concierto de la orquesta sinfónica de navarra
Piano: Jean-Efflam Bavouzet. Dirección: Alexander Anissimov. Programa: ‘Polonesa en la menor’ de Oginski; ‘Concierto para piano y orquesta’ de Grieg; ‘Sinfonía número 1’ de Kalínnikov. Programación: ciclo de la orquesta. Fecha: 1 de junio de 2017. Lugar: sala principal de Baluarte. Público: tres cuartos de entrada.
A primera vista, sobre el programa de mano, la tarde se presentaba, como comentaba un oyente, con más forasteros que nunca. Y es que ni Oginski, ni Kalínnikov resultaban conocidos. Tampoco Anissimov; y sí el pianista Bavouzet; pero, han pasado tantos y tan buenos pianistas, que es difícil quedarse con los nombres. En cualquier caso, esa extranjería fue, a la postre, lo más interesante de la velada. La polonesa Adiós a la Patria de Oginski, que abría el concierto, es una obra amable, llena de nostalgia, que Anissimov llevó con un tempo, digamos, de balneario, con esa rémora decadente de cierta melancolía. Bonita. El concierto -conocidísimo- para piano y orquesta de Grieg, era, sin duda, el atractivo, a primera vista, de la tarde: su esplendoroso arranque, sus temas tan tarareables, su grandiosidad pianístico-sinfónica, arrebatan. Otra cosa fue la versión -muy personal y un tanto abrupta, a veces- de Bavouzet. Me sorprendió que el pianista francés eligiera un camino de sonoridad tan extravertida, de pedal tan expansivo, de golpes tan rotundos en el teclado. Ciertamente, al fulgurante comienzo no le va mal tal desarrollo sonoro, pero, francamente, nada más empezar, creí que habían amplificado el piano. A partir de ahí, Bavouzet mandaba en los volúmenes sonoros, preparaba la entrada de la orquesta, que, en comparación, casi quedaba mermada; los graves del teclado, francamente poderosos. Eso sí, todos los temas resultaron claros, y la pegada al espectador fue de gran fortaleza, tanto, que terminado el primer movimiento, el público aplaudió -por otra parte, como dice algún director de orquesta: mejor que aplaudan a que tosan-. Pero fue sintomático. Quizás por todo esto, el adagio debiera haber sido mucho más contrastado, y haber buscado algo más sorprendente en el sentido contrario. En cualquier caso, la verdad es que gustó al respetable. Eligió una versión eminentemente de fuerza; pero, este concierto se presta a tantos otros matices. De propina, para apaciguar un poco los ánimos, dio a Debussy: bien, sin más.
La obra de Kalínnikiov, desconocida, pero francamente asequible, sirvió para el lucimiento tanto del director como de la orquesta. Espléndida la cuerda en el primer movimiento: el tema -que se repite y se va posando en las distintas familias- es hermosísimamente humano en los chelos, luego en violines y en violas. A la segunda vez que lo escuchamos, la sinfonía ya no resulta desconocida; también porque subyace todo el mundo sonoro al estilo Tchaikovky. El segundo movimiento es de trompas -bien- y maderas, con un finísimo ostinato en los violines primeros. En el tercero -y, en general, en toda la sinfonía-, el empaste de la orquesta debe ser fundamental para crear esa atmósfera de romanticismo ruso de extensión horizontal; y es que Anissimov me pareció uno de esos directores de la antigua escuela, que saben elegir un tempo y unas dinámicas capaces de sacar lo mejor, el sonido más hermoso de la orquesta.
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