El Max Social 2025 que se entregará este lunes 16 de junio en el escenario del Teatro Gayarre premia la trayectoria de dos buscadores de la utopía educativa.

Dos docentes que encontraron en las aulas una fecunda cantera de actores y actrices; que supieron sacar brillo, a través del arte del teatro, a la inquietud, la ilusión, la curiosidad y la pasión propias de la adolescencia.

"No nos lo creíamos cuando nos llamaron de la SGAE"

Ignacio Aranguren Gallués (Pamplona, 1953) y Vicente Galbete Martinicorena (Pamplona, 1949) han realizado durante más de treinta años una valiosa labor detrás de la escena en la que ahora se ponen los focos, que ahora brilla gracias al reconocimiento de la SGAE (Sociedad General de Autores y Editores), el Premio Max aficionado o de carácter social 2025, que pone en valor la trayectoria de ambos docentes en el Taller de Teatro Escolar del Instituto Navarro Villoslada de Pamplona (TTNV).

Todavía están asombrados. “Ha sido una gran sorpresa, no nos lo creíamos, primero pensamos que era una broma, un timo de alguien, hasta que vimos que iba en serio”, dicen Aranguren y Galbete recordando el momento en que recibieron la llamada de la SGAE comunicándoles el premio. Aseguran que es “halagador” sentirse reconocidos por una labor de tantos años que ya hace tiempo –12 años en el caso de Ignacio Aranguren y 15 en el de Vicente Galbete– que no ejercen.

Una labor vigente, porque ha creado en el ámbito del teatro escolar navarro una cantera, un público fiel, muchas amistades, aficiones convertidas en algunos casos en profesiones, mucho conocimiento, apertura de mente, diversión y, sobre todo, experiencias inolvidables.

La semilla del teatro

Han sido 35 años de búsqueda de la utopía educativa a través del teatro emprendidos con constancia y pasión por estos dos docentes que unieron sus trayectorias a mediados de los 80 sin ser conscientes de que se conocían “desde la infancia más menuda”, dice Vicente Galbete.

“Nos dimos cuenta luego, trabajando juntos, de que nos unía la infancia en el casco viejo, y hablando descubrimos que habíamos coincidido en una academia que llevaba en la calle Curia Doña Carmen, una maestra mayor que te preparaba para el ingreso en el instituto. Tendría yo 10 añicos, y allá había un niño pequeñín y cabezón al que llamaban Ignacito...”, rememora con cariño Galbete, colaborador necesario del Taller de Teatro del IES Navarro Villoslada en la parte de escenografía, vestuario y difusión.

Aranguren y Galbete, durante el encuentro con DIARIO DE NOTICIAS para este reportaje. Iñaki Porto

Se embarcó en la aventura en 1987, cuando el taller llevaba ocho años de andadura. Ignacio Aranguren lo creó en 1978, cuando se incorporó a la enseñanza en el IES Navarro Villoslada, “con unos alumnos maravillosos que lo cogieron con mucho entusiasmo”. Debutaron con Tartufo de Molière, obra con la que se despidió Aranguren de la dirección del taller en 2013.

“El teatro ha sido para mí un acercamiento más vivencial a la literatura, otra manera de enseñar”

Ignacio Aranguren - Premio Max Social 2025

En su trayectoria, Aranguren y su equipo han alumbrado unos 50 montajes escénicos y han sembrado la simiente del teatro en más de un millar de adolescentes, fidelizando a más de 7.000 espectadores por temporada.

“Desde el principio gustó mucho el proyecto, caló hondo entre el alumnado. Los espectáculos que hacíamos tenían un componente literario, pero sobre todo teatral. Porque para mí el teatro empieza donde acaba la literatura. El teatro pide ser representado”, dice Ignacio Aranguren, filólogo y catedrático de Lengua y Literatura Españolas en Educación Secundaria.

El fichaje de Vicente Galbete

Siendo profesor de dibujo, Vicente Galbete comenzó su actividad como escenógrafo y figurinista en el Grupo de Teatro del entonces Instituto Nacional de Bachillerato Padre Moret del barrio de Irubide de Pamplona. Durante los 11 años que duró aquella experiencia puso en escena, junto con su colega Germán González, otras tantas obras de teatro. En el año 1987, con Los dos gemelos venecianos, comenzó su colaboración con Aranguren y su Taller de Teatro.

“Ignacio, que se peinaba todo el mercado local, iba buscando fichajes por los sitios. Y cada año me venía a tantear, le gustaba lo que hacía y me tiraba los tejos. Yo me resistía a sus encantos, hasta que un año flaqueé y allá que fui”, cuenta entre risas Galbete, que a lo largo de su trayectoria ha aportado su profesionalidad a unas 60 obras de teatro, “algunas muy pequeñitas, muy modestas, y otras muy ambiciosas”.

El trabajo con jóvenes ha sido siempre el horizonte de la labor de estos dos docentes premiados ahora con un Max. Y, en el caso del taller de teatro de Ermitagaña, con “una seña de identidad” que ha sido el cambio constante de actores y actrices.

