pamplona - ¿Hay una parte no inventada en toda obra literaria, o incluso lo que se dice real es en parte ficción?

-Sí la hay. Toda ficción se nutre de la no ficción y toda no ficción se nutre de la ficción. La membrana que las separa es muy delgada, sobre todo en la práctica de la literatura, donde finalmente todo sale de adentro tuyo, y todo ya ocupa parte de tu vida y de tu biografía, aunque sea ficción. La escritora Lorrie Moore dice que la ficción es esa habitación de tu casa que no aparece en el plano, pero que está. Es un poco eso. El libro trata de poner esa habitación en el plano.

¿Lo de ser escritor es algo que a uno se le ocurre o que no puede evitar?

-En mi caso, desde que tengo memoria siempre quise serlo. Tengo un recuerdo muy claro mío con 4 años, antes de entrar al colegio, de estar ya muy impaciente por que me enseñasen a leer y escribir para poder ser escritor. Nunca tuve ninguna vocación alternativa en plan jugar en la Selección, ser presidente, ser corredor de Fórmula 1, bombero o superhéroe. La vocación literaria es en realidad una vocación muy infantil, y estoy convencido de que todo el mundo en algún momento de la infancia juguetea con la idea de ser escritor o lo es sin darse cuenta, por el simple hecho de que cuando te cuentan un cuento y tú dices: bueno, ¿y cómo sigue?, ya estás haciendo un ejercicio literario y de imaginación. Pero después mucha gente no insiste en eso. O se da cuenta de que dedicarse a escribir es mucho más difícil de lo que pensaba. Son 24 horas al día, y no suele ser económicamente rentable, hay muchísimas otras posibilidades de ganarte la vida mejor y más fácilmente.

¿La penumbra es el terreno del escritor?

-¿La penumbra, en qué sentido?

En el sentido de lo desconocido.

-Sí, pero es que al escucharte decir penumbra me dio una impresión como de trabajar en la oscuridad, como de una cosa sufrida... A mí la idea del escritor que sufre creando siempre me resultó muy antipática. En Argentina hubo un escritor especialista en eso que fue Ernesto Sábato: todo era gótico, y tortuoso y esforzado y sufrido... Yo si no me divirtiese escribiendo no lo haría. De hecho, si tengo algún problema es que me divierte demasiado. Aunque cada vez cuesta más, cada vez te exiges más y el nivel de compromiso es mayor, cada vez tienes también más responsabilidades en el mundo real y no puedes dedicarte a ello tanto como quisieras, para mí es una actividad fundamentalmente feliz. Y esto no quiere decir que a veces no pueda dormir porque no resuelvo alguna cuestión estructural o argumental, pero también eso es pasarla bien... un desafío.

¿Pero lo que mueve a un escritor son asuntos que no conoce?

-Hay de todo. Hay escritores que no se sientan a escribir si no tienen todo perfectamente claro y un recorrido hasta casi la última coma del libro. A mí eso que dicen algunos escritores de que mis personajes se liberan y me arrastran a mí, me parece ridículo, no es cierto. Pero sí me gusta cierta capacidad de sorpresa para mí mismo. Cuando escribo hay una parte del ser lector que me gusta tenerla como escritor, o sea, estar leyéndome y sorprendiéndome a mí mismo. Muchas de las cosas mías que más me gustan como escritor se me ocurrieron en el durante, y no en el antes, y de una manera entre comillas casual e inesperada. Cuando eso ocurre es genial.¿Puede contar algo de cómo funciona la mente del escritor, que es la intención que mueve su novela?

-Lo que pasa es que yo hablo de cómo funciona la mente de un escritor que no soy yo pero que es una especie de álter ego... No sé si todas la mentes de todos los escritores tienen un funcionamiento parejo o parecido. Y no sé ni si me interesa mucho contarlo... En el libro me interesaba más contar cómo se le ocurren las cosas al escritor, tampoco me interesa saber mucho más. Hay diferentes actitudes en la vida, la de aquellos que cuando van a ver a un mago solo quieren ser maravillados, y la de esos otros que están todo el rato mirando a ver si averiguan cómo hace el truco. A mí me gusta ser maravillado, a mí ir a ver a un mago para desenmascararlo me parece una pérdida de tiempo. Y es algo que tampoco me interesa hacer conmigo mismo. El personaje del libro, si bien comparte muchas cosas conmigo, no soy yo, es un yo hiperexagerado y completamente excesivo. La premisa que puse es cómo sería yo de no haberme casado y de no haber tenido un hijo, de no haber tenido un ancla emocional y haber optado por entregarme única y exclusivamente a la literatura. Hice una especie de personaje solipsista aislado y cada vez con menos asidero con la realidad.

¿Se ve reconocido en la frase de su novela: Cada vez me gusta más escribir, cada vez me gusta menos ser escritor?

-Sí.

Se siente más lector que escritor.

-Sí, es más, escribo porque leo. Y me gusta cada vez menos ser escritor porque a mí todo el atrezzo alrededor del escritor... soy muy cuidadoso, no soy indiscriminado. No viajo mucho como escritor, no voy a muchos festivales, no participo de muchas mesas redondas, no hago muchas presentaciones... Una cosa que me atrajo de venir a Pamplona es que me habían hablado muchos amigos escritores muy bien de este sitio (la librería Auzolan). Si hay un lugar que vale la pena, tienes que ir a la montaña.

