pamplona - Para empezar, la pregunta del millón, reconociendo que es espinosa y tópica a partes iguales, ¿existe el cine de mujer?

-¡Por supuesto! Yo lo llamo ginocine. Es un término al que he llegado después de años de reflexión sobre este tema, porque cine de mujer tiene unas connotaciones negativas sobre todo respecto al espectador. Por un lado, se suele pensar que es un cine que solo genera melodramas para un público adulto femenino, y, por otro, se puede asociar al cine feminista, cuando el feminismo es una postura política y puede haber películas hechas por mujeres que no necesariamente son militante.

¿Y el término ginocine media entre estas posturas?

-Sí, creo que este concepto puede superar estos problemas porque es más neutro y, a la vez, sirve también para abarcar la producción de ciertas películas dirigidas por hombres que tienen una sensibilidad feminista. Es el caso de Solas, de Benito Zambrano, por ejemplo.

La pregunta recurrente es interesante porque mientras durante muchos años ha ofendido mucho a las directoras, últimamente parece que lo tienen asumido e incluso lo exhiben.

-Exacto. Parece que se está superando lo que antes era rechazado absolutamente y también la completa falta de diálogo que existía entre la teoría y la crítica feminista y práctica cinematográfica femenina. A partir de 2006, con la creación de la asociación Cima y la proliferación de numerosos ciclos y muestras, creo que hemos empezado a hablar la misma lengua. En ese sentido, Cima ha sido muy importante, igual que el libro Cine y género, de Fátima Arranz, que ha demostrado de forma empírica que existe una discriminación hacia las directoras, poniendo sobre la mesa el bajo número de mujeres que consiguen financiar sus películas y el techo de cristal que sufren todas ellas. Este trabajo manejó datos concretos y ayudó a generar una concienciación en torno a esta situación.

¿Cómo surge la idea de escribir Desenfocadas y cuáles son sus objetivos?

-El objetivo principal es establecer un diálogo entre teoría y práctica. El título se refiere a dos cosas. En primer lugar, habla de la representación de una mujer desenfocada por parte del cine comercial, que casi siempre ofrece una imagen estereotipada, pero también analiza la presencia desenfocada de la mujer en la historia del cine, porque figuras como las de Helena Cortesina, una de las primeras directoras, ha desaparecido. Y eso se hizo adrede.

¿A qué se refiere?

-Durante el franquismo se manipuló mucho la historia del cine español. De hecho, Letamendi y Seguin ya han demostrado con su trabajo que se manipuló a la hora de determinar cuáles eran las primeras películas en general, y está claro que hicieron lo mismo con las dirigidas por mujeres. Es más, la primera en el caso femenino fue Flor de España o La leyenda de un torero, de 1921, y se atribuyó a un hombre, el guionista José María Granada, en lugar de a Cortesina. Incluso hoy mismo, si miras en el Cervantes virtual aparece así. Afortunadamente, eso fue descubierto, pero quién sabe en cuántos casos más sucedió lo mismo. Por eso a mí me interesa investigar el cine español de mujeres, algo que ya se ha hecho en el cine árabe, el americano, el francés...

De hecho, en esos estudios se está demostrando que las mujeres no solo dirigieron, sino que, además, aportaron su ingenio a la evolución técnica del cine.

-¡Claro! La primera película narrativa fue de una mujer, el primer uso del micrófono de pértiga también, mujeres como la italiana Elvira Notari fueron las primeras encargadas de colorear las películas... Han sido muy importantes en la historia del cine, la pena es que luego su presencia se ha ido desenfocando.

¿Pasó en todas las cinematografías por igual?

-Sí, lo que pasa es que en el caso español ahora se está empezando a rescatar esa historia. Hay mucho trabajo de filmoteca por hacer y espero que pueda hacerse. Por ejemplo, yo tengo una estudiante de doctorado, Irene Melé, que está estudiando a Elena Jordi, que parece que en 1917 dirigió el cortometraje Thais, pero la película está perdida, aunque hay reseñas. Ojalá que pueda encontrarla. Estamos haciendo muchas cosas, pero aun falta. Ahora mismo la Universidad de Columbia está impulsando un proyecto sobre la recuperación de la cinematografía femenina, pero España no participa de momento, lo cual es una pena, porque hay que llenar ese hueco historiográfico. Es necesario enfocar la presencia femenina en el cine, si no, la historia queda coja.

¿Qué casos analiza en su libro?

