Pintura, arquitectura, escultura y música
Las salas del museo, además de las obras expuestas, se van poblando de acontecimientos. Todos relacionados entre sí, complementándose unas artes con otras. Ya hemos hablado aquí, del movimiento del bailarín y de las instalaciones estáticas. En esta ocasión, el museo, nos muestra a varios compositores contemporáneos desarrollando sus partituras a partir del impacto pictórico (Teresa Catalán), de la magnificencia arquitectónica (Tomás Marco y su obra Escorial, por ejemplo), y del juego escultórico (J.A. Orts y sus esculturas sonoras). Alfredo Aracil, con sabia amenidad, ha partido, en estas jornadas cartográficas, del menos conocido, pero muy importante, mecenazgo de Huarte en música, con apoyos muy explícitos a Luis de Pablo, al grupo Alea, y a la venida a la España, todavía franquista y muy conservadora, de Stockhausen o Cage. Estaba convocado, también, Luis de Pablo, pero una reciente operación le ha impedido venir. Ha sido todo un descubrimiento para el espectador averiguar los entresijos compositivos, la investigación sonora hasta las entrañas de la geometría, de la construcción, o de la electrónica. Tomás Marco -maestro indiscutible- y Teresa Catalán -a la que seguimos desde sus comienzos-, son más habituales; pero el trabajo del valenciano Orts ha sido un descubrimiento: su minuciosa investigación sonora es como si dotara a los tubos de órgano barrocos, de células fotovoltaicas que buscan sonidos entre las luces, las sombras, y las personas. Un hallazgo.
Ya en las salas expositivas, asistimos a uno de esos momentos mágicos de verdadera simbiosis en el espacio y el tiempo: con el Homenaje a Bach de Oteiza, de fondo, el joven violonchelista del Barcelona Moderns Project, interpreta no una suite de Bach, que parecería lo evidente, sino la suite homenaje a Bach de Britten; de esa forma dos contemporáneos -Britten y Oteiza-, retoman a Bach, y el violonchelista lo plasma todo en la atemporalidad efímera de la música. Por cierto, el chelo suena, en la acogedora y doméstica sala, poderoso, envolvente y cálido. También fue impresionante la versión de la obra de Ginjoan. En la sala Palazuelo, la flauta travesera planea, casi mística, con una obra de Toru Takemitsu -el Debussy de Asia-; un sonido largo y tenido que parte de células expansivas, mezcla de tradición japonesa e impresionismo. Y, ya en la más pura vanguardia, la obra de Jacob ter Veldhuis (Holanda 1951) para saxofón y banda sonora, que incide en el ritmo y no se aparta de la tonalidad, pero, eso sí, con esa distorsión sonora de fondo, que hoy tiene nuestro mundo.
Tres grandes intérpretes. Sonoridades nuevas que, adquieren una amplitud acústica muy bella en estas salas, pero sobre todo, son coloreadas; y exaltadas por las obras plásticas. Y viceversa.