pamplona - En forma de diario, Elvira Lindo describe los últimos meses de los once años que vivió en Nueva York junto a su marido, Antonio Muñoz Molina. Humor, sociología, política, autorretrato y cotidianidad se dan cita en estas páginas que también contienen fotos.
¿Cómo surge la idea de escribir sobre estos últimos meses en Nueva York y en forma de diario?
-En realidad ya lo estaba haciendo antes de pensar en publicarlo. No empecé ese último invierno, sino el anterior. Luego empecé a ordenar el trabajo, a escribir todos los días, pensé en publicar solo 200 ejemplares para amigos... Y, finalmente, me fui encontrando con el libro sin haberlo previsto.
En sus páginas afirma que un diario exige un compromiso de sinceridad.
-Existen distintos tipos de diarios. Podía haberme decantado por uno más cultural, donde aparecieran desde libros a películas o conciertos, y también hubiera estado bien, pero pretendía hacer un recorrido por mis días, en los que a veces había muy poca cosa. Simplemente se trataba de plasmar la vida normal y corriente en una ciudad en la que hacía muchísimo frío y en la que por eso mismo no podías estar yendo de un lado a otro. Este es un diario de invierno frío de verdad. En ese sentido, es muy fiel a lo que yo estaba pensando, viviendo, leyendo; sobre mis encuentros con las personas con las que me encontraba allí, que podían ser un escritor o una señora de la limpieza. No quise que hubiera ningún filtro especial ni personajes más destacados que otros.
Habla de personajes, y es cierto que por estas páginas pulula mucha gente, aunque la protagonista es la escritora; lo que mira, lo que opina, lo que vive...
-Sí, sí, así es. A mí siempre me ha gustado que aparezcan personajes en todo lo que escribo, dejarlos hablar y crear una especie de retrato de las personas con las que me relaciono. Forma parte de mi estilo, de mi forma de escribir, y, siendo un diario, tenían que estar. Pero es cierto que cuando uno escribe sobre otras personas también se está definiendo a sí mismo. No sé cómo es el resultado de ese autorretrato que al final acaba saliendo; mi interés es poner el foco en los personajes y darles la importancia que merecen.
En estas páginas expone de una manera importante fragmentos interiores de su vida, con sus manías, dudas, inseguridades, y de la de su pareja. ¿Ha llegado el momento en que ya le resultan indiferentes los juicios ajenos?
-Yo nunca soy indiferente y cuando escucho a alguien decir que no le importa lo que los demás dicen de él, no acabo de creérmelo. Este es un trabajo hecho para la exposición y a veces te entra miedo. Hay personas más vulnerables que otras y creo que yo soy una mezcla un poco rara de vulnerabilidad y fortaleza. Cuando estoy en un proyecto me meto con los cinco sentidos, pero luego, cuando llega el momento de exponerlo al juicio de los demás... (Ríe) Hay personas que se consideran a sí mismas profesionales de la escritura y ya está, pero yo no he llegado a sentirme profesional de nada; publicar siempre me da entre pudor y mucho respeto.
De hecho, en Noches sin dormir afirma que ya no quiere ser escritora, que escribirá toda su vida porque lo ha hecho siempre y es su forma de ganarse la vida, pero que no siente esa ambición por publicar y que el miedo insuperable a que uno de sus libros esté en manos de todo el mundo ha ido a más.
-Bueno... No sé si seguirá habiendo libros (ríe). El trabajo en sí me gusta mucho y lo disfruto, aunque también te digo que a veces me siento cansada de trabajar. Son muchos años, mucha exposición, muchos nervios... El poco tiempo que tengo de vacaciones siento una paz muy grande; de pronto por un mes soy una persona anónima y nadie sabe nada de mí, de lo que estoy escribiendo ni de nada. Precisamente por eso muchas veces pienso ‘voy a dejarlo’, ‘voy a publicar menos’... Sé que esto puede parecer chocante, porque las cosas que escribo a veces son muy populares, pero eso yo no lo controlo.
Hay mucho material que nos hace tener una imagen diferente de Elvira y de Antonio, y sentirles más cercanos. En parte, eso es gracias al humor, una de sus señas de identidad.
-Sí, pero no es algo que me proponga, es de nacimiento (ríe). Es una condena, no es que me proponga hacer hu mor, es que soy así. Realmente, en mi vida privada tengo muchos momentos que me resultan humorísticos. Me gusta mirar las cosas de cierta manera, no solo en la escritura.
Y, sin embargo, también tiene el otro lado, el de la melancolía.
-Eso es muy propio de la gente que hace humor. Si vemos el humor de la tele, pensamos que es solo eso; pero los escritores que tienen una vena humorística siempre están ligados a una cierta forma melancólica de ver la vida. Son dos temas muy compatibles. El humor es un escudo, es un mecanismo de defensa muy poderoso. Yo lo tengo desde pequeña, y a mí misma me creaba conflictos. Ahora me doy cuenta de que era una niña muy graciosa, pero no era el papel que quería representar, simplemente era mi forma de ser. No te creas, me hubiera gustado que me tomaran en serio desde niña (ríe).
