"Aprendo mucho de Asunción; tiene 88 años y es un terremoto"
El actor coprotagoniza 'Una vida robada', historia sobre la identidad y los sombríos secretos de familia que se representará mañana (19.00 horas) en el Teatro Gayarre
pamplona - Es su abuela, pero la llama Asunción. Ante todo, Liberto Rabal (Roma, 1975) es un profesional que se toma muy en serio su carrera, ya sea en el teatro, en la televisión o en el cine. Todos estos medios le permiten colmar su necesidad de expresión, "soy una persona muy inquieta", reconoce. Y admite que en ningún momento le han pesado los apellidos, ni el de su abuelo paterno, Paco Rabal, ni el de su abuela materna, Carmen Laforet; al revés, "estoy muy orgulloso de llevarlos". Será porque él anda su propio camino.
¿Cómo surge su participación en Una vida robada?
-Acababa de terminar una serie en Canal Sur y envié un vídeo a varios productores, entre ellos a Juanjo Seoane, que me mandó este libreto porque había un personaje que creía que podía encajar conmigo. Hice una prueba con Julián Fuentes, el director, y ahí empezó la cosa. Para mí fue muy bonito saber que iba a coincidir con Asunción (Balaguer).
¿Trabajar con su abuela fue un estímulo o una responsabilidad?
-Depende de la estación (ríe). En invierno es un poco más pesado, pero en primavera es más fácil trabajar con ella. Cuando hace frío y me ve desabrigado me dice "ponte la bufanda, que te vas a resfriar" y el resto del tiempo me deja más tranquilo (ríe). Respecto a todo lo demás, es una relación profesional estupenda. Es un gusto trabajar con una persona que tiene tanta experiencia teatral, imagínate que ahora tiene 88 años y lleva sobre los escenarios desde los 13. Por otra parte, resulta muy bonito ver cómo alguien con esa edad trabaja con esa energía en algo tan duro como el teatro.
Que implica estar en forma.
-Claro, porque esto no solo es subirse al escenario, sino también viajar. Por ejemplo, el jueves tuvimos función en Cádiz, que por cierto fue muy bien, y esta mañana (por ayer) toda la compañía habíamos quedado en el vestíbulo a las ocho menos cuarto para viajar. Y a las siete ya había alguien llamando a mi puerta y diciendo que mi abuela me esperaba abajo (ríe). Es así todo el rato, un terremoto. Y creo que en parte es a propósito porque de este modo se mantiene con energía. Decía Daniel Goleman que a partir de una edad uno tiene que estar en esa tesitura todo el rato, aunque, en realidad, todos deberíamos ser así de positivos siempre.
Esta es una obra de un autor contemporáneo, Antonio Muñoz de Mesa, que aborda una cuestión espinosa de nuestra historia reciente. ¿Era necesario contarla?
-Sí, y además creo que está siendo contada por muchas personas en artículos, libros, series de televisión... Aunque Una vida robada no es tanto un drama social sobre el tema de los niños robados como un drama familiar que tiene como telón de fondo esa trama. La obra empieza con la llegada de una persona a una casa para ejercer de lectora del padre, el doctor Nieto, que tiene alzheimer. Resulta que él estuvo implicado en los robos de bebés y el público poco a poco irá descubriendo que esa mujer no viene a leer, sino a otra cosa. La obra es una tragedia contemporánea, los personajes creen que van en una dirección y en realidad van hacia otra. No puedo contar mucho más, solo puedo decir que la historia mantiene la tensión del espectador, que al principio se ríe bastante porque el personaje de Carlos, que es un cabrón redomado, hace mucha gracia, pero a medida que avanza el texto y las relaciones entre los personajes, la gente se va dando cuenta de que es más una tragedia que una comedia.
Hábleme de su personaje.
-Es como el pegamento de la familia. Todos los personajes son muy extremos y él es el único al que podríamos definir como normal. Su vida cambia de arriba abajo durante la obra. La primera palabra que digo es un hola, la última un adiós. Y en medio todo cambia.
¿Será un reto experimentar semejante evolución en escena?
