pamplona. El día de Navidad de 2004, a los 16 años, Borja Vaz (Pamplona, 1988) terminó de leer Olvidado Rey Gudú, de Ana María Matute. Y quedó tan impresionado que se sentó al ordenador y escribió durante cinco horas seguidas las quince primeras páginas de una historia que ocho años, una carrera universitaria, decenas de correcciones y cientos de lecturas después se ha convertido en Las brumas del olvido, su primera novela. Un libro que, si bien puede encajar dentro de la literatura fantástica, se aleja de los estereotipos del género para construir su propio mundo.
Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra, Borja Vaz narra la historia de un joven enamorado dispuesto a desafiar las leyes del régimen en el que le ha tocado crecer para emprender la búsqueda de su propio destino. Ese joven es Daniel Van Servak, un chico de 17 años con un brillante porvenir que decide dejarlo todo y desafiar a su rey para escapar con Azahar, a la que ama más que a su vida. Sin embargo, no es consciente de que lo que creía que era el mundo nada tiene que ver con la realidad que la pareja irá encontrando a su paso por diversas situaciones. La novela discurre en una Edad Media más o menos mítica
Apasionado de la música, el cine, la literatura y los videojuegos, Vaz ha vivido con este texto durante muchos años, en los que reconoce haber evolucionado como persona y como escritor. En realidad, Las brumas del olvido "es la historia de cómo aprendí a escribir una novela", dice el autor, que, aunque terminó la novela a los 19 años, fue cuatro años más tarde cuando afrontó su reescritura y se animó a mandarla, con éxito, a una editorial. En medio hubo dudas, algunos bloqueos y muchas lecturas y discos. Porque Vaz admite que sus influencias proceden de numerosos autores literarios, casos de Houllebecq, Franzen, Palahniuk o Martin Amis, pero también de la música. En este ámbito, lo suyo es el metal; no en vano, es el género que suele escuchar cuando escribe, con predilección por grupos como Nightwish, Primordial o Amon Amarth. Eso, sin olvidar los videojuegos, cuya estética también está muy presente en la novela.