EL gran leviatán norteamericano pone en riesgo el campo de libertades individuales y ciudadanas con el desarrollo tecnológico aplicado al control ciudadano, aproximando la realidad de los actuales poderes públicos al paisaje orweliano del Gran Hermano vigilante y entrometido en la privacidad del personal. Se ha desatado en EEUU una tormenta política y mediática al filtrarse que agencias del Estado están desarrollando prácticas de control y seguimiento de registros telefónicos. Primero fueron seguimientos sobre teléfonos de periodistas que trabajaban historias próximas a la seguridad interior ligadas a la lucha antiterrorista y posteriormente a través de un programa informático denominado Prisma capaz de barrer miles de llamadas telefónicas se ha ampliado el campo de control. Y todo ello al amparo de los criterios gubernamentales, bordeando la ley y judicatura. En EEUU son extremadamente celosos de las actuaciones del Gobierno cuando pueden atentar contra derechos fundamentales y defensores de la segunda enmienda constitucional, que vela por la libertad de expresión. Tras los atentados del 11-S la nación americana, sacudida en sus cimientos, respondió con un estallido expansivo de seguridad que permitió actuaciones como de la Guantánamo y la respuesta a los ataques terroristas desencadenó la guerra de Afganistán y una persecución interna a todo lo que pudiera oler a talibán o yihad islámica. Obama se ha obsesionado con la seguridad a cualquier precio y la persecución a los generadores de filtraciones a los medios sobre procesos policiales internos o actividades de las agencias de seguridad, amenaza las libertades básicas. La caza de nuevos soldados Manning está en curso y, al calor de la seguridad ante todo, se cometerán tropelías en el ámbito privado. La seguridad del Gran Moloch así lo exige.
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