-Sí, esta obra fue un reto por varias razones. La primera es que está construida en escenas breves que saltan, hay elipsis y de repente pasamos de una con un estado de ánimo concreto a otra completamente diferente en apenas unos segundos. Eso lo trabajamos mucho en los ensayos con Julián Fuentes y con Antonio Muñoz de Mesa, que más tarde se incorporó también como subdirector. La obra sale adelante porque las relaciones entre los personajes están muy trabajadas y porque los actores hemos encontrado un filón en nuestros personajes que nos permite jugar y hacer que la obra se mantenga viva y que cada vez que subamos a escena sea como la primera.
Hace unos años hizo un Don Juan y también ha protagonizado varios recitales poéticos, pero este montaje es una especie de recomienzo teatral, ¿ha vuelto a la escena para quedarse?
-Sí, y también ha sido una sorpresa para mí. Estamos en unos tiempos en los que, como es lógico, tenía pensado abrirme a todas las opciones profesionales, y el teatro al principio me dio miedo, pero me he encontrado muy cómodo. Va mucho conmigo y como actor creo que puede ser muy importante para mí en el sentido de que hay un terreno inmenso de personajes, de obras y de crecimiento por delante. Y qué duda cabe que este bagaje lo puedo aprovechar también para el cine y la televisión. Me he encontrado muy a gusto con el entorno profesional, que es muy serio, y con la sensación de saber los efectos que tiene tu trabajo en el público en tiempo real.
Actúa, dirige y escribe, se nota que es una persona inquieta.
-Muuuy inquieto (ríe). Supongo que tengo la necesidad de expresarme. Precisamente, esta mañana (por ayer) venía pensando en el tren en el libro que estoy terminando y por la tarde tengo un ratito de montaje de una película que hemos hecho durante el último año y que estamos trabajando con calma. Tengo muchas inquietudes, pero es que hoy es muy difícil no tenerlas, porque cuando eres padre de familia tienes un pincho detrás que de alguna manera te aguijonea para sacar de ti todo lo que puedas. Y si lo que tienes es creatividad, pues tiras de ella.
También da charlas sobre relaciones interpersonales.
-Es muy curioso, coincidió que di un par de charlas con el libro sobre cine que me encargaron y después dirigí Huellas, que es un corto sobre la empatía en el sistema sanitario que escribió Adriana Davidova, una autora, guionista y actriz excelente con la que tengo la suerte de estar casado. El mensaje que daba esta película le gustó mucho a un médico que casualmente da clases en la Universidad Autónoma de Madrid sobre el trato y la relación con el paciente, porque no es fácil enfrentarse al miedo, al sufrimiento y a la muerte a diario, y me pidió que lo proyectásemos y que diese una charla. Luego me invitó a un par de conferencias más porque le pareció que podía servir también a grupos de ejecutivos y así fuimos colaborando varias veces hasta que me cogió Thinking Heads, la agencia de conferenciantes más importante de España, y cuando me requieren allá voy. Es muy divertido hacerlo.
Para terminar, volvemos a Asunción, que dice que le recuerda a su Paco.
-Imagínate. Él fue su compañero vital y de alguna manera quiere ver esa continuación en su nieto. Pero Paco Rabal no hay más que uno, igual que tú eres única y yo también. A mí lo que me gusta es que la gente recuerde a Paco Rabal no solo porque le querían mucho, sino porque era una figura muy importante. Surgió de la pobreza más extrema y aunque se convirtió en gran profesional a nivel mundial, siempre fue muy generoso y cariñoso con la gente y nunca olvidó sus orígenes. No tenemos los límites tan definidos como nos quieren hacer creer.
¿Pesa llevar el apellido Rabal?
-En absoluto, yo he tenido siempre mis propias inquietudes, me he juntado con gente talentosa y maravillosa como mi mujer Adriana y me siento muy lleno como para sentir el peso de otros miembros de la familia. Ese peso lo siente la gente que a lo mejor no desarrolla sus vocaciones o lo que le gusta en la vida. Cuando te lanzas, no importa si te sale bien o mal, y estás a gusto contigo mismo no solo no sientes peso, sino más bien gratitud y alegría de pertenecer a una familia donde hay gente que ha hecho cosas tan bonitas como libros y películas para hacer feliz a la gente.
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