Era un día blanco y no dejaba de nevar. Los copos iban cayendo primero muy despacio y pequeños y poco a poco empezaron a caer con fuerza y tan grandes que parecían bolas de ping-pong.

Marcela tenía siete años y estaba en casa mirando el temporal asombrada, ya que ella nunca había visto nevar y para ella era algo nuevo. Miraba tras la ventana con aquellas vistas al San Cristóbal y todo estaba blanco, y le preguntó a su padre: "¿Qué es ese coche grande que pasa por la carretera y se lleva la nieve? ¿Para qué quiere tanta nieve?"

Entonces, su padre sonrió y le explicó a su niña (que provenía de un país indígena y la había adoptado hace ocho meses con su mujer ya que no podían tener hijos), que ese coche grande se llamaba quitanieves y servía para que los coches pudiesen circular sin peligro de quedar atrapados por la nieve.

La niña, atónita, no dejaba de mirar por la ventana con los ojos que parecía que se le iban a salir de las órbitas.

Jesús, su padre, que tantos trámites había hecho para conseguir traer a Marcela a Pamplona y le trataba y le quería como si fuese de su propia sangre, le propuso salir al parque a jugar con la nieve.

Marcela, entusiasmada, pero con miedo a la vez de saber que se sentía al tocar esa cosa blanca, se vistió con ayuda de su padre y al ponerse los guantes, los miraba como si fuesen algo raro. -¿Y esto que es? -preguntó. - Son guantes, para protegerte de la nieve y para que no te mojes, ya verás que bien lo vamos a pasar - Acto seguido su papá le colocó un gorro de lana y salieron juntos a jugar.

Jesús enseñó a Marcela a hacer un muñeco de nieve que les costó un buen rato y también hicieron una guerra de bolas de nieve.

Marcela ya exhausta y con los pómulos sonrosados había disfrutado como nunca con eso que le llamaban nieve.

Llegaron a casa y se encontraron a María, que era la madre de la niña y acababa de llegar de hacer la compra.

- Hola cariño, ¿qué tal con tu papá? Os he visto jugar por la ventana, voy a preparar una comida que te va a encantar.

Esa noche era Nochebuena y después de comer estuvieron preparándose para subir a lo Viejo de Pamplona para que la niña viese el ambiente. Cogieron el autobús urbano, que tras la gran nevada ya podía circular por toda la ciudad, y llegaron al Paseo de Sarasate.

Había mucha gente, y la niña agarrada de Jesús y María, iba caminando con todos los sentidos alerta por aquellas calles en las que pronto se encendieron un montón de luces de colores de las que Marcela miraba atónita. Campanas, Reyes Magos, Estrellas, etc.

Los padres de Marcela le dijeron que al día siguiente era Navidad, que es cuando nació el niño Jesús.

- ¿Tú también naciste ese día papá? Porque tú también te llamas Jesús -preguntó la niña intrigada.

-Sí cariño, por eso me pusieron mis padres ese nombre. Y le explicaron toda la historia de la cultura que ellos seguían todos los años tradicionalmente. Y cuando hablaron de los Reyes Magos la niña saltó de alegría.

- ¿Y le puedo pedir a los Reyes Magos lo que yo quiera?

- Sí cariño, ellos te dejarán tu regalo cuando estés dormida. Ahora vamos a ir a pedirles lo que tú quieras que te regalen.

Acto seguido, se dirigieron a El Corte Inglés, donde los tres Reyes sentaban a los niños en sus rodillas y escuchaban y apuntaban lo que quería cada niño de regalo.

- ¿Esos son los Reyes Magos? -preguntó.

- Sí, y ahora cuando te toque (porque había una fila muy grande de niños esperando con sus padres) les pedirás lo que quieres que te regalen y cuando estés dormida ellos irán en sus renos por todas las casas a dejar a todos los niños sus regalos.

Esperaron y cuando la niña se sentó en las rodillas del Rey Gaspar, que era muy agradable, le pidió su regalo y volvió con sus padres muy contenta y entusiasmada.

Ya en casa, mientras los padres de Marcela cocinaban hablando sobre lo que había pedido a los Reyes ella jugaba con sus muñecas, su cocinita, etc.

Se había integrado muy bien en el colegio y empezaba a sentir lo que ella nunca había conocido: la felicidad. Su infancia había sido muy dura y ahora tenía una familia por la que sentía mucho afecto y amor.

Disfrutaron de la cena y la niña se puso su pijama y María le cantó suavemente un villancico hasta que se quedó dormida.

Llegó el día de Navidad y Marcela fue al dormitorio de sus papás y le dijo a su padre: ¡Papá, papá, que acabas de nacer otra vez! ¿Cuántas veces has nacido ya?

- Muchos cariño, ¡Feliz Navidad!

Así pasaron los días y llegó el cinco de Enero. Por la tarde estuvieron en la cabalgata donde la niña recogió un montón de caramelos y se quedó maravillada de tal espectáculo ya que era algo nuevo para ella.

Se fue pronto a dormir para saber si cuando se levantase los Reyes le habrían dejado su regalo.

- ¡Papá, Mamá! Los Reyes Magos me han traído mi regalo y además algo que no esperaba. Yo también les quiero regalar algo.

Los padres con sonrisa de complicidad lloraron de alegría por ver a su niña tan entusiasmada.

El regalo que Marcela había pedido era que los niños de su país no pasaran más hambre y los Reyes le habían escrito una carta diciendo que su gente había recibido un montón de comida y que de regalo le mandaban una caja de mazapanes para que tampoco volviera a pasar hambre.

Marcela se comió uno a uno los mazapanes y nunca volvió a pasar hambre.