licenciado en Historia por la Universidad de Granada, Enrique G. Paton (Pamplona, 1968) encaminó sus pasos profesionales hacia el ámbito empresarial, lo que le ha llevado a vivir de Granada, San Sebastián, Ibiza, Londres y Miami antes de recalar en China, moviéndose también entre Pekín, Shanghai, Hangzhou, Shenzhen y Hong Kong, donde para últimamente y desde donde habla con este periódico de su primera novela, La estirpe de Caín, publicada por Unomasuno Editores. Un relato histórico profusamente documentado en torno a la conquista de Albania y la temida Compañía Navarra, un pequeño ejército de mercenarios que durante varios años del siglo XIV dominaron territorios y dirigieron estados con semejante poder que uno de sus capitanes hasta llegó a proclamarse príncipe de Acaya (península del Peloponeso).

A través de 820 páginas, Paton narra las peripecias de Alejo de Viana, que cuenta su historia al ser apresado y acusado de herejía en Navarra 24 años después de su partida de Pamplona. Frente a él, el consejero del rey Carlos III y el confesor de la reina, que tienen motivaciones enfrentadas para conocer sus andanzas. Este es el argumento central de La estirpe de Caín, que no deja de lado en absoluto el tumultuoso contexto en el que acontecen los hechos. Y es que, las tres últimas décadas del siglo XIV “fueron un momento crítico para Europa”, cuenta el autor, para quien “hay ciertos momentos en la historia de la humanidad que han sido cruciales por los grandes cambios que han comportado”. Y cita las que, a su juicio, han sido las tres crisis principales de la Historia: la caída del Imperio romano, la peste negra y las dos guerras mundiales. La segunda fue, sin duda, determinante, y dejó importantes secuelas, ya que “el hecho de que un tercio de la población pereciera de golpe generó una serie de transformaciones drásticas en el orden social: el declive de la nobleza y del poder de la Iglesia, los estertores de la caballería, la aparición de las primeras revoluciones populares, el auge de la burguesía y de los ejércitos profesionales y el nacimiento de los primeros estados modernos y del pensamiento renacentista”. Pero hay más, ya que, como indica el autor pamplonés, en ese momento el catolicismo se sumió en el cisma, “la Guerra de los Cien Años enfrentó a toda la cristiandad y los turcos llamaban a las puertas de Europa, mientras que bandas de mercenarios como la Compañía Navarra la recorrían haciendo y deshaciendo a su antojo”. Lo bueno, añade, es que aquí “se contó con dos reyes con fuertes personalidades como fueron Carlos II y Carlos III, que supieron mantener el reino unido”.

Anhelo de juventud

“Lo interesante muchas veces está cerca de casa”

“Esta novela comenzó a fraguarse en mis tiempos de juventud”, cuenta Paton, un enamorado de Pamplona, donde sucede la primera parte del texto. “Aunque la mayoría de la gente solo la conoce por los Sanfermines, es una ciudad fascinante”, agrega, y apunta que suele colaborar con la empresa Erreka-Incoming Navarra. “Recomiendo sus visitas guiadas porque hay tanta historia y tantos rincones interesantes... A veces nos gastamos mucho dinero en hacer turismo y no nos damos cuenta de que lo más interesante lo tenemos cerca de casa”.

La primera vez que el autor oyó hablar de la expedición navarra a Albania fue en una clase de Historia Medieval que impartía Raquel García Arancón en la Universidad de Navarra. “Un reino tan pequeño que no tenía siquiera acceso al mar haciendo expediciones y conquistando tierras sonaba un poco a guasa”, pero aquello despertó su curiosidad y, después de leer varios documentos, le sorprendió que aquella aventura -que Alfonso Ungría recogió en una película de 1983- no se acababa ahí, “sino que algunos de los mercenarios que allí habían luchado se quedaron tras la muerte de Luis de Evreux buscando mejor postor y pasaron a Grecia”. Así que fue tirando del hilo “y me fui convenciendo de que allí había una historia que contar”. Antes que él ya lo había hecho Antonio Rubió i Lluch en su obra de 1885 Historia de los navarros en Grecia, “una lectura placentera, pero que no cuenta con la suficiente información y contiene algunos errores”. Además, dicho autor se limitaba a narrar la conquista del Ducado de Atenas a manos de los catalanes, cuando la historia continúa “porque los navarros pasaron a la Morea, donde uno de ellos terminó proclamándose Príncipe de Acaya”. Este episodio es más bien “desconocido” y es el que más apasiona a Paton. La más difundida, la etapa de Albania, en realidad solo ocupa una de las cuatro partes en las que se vertebra La estirpe de Caín.

