sienta en las andanadas de una plaza de toros en día de fiesta. En realidad el Congreso es eso, una bancada ocupada por electos que no se diferencian en nada a los aficionados de cualquier campo de fútbol. Y las cadenas de radio televisión públicas de paso son apenas un mero pañuelo de usar y tirar. Hace poco desde Radio Nacional celebraban el 75º aniversario, como si el triste medio de difusión tuviera algo que celebrar, aunque solo sea por ser portavoz de aquel comunicado que decía: "en el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado". Esa es la impresión que tenía mi colega Ángel Martínez Salazar cuando escuchó el pasado miércoles el discurso de Mariano Rajoy aderezado con aplausos de sus hooligans del PP. Horas después vino el despido de Pepa Fernández, Toni Garrido o Juan Ramón Lucas, los tres profesionales de RNE. Estas cesantías obligatorias recuerdan aquel bipartidismo decimonónico en el que por los ministerios entraban y salían los funcionarios dependiendo de si ganaba Cánovas o Sagasta. Cada vez los ciudadanos lo repiten más alto y más claro: este es un país de titiriteros. La tele pública una flautilla al alcance de quien la sepa soplar. Ha llegado a tal nivel de desautorización de los medios públicos audiovisuales que da miedo pensar qué va a ser de ellos. Puede que ese "que se jodan" no de hoy el miedo de 1939, pero produce náuseas. Y sí, dan ganas de apagar la tele y emigrar lejos, lejos.