Hay una manera de ver la tele que tiene predicamento en los espectadores más jóvenes: ver durante varias horas diferentes capítulos de una serie de tal forma que uno consiga degustar una temporada en una noche o durante un fin de semana. Una manera como otra cualquiera de usar el tiempo libre. Hace cuatro décadas Francois Truffaut se jactaba de haber visto alrededor de 2.000 filmes. Todo un récord para aquel tiempo en el que los más cenéfilos podían ir tres o cuatro veces por semana al cine, a veces a sesiones continuas en las que veían dos películas varias veces. O sea que esto de empacharse a ver series no es nada nuevo aunque sí el término en inglés binge-watching, algo así como “pegarse un atracón”. Un espectador habitual de tele de hoy tendrá en su experiencia más horas de cine y series que el maestro francés -autor, por cierto, de filmes como Los 400 golpes o La noche americana-. Entre otras razones por las más de 4 horas de televisión que se consumen por persona y día por estos lares, de las que la mitad se dedican a ver cine y series, por lo que un chaval de 20 años probablemente ya haya superado la cifra alcanzada por Truffaut adulto. Pero hay una gran diferencia entre la elección que uno hace a la hora de elegir el filme que vemos en una sala de cine a la menos reflexiva de hacerlo viendo la televisión. La posibilidad que otorga al espectador el mando a distancia hace que seamos menos exigentes a la hora de decidirnos a ver una serie o un filme porque siempre podemos buscar otra alternativa de manera inmediata. Hay que resaltar el papel fundamental que la televisión ha ejercido en la formación de los ciudadanos. Para lo bueno o lo malo, esos más de 260 minutos diarios de exposición al medio televisivo también han servido para socializar las lenguas y la cultura que puedan tener los productos audiovisuales. Como espectadores podríamos presumir de ser tan cultos como Truffaut. Pero está claro que aquí hay algo que falla. ¿O no?