Luz en las tinieblas
Festival de Música Contemporánea de Navarra
Programa: Sergio Blardony (1965): Entre el murmullo y el vuelo para actriz, saxo soprano y bajo, y electrónica; y Disembodied, para dos clarinetes, electrónica y vídeo (estreno absoluto). Andrés Gomis, saxofones. Prado Pinilla, actriz. Javi Pérez, clarinete. Uxue Roncal, clarinete. Marta Azparren, video. Sergio Blardony, electrónica. Lugar: civivox Condestable. Fecha: 28 de septiembre de 2018. Público: lleno el espacio habilitado (gratis).
El problema de la sesión La luz de Dreyer propuesta por Sergio Blardony, y por el que más de medio auditorio abandonó el concierto a los veinte minutos, fue, -aparte de la siempre dura recepción de cierta música que llamamos contemporánea- la falta de información previa al concierto, para muchos de esos oyentes. Es imposible entender nada -salvo esporádicos fogonazos de luz y sonidos-, si no se conoce la filmografía de Theodor Dreyer; y más concretamente, si no se ha visto Ordet (La Palabra, 1955), la obra maestra que le valió el León de Oro en Venecia. Y, ciertamente, no nos engañemos: ¿quién ve cine en blanco y negro, aparte de los muy cinéfilos o los que ya tenemos una cierta edad y recordados los grandes hitos de la pantalla? Además, tampoco está de más, para esta función, conocer el Evangelio de San Juan, de donde salen muchas frases de las intervenciones del protagonista de la película, Johannes, que, en el concierto que nos ocupa, son interpeladas por los textos poéticos de Pilar Martín Gila que se intercalan: “La palabra no estuvo en el principio?”, por ejemplo. Tampoco se entiende el descenso desde la parte de arriba del Condestable -a oscuras- de la actriz Prado Pinilla, con una vela, si no se recuerda la escena de Johannes (el personaje que se cree Jesucristo) que coge los candelabros y los pone delante de la ventana “para que la luz pueda alumbrar las tinieblas”. Ciertamente, Blardony, con sus dos obras presentadas -(Entre el murmullo y el vuelo y Disembodied)- consigue acercarnos a lo que, digamos, son algunas de las esencias, entre otras, de este cine: la luz, la palabra, y la lentitud de su tempo. Entre el murmullo? combina muy bien la electrónica -sonidos hirientes a veces-, con el directo del saxofón, y los poderosos textos, tanto grabados -con esas campanudas voces que nos hablan desde la pantalla-, como los que recita la actriz. Textos entrecortados que lo mismo hablan de cosas domésticas, como de aseveraciones fundamentales. El ambiente inquietante que logran todos esos elementos, y el matiz de trascendencia, se consigue.
En Disembodied, sin embargo, Bardony riza el rizo, y nos propone una abstracción del mundo de Dreyer valiéndose, casi exclusivamente, de unos golpes de sonido de los clarinetes -francamente hermosa la sonoridad grave-, distanciados por unos tiempos muertos insoportables. Porque, además, prescinde, prácticamente, de la imagen en la pantalla, y sólo se nos ofrece ese fondo lumínico que, ciertamente, es la característica de este cien, pero: si al cine le quitas la imagen? Por otra parte, la fórmula musical, de golpes sonoros muy hermosos, repito, se agota a los cinco minutos, por lo que me resulta muy repetitiva; no se aprecia variación -aunque seguro que la hay- entre las diversas intervenciones. Dicho con todo respeto, los últimos veinte minutos se me hicieron larguísimos. Y, creo que, a la mayoría del auditorio que aguantó hasta el final, también.