Nos presenta un Nueva York difícil, frío en lo climatológico, pero también en el terreno de los afectos. Lo define como un “hábitat perfecto para sufridores”.
-No quisiera resultar desagradecida, porque vivir fuera de España y más en esa ciudad me ha hecho en gran parte como soy ahora, y creo que ese contraste me ha mejorado en muchos aspectos. Es un lugar duro para vivir, pero reconozco que lo he vivido desde un lugar privilegiado, no como el inmigrante que se va allí con una mano delante y otra detrás. Todos los lugares son duros para un inmigrante, lo que ocurre es que la cultura americana es muy individualista. Cada persona lleva consigo su vida a cuestas todo el tiempo y en ese aspecto es muy diferente a nuestra manera de concebir la existencia y las relaciones. Aunque al final también encontré mi barrio en Manhattan.
Vivir en esa ciudad, tan lejos de casa, también le ha hecho sentir la culpa de la hija, más que la de la madre.
-No creo que la distancia me haya separado de las criaturas más jóvenes de la familia, no he sentido ese desgarro, que, sin embargo, sí he notado respecto a las mayores. Con el tiempo me di cuenta de era lógico que mi padre sintiera esa ruptura cuando me fui a vivir a Nueva York. Sin embargo, con nuestros hijos eso no pasó. Los jóvenes tienen muchos más recursos y si tengo que decir que a alguien dejé más solo fue a mi padre, sí.
En estas páginas aparecen escritores conocidos, pero ante todo se centran en personas de su vida cotidiana: la señora de la limpieza, el camarero, el sereno, el peluquero.
-Sí, tengo cierta empatía para escuchar, para hacer de una experiencia diaria algo que merezca la pena ser contado. Está bien hacer un pequeño retrato de Colm Tóibin, es una persona admirable y encantadora, pero, en el fondo, lo que veo todos los días en el metro son personas que se matan a trabajar y que en muchos casos vienen de otros lugares. Son esas personas a las que te resulta más especial acercarte. Pero eso siempre me ha pasado; casi todos los libros que he escrito son de personas comunes.
¿Qué me dice de las fotografías?
-Se convirtió en una especie de actividad cotidiana. Hice muchas fotos y en el libro no pudimos meter más porque se encarecía; pero salía a la calle como un cazador de mariposas, y lo mismo sacaba un lugar que a un personaje. Quería que los lectores me fueran siguiendo en lo que estaba viendo y por eso ilustré el libro.
¿Y cómo fue la vuelta a esta España convulsa e incluso colérica?
-En el fondo, uno nunca se va del todo. Y ahora mismo irse es muy difícil; tienes muchos medios para estar cerca. Desde un punto de vista personal, algo me he traído conmigo. Yo soy española, mi ciudad es Madrid, pero las experiencias vividas me han cambiado, y veo las cosas con una perspectiva añadida, que es la de haber estado en un sitio que es totalmente distinto a este. Aunque en España a veces tenemos ese reflejo mezquino de pensar que el que cuenta cosas de fuera lo hace para presumir. Supongo que tiene que ver con que somos un país pequeño. Y eso que el país en el que he pasado los últimos años también está pasando un momento preocupante. Me parece increíble que la mitad de ese país pueda votar a Donald Trump; la idea me resulta casi insoportable. Y de España solo espero que pronto se aclare el panorama y de que en los medios se pueda hablar de alguna cosa más que de política.
Hace poco ha sido el centro de una polémica por el agresivo comentario que le dedicó Hermann Terscht en Twitter y que contestó Antonio Muñoz Molina, ¿cómo ha vivido esta situación?
-Sorprendida por la virulencia. Hay un tipo de gente que por un lado defiende la virtud y por otro genera violencia. Para mí es incompatible una cosa con la obra. Sé que si sigo escribiendo, lo haré diciendo lo que pienso; esto no afectará a mi libertad de expresión, pero sí me hace pensar que la burla o la violencia verbal siempre es más dura con las mujeres. Al fin y al cabo, yo tengo bastantes años de experiencia y una carrera detrás, pero me preocupa que este tipo de latigazos pueda amedrentar a una mujer de 25 años. Y todo lo que ha pasado me parece desmesurado. Esa semana había cuatro juicios y que lo más importante en una portada sean unos títeres y una protesta que pudo ser inadecuada y que sucedió hace cinco años en una universidad es sintomático. No hace falta judicializarlo todo y que necesitemos siempre a un policía, a un juez o a un cura para arreglarnos la vida. Seamos adultos. Y luego, la verdad es que no soporto a los virtuosos, a gente con una moral tan elevada y una boca tan sucia. No lo entiendo.