-Estudio la evolución del cine de mujer a lo largo del tiempo. Empiezo con la que llamo la generación cero, de la que no nos queda ningún producto y solo podemos basarnos en los artículos de prensa. Luego está la segunda generación, en la están Rosario Pi Brujas, Margarita Alexandre y Ana Mariscal, tres realizadoras que abarcan prácticamente cinco décadas. Más tarde está el grupo de la Transición, con tres directoras -Pilar Miró, Cecilia Bartolomé y Josefina Molina-, que empiezan a tener que lidiar con la carga del franquismo, que había creado modelos femeninos etéreos, asexuados, del tipo el ángel del hogar, y con el destape, que busca únicamente el placer del hombre. La última generación sobre la que trabajo es la de las mujeres de mi edad, que apenas han vivido el franquismo, que no han estudiado cine y vienen de disciplinas como historia del arte, filosofía o periodismo y que no son muy jóvenes cuando empiezan a dirigir. Son muy activas y siguen trabajando ahora. En este caso estudio a Icíar Bollaín, Isabel Coixet, Inés París, Marta Balletbò-Coll, Judit Colell, Patricia Ferreira, Laura Mañá y Gracia Querejeta.

Estas últimas parecen tener más conciencia de grupo que las anteriores.

-Así es. En la generación de Miró y compañía había más rivalidad, pero en las más jóvenes eso cambia. Acabo el libro en 2010 porque tenía que poner un punto final (ríe), pero también escojo esa fecha porque es simbólica. Es el año en que Mar Coll gana el Goya a dirección novel por Tres días con la familia, lo que viene a romper un silencio de premios. Además, el Goya se lo dieron cuatro directoras, lo que fue un guiño de la Academia, un reconocimiento a la producción femenina. La generación de los 90 tiene cada vez más conciencia de género y conoce los datos que demuestran su discriminación dentro del sector. Además, no son huérfanas y tienen referentes anteriores.

Y tienen menos complejos.

-Sí. Son mujeres que, como Beatriz Sanchís, que abrió la muestra de este año, asumen hacer lo que hacen sin ningún complejo y sin pedir permiso a nadie. Es un placer ver que las más jóvenes hacen cine de esta manera.

Sin embargo, la discriminación sigue ahí y se producen muchas menos películas de mujeres que de hombres.

-Claro, claro, negar que existe esa discriminación es estar ciego. La mayoría de los productores son hombres, solo el 10% de los directores son mujeres... No hemos solucionado nada aun, por eso no hay que bajar la guardia. En 1996 coincidieron 15 estrenos de mujeres y se habló de boom femenino, pero de eso nada, luego los títulos bajaron, más tarde subieron un poco, otra vez se redujeron... En 2004, por ejemplo, hubo una gran involución en todas las áreas sociales. Y fíjate lo que está pasando ahora con la Ley Gallardón. No me lo puedo creer.

¿Cómo ve el comportamiento de los directores actuales respecto a estas cuestiones?

-Por un lado, veo que se ha superado el machismo más recalcitrante que te hace sentir incómoda, y me alegro por ello, pero esta sigue siendo una industria dominada por hombres. Más mujeres en la producción significará más mujeres en la dirección.

En su estudio también analiza los roles femeninos más frecuentes en el cine de los hombres.

-Es fascinante ver cómo la mayoría de las películas dirigidas por hombres todavía hoy no pasan el Test de Bechdel. Lo creó la dibujante de cómic Alison Bechdel y empezó como un juego. La prueba sitúa a dos amigas que quieren ir al cine y una de las dos dice que le apetece ver películas en las que aparezca alguna mujer interesante. Y para eso hace un test; si una película no tiene tres rasgos fundamentales, no va a verla: tiene que tener más de una mujer que hable; si hay dos, deben hablar entre ellas y, por último, esa conversación tiene que tratar sobre algo diferente a su relación amorosa con el protagonista. Hazlo y verás que el 90% de las películas que vienen de Hollywood no lo pasan (ríe).

Hoy. La cantante punk, de Sini Anderson (EEUU, 2013).

Mañana. Para aquellas que no pueden contar historias, de Jasmila Zbanic (Bosnia, 2013).

El viernes. ¿Quién teme a Vagina Wolf?, de Anna Margarita Albelo (EEUU-Francia, 2013).

zecchi "Las mujeres alteran los géneros"

La profesora prepara La pantalla sexuada, que estudia la posibilidad de aplicar la teoría fílmica feminista anglosajona al cine español. Otro libro cerrará esta trilogía. Se titula El género del género, y "muestra cómo las mujeres usan y alteran los géneros". "Cambian esas etiquetas principalmente porque tienen una gran sensibilidad hacia el otro desde los inicios del cine", dice.