pamplona - “Con mobiliario sencillo pero suficiente, habitaciones separadas por cortinas y paredes de adobe que mantenían la estancia fresca en verano y caliente en invierno. Tenían despensa para guardar la uva o las olivas. Eran cuevas convertidas en hogares en las que vivían hombres y mujeres allá por el año 1850. En 1965 todos sus habitantes fueron desalojados”. Así se presenta Mi casa, mi cueva, un documental realizado por Íñigo Floristán que mira “hacia dentro de las cuevas, hacia dentro de los recuerdos de sus habitantes, hacia dentro de la historia de Arguedas”, 50 años después de la desaparición de este modo de vida, y que se estrena hoy en La Filmoteca a las 18.00 horas. Las entradas cuestan un euro.

Mi casa, mi cueva recrea la vida de los cuevanos, recoge testimonios de arguedanos que pasaron en ellas su infancia o parte de su vida e incluye imágenes antiguas de estas cuevas. “Empezamos hace dos años. Yo estudié cine en San Sebastián-Donostia y Barcelona pero soy de Arguedas y me lo propusieron como manera de conmemorar los 50 años que han pasado desde que dejaron de habitarse”, explica Íñigo Floristán. “La idea inicial era realizar un documental objetivo, pero a la hora de rodar, nos hemos dado cuenta de que lo importante son las vivencias, que las vivencias de los cuevanos se llevan todo el peso”, añade. En la realización del filme, de 57 minutos de duración, han participado “amigos y conocidos” del joven, como Diego Pina (cámara) y Teresa Floristán (periodista).

la arguedas “profunda” Para el realizador, esta experiencia le ha servido para acercarse “a la Arguedas profunda”. “Mi abuelo era cuevano y gracias al documental he conocido mis raíces y el modo de vida de estas personas, que eran realmente clase obrera sin poder y que se conformaban con muy poco”, señala Floristán. Como ejemplos, el joven cita algunas de las condiciones de vida de estos arguedanos: “Tenían que desplazarse a por agua, no tenían luz, hacían la matanza del cerdo para cambiarla por pescado...”. Y, entre curiosidades, comenta que los juegos de los niños cuevanos consistían en “mojar la cuesta que llevaba de la cueva al pueblo y lanzarse, como si fuera un tobogán”, y recuerda el testimonio de una mujer que aparece en el filme cuya muñeca era “una piedra de cascajo”.

La mayor parte de las personas que forman el hilo conductor del documental son “personas mayores”, incluso aparece una de 103 años. “Al principio tenían un poco de miedo porque no estaban acostumbrados a las cámaras y demás, pero cuando se dieron cuenta de que mi abuelo era cuevano, que me había informado sobre la historia de Arguedas y que me acercaba a ellos con cariño y respeto, se fueron soltando”, comenta Floristán. Y es que, según el joven, los cuevanos “tienen en la cabeza la idea de que aquel modo de vida era malo”. “Para mí tienen mucho valor porque han prosperado con más dificultades que otros”, precisa.

El principal objetivo del documental, tal y como apunta el joven realizador, es “conservar el recuerdo para que no se pierda”. Y es que, aunque algunas de las cuevas están abiertas a visitas turísticas, otras se están destruyendo por la erosión del propio terreno. Mi casa, mi cueva se convierte, en este sentido, en un necesario ejercicio de memoria histórica.