Interés y ganas. Son los únicos requisitos que se piden para entrar en las orquestas de los IES Julio Caro Baroja y Padre Moret-Irubide. Han sido los mismos durante los 20 años que llevan funcionando con un éxito impresionante entre el alumnado. Las cifras hablan: en dos décadas, más de 1.500 estudiantes han aprendido a leer música y a interpretar un instrumento -la flauta de pico- bajo las batutas de Marian Maeztu y José Javier Aznárez. El aniversario merece una fiesta, sin duda, y qué mejor que celebrarlo con un concierto, esta mañana, a las 12.00 horas, en la sala principal de Baluarte, con un programa que representa los momentos más significativos de esta historia de cultura, pero también de vida. Porque, como dicen sus creadores, aquí no solo enseñamos competencias musicales, “sino que aprenden valores como la autodisciplina, la constancia y la solidaridad que les pueden servir una vez dejen el instituto”.
El matrimonio formado por Maeztu y Aznárez ha dedicado 30 años de sus vidas a enseñar música. Primero, en las aulas de los colegios de Primaria José María Iribarren y José Vila, respectivamente, “donde también teníamos nuestras orquestas”. Y con la llegada de la LOGSE y la ESO, dieron el salto a los citados institutos, cuyas formaciones orquestales actúan juntas dos veces al año, en Navidad y en primavera, sumando unos 190 intérpretes. Con el cambio, los pasillos de los centros pronto “se llenaron con el sonido de las flautas y los xilófonos”. “El ambiente era diferente al que existía con el antiguo BUP”, dice Aznárez, que al igual que Maeztu siente que estos años “han merecido mucho la pena”. “Estamos muy satisfechos de haber dado a tantos chicos la posibilidad de acercarse y conocer la música de una manera que seguro que recordarán siempre”. Y es que, a través de sus proyectos, los alumnos han aprendido a leer y a escribir música, a tocar un instrumento y a “comprender la realidad musical de su entorno de un modo completamente diferente”. Para ellos, escuchar hablar de Mozart no es raro.
Cabe aclarar que una cosa es el programa que ambos profesores desarrollan en el aula y otra es la orquesta en sí misma. Las clases son obligatorias, claro, pero apuntarse al conjunto instrumental de cada centro es “absolutamente voluntario”. Precisamente, esa es una de sus señas de identidad. “Suelen incorporarse quienes quieren llevar a otro nivel lo que han aprendido en las aulas”, y pueden estar uno, dos o siete años y entrar y salir cuando quieran o lo necesiten porque están realizando otra actividad. Eso sí, una vez dentro, se comprometen -“y lo mejor es que lo hacen sin protestar”- a trabajar en algunos recreos, en casa, en los ensayos generales o por grupos... “Nosotros no seleccionamos ni hacemos pruebas a nadie, lo que importa es que tengan ganas, quieran aprender y sean solidarios con sus compañeros”, lo que se traduce en que se aprendan las partituras “para poder tocar todos juntos”.
Contacto intergeneracional
De 12 a 18 años
Eso sí, “velamos para que ningún chaval se agobie, porque igual entra y ve que hay gente de otros años que tiene más nivel”, de ahí que se creara la figura de los aprendices. “Les vamos ayudando personalmente nosotros, pero también otros compañeros y así se van adaptando”. Aquí está otra de las claves de esta experiencia. El rango de edades de los miembros oscila entre los 12 y los 18 años. Aparentemente, unos son unos niños mientras los otros apuntan ya a la vida adulta. Y lo habitual es que, salvo vínculos familiares, ni siquiera se hablen en las zonas comunes de los institutos. “Pero pertenecer a las orquestas también es una manera distinta de pasar por el instituto, porque todos los compañeros se conocen y se saludan por los pasillos”. Además, en los viajes anuales de convivencia, los mayores ejercen de monitores de los más pequeños, comparten horas de charla y vivencias en los autobuses y en los hoteles, sin olvidar el grupo de wasap, claro. Al final, “se crea una relación muy estrecha entre todos y les da mucha pena cuando algunos acaban el Bachiller y se tienen que ir”, comenta Maeztu.
Pero, quizá, el rasgo más característico de estas orquestas es que abarcan un amplio repertorio partiendo de un solo instrumento: la flauta de pico. O de varios si se tiene en cuenta que desde el principio “ampliamos a la flauta de pico alto, soprano, tenor y bajo”, asimilándose, de cierta forma, a las violas, los violines primero y segundo, los violonchelos y los contrabajos, respectivamente. “Con lo cual, ganábamos recursos magníficos”, indica Maeztu.
Una oportunidad
Constancia, paciencia y autodisciplina
Con todos estos elementos, mucha dedicación y equilibrios para la conciliación familiar, Aznárez y Maeztu, padres de tres virtuosos del violín - Javier, Leyre y Pablo-, han dado forma a un propósito cultural y a la vez social. “Nuestro objetivo también era alcanzar la democratización cultural de manera vivencial”, es decir, que los participantes adquirieran criterios para valorar las expresiones musicales y artísticas en general que van a encontrarse a lo largo de sus peripecias personales.
Además, la sinergia ha sido tan intensa “que hemos desarrollado un sentimiento de familia muy fuerte”. Eso implica una educación en valores y una relación que va más allá de la de profesor/alumno. “Mantenemos una confianza mutua y así es mucho más fácil trabajar juntos”, subrayan ambos directores, cuya intención es continuar en la misma línea unos cuantos años más, “siempre que existan las condiciones adecuadas y los chavales tengan ganas”.
¿La música, optativa?
Beneficios a corto, medio y largo plazo
Y si Wert lo permite. La esperanza es que pronto hay elecciones y quizá algún responsable se digne a cambiar la LOMCE impulsada por el ministro de Educación, que ha reducido las enseñanzas artísticas a la mínima expresión, convirtiendo en optativas asignaturas como la música. Él opina que estas materias distraen. Pues bien, a los cuatro años de Wert le ganan las tres décadas que Marian Maeztu y José Javier Aznárez llevan con el buzo de profesores de Música. Una experiencia que les confirma que el alumnado “tiene múltiples beneficios a corto, medio y largo plazo”. Por ejemplo, se ha demostrado que el aprendizaje musical “mejora el rendimiento cognitivo”, es decir, la memoria, el lenguaje, la interpretación de un código no verbal, la agilidad mental... “Empleamos constantemente ambos hemisferios cerebrales, procesando una compleja información que llega a nuestro cerebro a través de canales neurológicos muy diversos”, indican. Y citan también el desarrollo viso-audio-motriz como uno de los provechos de interpretar un instrumento en un conjunto como estas orquestas. Aparte, los jóvenes aprenden a procesar la información “y la capacidad para responder de forma precisa, planificada e inmediata a estímulos visuales y auditivos”. Pero hay más: “Aprenden a escuchar a sus compañeros además de escucharse a sí mismos”. Y todo esto les permitirá también escuchar y asimilar mejor las explicaciones del profesorado en otras clases. Sin olvidar que se entrena la inteligencia espacial, que es “fundamental para representar los pensamientos de la vida cotidiana, desde la solución de problemas matemáticos complejos a acciones cotidianas como organizarse la mochila con el material escolar”.
Aznárez y Maeztu tienen muchos otros argumentos científicos para emitir, “mostrando que la afirmación del señor ministro está muy lejos de la realidad de nuestros institutos”.