¿Hoy hay muchos Karma (Maximiliano Karma es un personaje de La parte inventada)?, ¿muchos escritores que se mueren por que los lean pero a los que no les importa mucho el hecho de escribir o leer?

-Yo creo que hay mucha gente que escribe y no hay muchos escritores. Dejémoslo ahí (sonríe).

Hoy hablamos mucho sobre lo que vemos, sobre lo que han dicho otros, lo que han tuiteado otros, pero no mucho sobre lo que pensamos...

-Sí, el libro funciona como de diatriba casi contra todo ese mundo digital, informático, a 140 caracteres. Yo no llego a los niveles de furia y de irritación del personaje, pero sí me parece que no es muy buen momento para la reflexión. Todo es rápido, todo ocurre enseguida, todo se escribe con errores de ortografía... Vivimos una época donde el error de ortografía y la letra faltante han sido legitimados como una especie de nuevo idioma, y no es el camino correcto.

Un mundo muy uniforme, ¿no?

-En el que todo el mundo está pendiente todo el tiempo de una pantalla. Cuando era pequeño y adolescente, estaba la gran amenaza de la televisión; pero no estabas viendo televisión todo el tiempo porque salías, ibas al colegio... Pero ahora sí estás mirando una pantalla todo el tiempo. Yo alucino, cuando viajo en tren, veo que a nadie se le ocurre mirar por la ventanilla. Ya no te digo leer... Algún día se descubrirán en Islandia sin darse cuenta de cómo llegaron allí.

En las casas manda la tele de plasma, ¿dónde queda la biblioteca?

-La biblioteca no es una prioridad en las casas desde hace muchísimo tiempo. Antes había una especie de rivalidad, no había bibliotecas y había televisión; y ahora no hay bibliotecas pero hay gente con un aparato que te dice: aquí me entran 2.500 libros. ¿Y? Si no lees, ¿qué me importa que tengas 2.500 libros metidos ahí dentro? Entonces es más grave, porque es como que se sienten con la conciencia limpia de que tienen un lector electrónico y tienen 2.500 libros, y ya está.

¿La cuestión del estilo es la clave para el escritor?

-Sí, el estilo es lo único que le queda a la literatura para competir con las otras artes. Si cojo un libro y dice: giró sobre sus talones, abrió la puerta y salió... para leer una frase así, prefiero verla en cine. El único lugar donde la literatura puede ofrecer todavía una batalla y marcar diferencia es en el estilo. Como dijo John Banville, el estilo avanza dando grandes zancadas y la trama va por detrás arrastrando los pies. Y se puede ir un poco más lejos y el estilo puede coger a la trama en sus brazos y llevarla. El estilo es el último desafío. El siguiente paso es crear un lector propio a partir de ese estilo. Yo creo que tengo un lector propio, no exclusivamente mío, pero por suerte es un lector que comparto con escritores que me gustan mucho.

¿Qué escritores?

-Enrique Vila-Matas, el mismo John Banville...

¿Y de la literatura norteamericana?, aquí muchos hemos conocido a John Cheever por las ediciones críticas que ha hecho de su obra...

-Sí, Cheever para mí es lo mejor que hay en todo el universo. Una cumbre; él y Kurt Vonnegut probablemente sean los escritores norteamericanos que más me han marcado, y luego está Marcel Proust. Y en este libro me di cuenta, cuando lo terminé, de que hay una cosa muy de Nabokov, un escritor que no es que vuelva yo a él, sino que vuelve a mí todo el tiempo, nunca termino de resolverlo, en el mejor sentido de la palabra.

¿El escritor inevitablemente hace memoria al inventar?

-Sí, cuando recuerdas inventas. Cuando eliges inventas, y te reescribes cuando decides qué recuerdas y qué no. De algún modo estás todo el tiempo escribiendo tu autobiografía. Nabokov decía que la realidad está completamente sobrevalorada.

Y en esta era tecnológica, ¿no pierde valor la memoria?

-Sí, el gran riesgo es que hay gente que no necesita recordar. Yo mismo me asombro, hubo un momento de mi vida en que me sabía 40 números telefónicos de memoria, y no era ninguna hazaña. Y ahora, como todo lo marcas automáticamente... Nuestra memoria es externa hoy, y si se rompe no sé qué haremos...

¿Está entre sus proyectos escribir su autobiografía?

-No creo que haga falta, está en lo que he escrito. Y espero que no lo haga nadie, porque la mía no es una vida interesante. Nunca aspiré a tener una vida interesante. A mí la opción de vida de escritor hemingwayana, si bien vine a Pamplona cuando tenía 18 años y corrí con los toros, todo eso lo he hecho, no me parece que sea interesante, no hacia mi obra... lo más interesante que me podía haber ocurrido es que me pasaran los toros por encima y me mataran y nunca habría sido escritor, pero nada más (sonríe). La idea del escritor personaje me incomoda cada vez más. Yo aspiro a tener una vida completamente aburrida y decepcionante para los especialistas en mí y para los posibles fans. La batalla y la alegría están en los libros.