El escritor describe su trabajo como una novela “de gran carga histórica”, “rigurosa” y “bien documentada”, en la que “se huye de conversaciones banales que no aportan nada a la trama”. “Los diálogos son fluidos y están ahí para hacer hablar a unos personajes que fueron o pudieron ser reales, y su ánimo es desarrollar la historia o mostrar las condiciones de vida el pensamiento de la época”, afirma. Y reconoce que es “un libro de no admite distracciones”, uno de esos que exige atención total; es más, “diría que hay que leérselo dos veces para captar bien la trama, todos los detalles y toda la información que contiene”. Aunque tampoco quiere asustar a los lectores, porque el relato también supone “un regreso al género de aventuras” al estilo de las historias de Emilio Salgari, Alejandro Dumas o Walter Scott, “en las que no dejaban de ocurrir cosas en una acción continua y trepidante”. Además, La estirpe de Caín tiene, asimismo, un toque de thriller “para enganchar al lector y tenerlo interesado hasta el final”, indica el autor, que opina que la novela puede interesar a un amplio espectro de lectores, “tanto a los que les gusta la Historia como a los que prefieran la aventura, la épica, los libros de viajes o los thrillers”. Y el humor, porque “tiene un toque desenfadado y cínico a la vez”. Sobre la extensión de la novela, cree que no es para tanto, habida cuenta de que “la primera versión tenía 1.300 páginas”, pero su agente le recomendó recortarla y las editoriales aun más, lo que le resultó frustrante, aunque fue la única manera de publicar.

Realidad y ficción

Alejo de Viana

Casi todos los personajes que Paton menciona en la narración existieron. Incluso el protagonista, Alejo de Viana, del que “solo se sabe que trajo el Lignum Crucis a Pamplona”. El autor rellena las sombras y se sirve de él para vertebrar la historia. Es un personaje “especialista en procurarse problemas” y en meterse situaciones difíciles “de las que saldrá usando su ingenio”, y se va transformando con el tiempo: pasando de ser un joven frágil y enamoradizo a convertirse “en un mercenario que llega a enfrentarse en persona al temible sultán Bayaceto”.

Junto a él, aparecen muchos más caracteres interesantes como los cuatro capitanes de la compañía -Juan de Urtubia, Pedro de San Superano, Mayot de Coquerel y Bernard de Barbosa-, el arzobispo Simón de Atoumanos, el emperador Manuel II Paleólogo o Filiberto de Naillac, Gran Maestre del Hospital. La documentación previa a la escritura de la novela fue, pues, exhaustiva y ardua, ya que de algunas partes no existen demasiados textos y Paton tuvo que ir encajando todas las piezas del puzzle a medida que iba encontrando o confirmando algunos datos. “Llegué a tener maletas llenas de papeles siguiéndome en mis viajes”, exclama. Precisamente, una de las claves de este proyecto fue “viajar y conocer de primera mano cada uno de los lugares que se mencionan”. Incluso ha habido ocasiones “en las que un sitio me ha parecido tan fascinante que he decidido que un capítulo tenía que transcurrir allí”, casos de Rodas y Mitra, por ejemplo.

Enrique G. Paton ha vivido durante los últimos 19 años en China, trabajando sobre todo en la embajada española. Ahora mismo regenta allí la empresa Orient Source, especializada en figuras de metal, plástico y poliserina, en Shenzhen. Y está convencido de que haberse movido tanto por el mundo le ha enseñado mucho. “Viajar y conocer otras culturas es una asignatura fundamental para las personas; de lo contrario, corremos el peligro de hacer de nuestra capa un sayo. Un pueblo culto es el que lee y viaja, y el buen gobernante tiene que promocionar la cultura”, subraya. Él, por su parte, es un “lector empedernido”. “Me gusta tanto la literatura que podría ser considerado un adicto”. Y ahora que ha empezado con la escritura piensa seguir. Ya tiene avanzada la segunda novela, pero esta vez ha sido más práctico: discurre en China en la actualidad, es un thriller y será más corta que la primera. “Escribir una novela histórica documentada lleva muchísimo tiempo”, confiesa, satisfecho, eso sí, porque con La estirpe de Caín ha cumplido un sueño largamente acariciado y ha dado el primer paso para colmar su vocación.

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