“Siempre hemos cogido a los del último año del instituto, de manera que siempre estábamos empezando, lo cual era bueno para los alumnos pero bastante incómodo para nosotros, siempre empezando de cero, a la vez que bonito porque siempre hemos estado con la ilusión renovada”, dicen.

Años de entrega con "muy buen ambiente"

Aranguren y Galbete destacan la “efervescencia que había entre los chavales hacia el teatro en aquellos años, finales de los 70 y 80, alimentada en buena medida por los profesores”.

“En aquellos orígenes nos llevamos muy bien, teníamos muy buen ambiente, incluso hicimos alguna obra dirigida a cuatro, con cuatro directores de distintos centros, aportando quince alumnos cada uno al grupo; estaba Germán González que llevaba el grupo de Irubide de Padre Moret, María José Goyache, Vicente y un servidor”, destaca Ignacio Aranguren, apuntando que les dieron por aquel montaje –Los últimos días de soledad de Robinson Crusoe de Jérôme Savary–, en 1989, el Premio Nacional de Innovación Educativa Francisco Giner de los Ríos.

“Nos dieron un cheque de un millón de pesetas para proseguir la experiencia, nos lo entregó en Madrid el entonces ministro de Educación, Solana, en el Ministerio. No sé si hubo canapés”. “Me parece que no, fue una decepción...”, apunta Galbete, reconociendo que aquella “fue una experiencia muy bonita y encima nos salió todo tan bien, después de tanto esfuerzo, porque trabajamos una burrada en aquella obra que tenía de todo, hasta canciones y música en directo”.

Alumnos del IES Navarro Villoslada interpretando una de las microescenas de la obra de teatro 'Sentymentalia', que llevaron a escena en 2012. Adolfo Lacunza

Una maquinaria bien engrasada

La entrega al teatro escolar constante, metódica, profunda y ejercida con la minuciosidad de un orfebre, ha recompensado a Ignacio Aranguren. “Me ha aportado una confluencia muy bonita entre la enseñanza y el teatro. Ha sido otra manera de enseñar, un acercamiento más vivencial hacia la literatura; los textos se conocen cuando se interpretan”, afirma, destacando que bajo su dirección en el instituto pisaron su primer escenario profesionales reconocidos hoy como Alfredo Sanzol, Natalia Huarte, o los miembros de Iluna Producciones. “Y no solo actores, autores o directores, también ha salido de la cantera delNavarro Villoslada personal técnico que hoy trabaja en teatros, el Gayarre entre ellos”, dice Galbete.

“Esto ha sido una labor coral con las riendas muy bien llevadas; lo que me gustaba era el rigor de Ignacio al trabajar”

Vicente Galbete - Premio Max Social 2025

Con frecuencia le han preguntado a él por qué se metió en esta aventura, qué ha "sacado en limpio" de todo esto. “Y pensando sobre ello, realmente me doy cuenta de que me gustaba sobre todo por el rigor con que trabajaba Ignacio, era un trabajo bien hecho, correcto, en el sitio adecuado en su momento, y me gustaba colaborar con él en todo lo que tenía que ver con la puesta en escena y los equipos que se formaban; siempre había gente y muy implicada, esto ha sido una labor coral con las riendas muy bien llevadas”, afirma.

Por eso, ambos tienen claro que en la gala de los Max se acordarán de las personas que colaboraron. “Vamos a dar satisfacción a todo el mundo que se lo merezca”, dicen.

“Además –añaden–, los actores y actrices no solo se dedicaban a aprenderse un papel e interpretarlo, es que hacían de todo lo que tocaba. Y estaba muy bien estructurado: el jueves hay que pintar esto; y mientras, prueba de vestuario. Había una organización muy engrasada que funcionaba muy bien”, cuenta Galbete. “Era un gozo llegar un día y encontrarte a los que les tocaba fregando el escenario, a otro alumno con el martillo y el destornillador asegurando un elemento de la escenografía que se tambaleaba... Cada uno asumía su labor como propia”, dice orgulloso Aranguren.

Adolescencia, teatro y aplauso

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A los nuevos Premios Max Social les llena ver que han sido “capaces de ilusionar a un montón de chicos y chicas de 17 años que tenían una idea muy difusa de lo que era el teatro”, de aportarles un estímulo que les motivó y les halagó, les hizo vencer inseguridades, superar miedos escénicos.

“Lo que hacíamos es como una mesa de tres patas: adolescencia, teatro y aplauso. Y esas patas hay que nivelarlas bien porque el teatro puede ayudar muchísimo al descubrimiento de uno mismo, sobre todo en la adolescencia; pero como no se haga de una manera determinada, puede volver a nuestros actores y actrices muy tontitos... Cuando la gente nos decía: lo hacéis mejor que los profesionales, yo añadía: ¿Eh? No, mejor que los profesionales no, mejor que la función pasada. O sea, el reto es ir creciendo”, reflexiona Ignacio Aranguren.