pamplona. Lo primero, para usted, ¿qué es un bruja?

Yo no tenía ninguna idea preconcebida, de hecho, el enfoque que he dado al libro no es tanto sobre qué es un bruja, aunque hay un capítulo en el que se hace esa pregunta, como las creencias. A mí, lo que más me ha llamado la atención es, primero, la credulidad de la gente, ya que la bruja es uno de los arquetipos más antiguos de la historia; es decir, la necesidad que tiene el género humano de crear estas cosas, de inventarlas. Y, por otra parte, la facilidad con que esas creencias pueden ser políticamente manipuladas, ya que las cazas de brujas, entre los siglos XIV y casi XVIII, no fueron más que un ajuste de cuentas que hicieron los Estados absolutistas emergentes contra la sociedad tradicional que venía de la Edad Media. Para disciplinar a esa gente inventaron la existencia de las brujas, crearon un discurso político-religioso y actuaron en consecuencia persiguiéndoles. Además, se dio la circunstancia de que el pueblo llano puso sus creencias y supersticiones al servicio de la causa de los poderes públicos que los perseguían.

Éste sería un tipo de bruja que, por otra parte, poco o nada tiene que ver con lo que ahora se entiende por tal o con las que actualmente asumen su papel.

Esa sería la segunda parte del libro, la que habla de cómo la imagen de la bruja ha sido recuperada. Una recuperación que se ha realizado de tres maneras. La primera, porque era un mito tan apetitoso para la ficción que era imposible eludirlo; el caso de Harry Potter es típico. La segunda manera está motivada por la creencia de la gente, es decir, todavía los individuos de a pie, por decirlo así, se sienten en algunos momentos de su vida tan solos y abandonados que necesitan creer en fuerzas sobrenaturales; no pueden pensar que su suerte se deba sólo a causas naturales. En este segundo caso la bruja clásica aparece transformada, a través del ocultismo decimonónico, en otra figura más compleja; léase videntes o pitonisas. Y la tercera, que es la más interesante, es que los románticos anti ilustrados del siglo XVIII rescataron a la bruja como protagonista de un culto arcaico a la fertilidad; es decir, dijeron que las brujas a las que las Iglesias cristianas habían perseguido pertenecían a un culto pagano. Esta tesis fue continuada y recreada por otros autores en el siglo XIX, con tal fortuna que a principios del siglo XX aparecieron dos disciplinas científicas nuevas: la antropología y la etnografía. Estas dos nuevas herramientas, que pretendidamente tenían que servir para comprender a los pueblos primitivos, sirvieron para traer de nuevo el debate a Europa sobre la existencia de las brujas.

En todo momento habla de brujas pero no de brujos. Nos topamos, una vez más, con que, históricamente, la bruja, como femenino, es mala; mientras que el brujo, como masculino, es poderoso.

La bruja es un arquetipo, un mito misógino inventado por los hombres para fastidiar a las mujeres; así de claro. Y, de hecho, la misoginia fue un factor muy importante en la actividad de los inquisidores, ya que la mayoría de las acusaciones afirmaban que se acostaban con hombres, que impedían el flujo seminal o que se comían a los niños. Es decir, todo estaba relacionado con el miedo de los varones a la pérdida de la virilidad. Curiosamente, a pesar de las resonancias teológicas que tenía el asunto, el tema en realidad era una cuestión de la entrepierna, lo que convirtió a la bruja desde su origen grecolatino en un mito misógino, que se distinguía del brujo porque, en el caso de los hombres, se trataba de una actividad colateral de los sacerdotes de las religiones instituidas. Por ejemplo, hasta casi el siglo XIII, muchos clérigos de las altas jerarquías de la Iglesia practicaban la magia. Fue en el siglo XIV, al entrar en crisis la propia cristiandad con el surgimiento de los movimientos heréticos, cuando el Papa Inocencio VIII decidió que había que parar todo esto e introdujo a los Dominicos y Franciscanos y creo que la Inquisición, herramientas con las que posteriormente se montó el tinglado que conocemos todos.

Curiosamente, mientras aquellas brujas clásicas han desaparecido, el sistema que se creó para perseguir esa invención misógina sigue vigente (antes era la Inquisición y ahora se hace llamar la Congregación para la doctrina de la Fe).

Una de las herencias que nos han dejado las brujas clásicas no son las brujas mismas sino la caza de brujas, un sistema instituido, característico y propio de los Estados modernos. En uno de los capítulos se describen las características de estas cazas de brujas que, desde el siglo XV hasta la actualidad, están asociadas a los Estados absolutos y totalitarios.

Incidiendo en el aspecto del poder, y a pesar de su contrastada imagen de timo, no pocos presidentes, reyes o dictadores han utilizado los servicios de brujas, videntes o médium como consejeras a la hora de tomar decisiones.

Es otro de los matices que tiene este personaje. Por una parte es siniestra y perseguida y, por otra parte, como decía antes, la gente la necesita. El hecho de que presidentes como Reagan o dictadores como Hitler consulten a videntes viene de esa necesidad o desesperación de creer que las cosas que le pasan vienen de otro orden en el que tú puedes ver cómo va a ir las cosas; sólo que como tú no lo puedes ver, echas mano de un médium.

Durante el proceso de escritura, de documentación o, simplemente, al terminar de escribir el libro, ¿no se dejó llevar por la curiosidad e intentó contactar con una bruja actual?

Yo no creo en las brujas, es decir en las personas que se sienten investidas con atributos como la videncia. De hecho, en el último capítulo tuve la necesidad de hacer cierto trabajo de campo y me metí en una exposición que hacen anualmente en la estación de autobuses... Me metí en todos los saraos, hice que me echaran las cartas y explico, desde el punto de vista de un escéptico, cual es el mecanismo que les funciona. Yo no creo en esas cosas aunque comprendo que haya gente que lo haga, de la misma manera que se cree en Dios, porque hay personas que se sienten muy desamparadas.