dos ricos diletantes que quieren probar a asesinar y acaban aniquilando al hijo de un millonario, con las consecuencias que eso acarrea; un hermano muy digno que le hace un ocho en la cara a un joven Alphonse Capone, por entonces camarero; un quinqui al que inmortalizaron Sabina y Burning; un defensa colombiano que fue asesinado por meterse un gol en propia puerta en el mundial del 94... Son algunos de los personajes que viven, junto con sus andanzas, en Escrito en negro, el primer libro que publicó el periodista, ilustrador y autor Martín Olmos (Bilbao, 1966), un “oportunista” de lo raro, lo extravagante, lo pintoresco, lo extraordinario que, pese a su declarado pánico escénico, ayer compartió un rato con el público de Pamplona Negra en una charla en la que también habló de su segundo título, Breve relación de vidas extraordinarias.

Les despidieron como colaborador del periódico El Correo por una crónica sobre “las golferías” de Alfonso XIII. Debió de pisar algún callo, “pero mediano o pequeño”, ni siquiera de alta alcurnia. Fue una reacción decididamente “cutre” y una auténtica faena. En una sociedad marcada por lo políticamente correcto, la irreverencia paga un precio muy alto. “Es una costumbre que al final nos pasará factura”, dice Olmos, que no busca la provocación ni mucho menos, simplemente “las palabras que encajan mejor en cada historia. Es triste que haya gente que esté practicando la autocensura por lo que está sucediendo; resulta absurdo”. Y recuerda a Baroja cuando decía que “tan imbécil es el que se sorprende por todo como el que no se sorprende ante nada”, a lo que añade: “tan imbécil es el que no usa la palabra maricón, por ejemplo, cuando se ajusta al contexto de lo que está escribiendo, como el que la usa sin venir a cuento con tal de escandalizar”. En su caso, Olmos emplea el lenguaje como le viene mejor, y, a decir de la crítica, lo hace muy bien. Además, “no olvidemos que un libro solo es un libro y que no conduce a nada; es perfectamente prescindible. No habría pasado nada en España si no se hubiese escrito El Buscón, no hay que sacar las cosas de quicio; a veces lo que tenemos delante solo es un libro, una película, una canción, un monólogo de un humorista, nada más”, afirma.

Aquel artículo de las aficiones del monarca formaba parte de la serie de crónicas que publicó con carácter semanal durante mucho tiempo en dicha cabecera y que arrojó más de 300 textos de los que 42 se reunieron en Escrito en negro (Pepitas de calabaza, 2015), que recibió el Premio Euskadi de Literatura. Muchos de los personajes surgieron de lecturas adquiridas en librerías de segunda mano, como memorias de policías y similares, “y los casos más célebres -como los de Jack el Destripador o el del crimen de Cuenca- de publicaciones ya conocidas”. En aquellos textos periódicos que luego recalaron en el libro “era bastante cuidadoso y trataba de que todo lo que escribía fuese verídico o, al menos, que si se basaban en algún tipo de leyenda esta estuviese lo suficientemente arraigada para darle un marchamo de historia. No me inventaba nada”.

En cada relato, eso sí, Martín Olmos cambia el estilo narrativo y las palabras suenan con distinto acento. “Pero eso me sale solo”. Por ejemplo, uno de los artículos hablaba del taxista afroamericano Rodney King al que la Policía de Los Angeles apaleó en 1991, generando una ola de indignación que derivó en importantes disturbios. “En otros casos había usado frases más largas y barrocas, pero en este opté por frases cortas, al estilo James Ellroy. Al final, la escritura es una traslación de algo visual, y en ese caso me imaginé la persecución de un negro que se había tomado de todo menos un yogur por parte de un grupos de pasmas con ganas de darle de hostias y me pareció que el estilo telegráfico, casi de acelerones, podía dar más juego”, señala el escritor, que confiesa que hay historias reales que le ha costado creer. Por ejemplo, la del cantante de punk GG Allin, que se comía sus propias heces, al que llegó a través de otro malogrado músico, Jaco Pastorius, al que mató el portero de un bar.

brevemente En su segundo libro, Breve relación de vidas extraordinarias (Pepitas de calabaza), Olmos vuelve a recopilar historias reales, pero en textos mucho más breves. “Y no están tan comprometidas con el hecho criminal. Aparecen asesinos, ladrones, pero también tontos, prostitutas e incluso parientes”, comenta. Y confiesa que, al ser relatos más cortos, se ha centrado mucho en la anécdota que quería destacar, de manera que hay casos como el del Cardenal Segura, del que solo escribe su afición por capar las esculturas de desnudos masculinos porque le parecían indecorosas, aunque también “fue un hombre que tuvo una relación beligerante con Franco”. En otras ocasiones, la chispa es una frase. “Leyendo sobre la Semana Trágica de Barcelona, me enteré de que habían fusilado a un tipo, Ramón Clemente i García, por bailar con el cadáver de una monja, y, claro, es que para mí era inevitable hacer algo con eso”, indica.

La “tentación” está ahí, al alcance de la mano, y ya baraja varias historias nuevas de personajes singulares. Se le ocurre que una podría ser la de Bartolín, un concejal del PP que en 1998 simuló un secuestro de ETA. Y ya tiene hasta la referencia perfecta, una canción de Sabina que dice “quién no se ha tomado a sí mismo como rehén. Bartolín es un personaje ridículo, fascinante, que puede suscitar hasta ternura”.

Sin duda, leyendo los textos de Olmos una puede llegar a pensar que su vida es tremendamente ordinaria, aunque el escritor enseguida zanja: “Todos tenemos algún momento en que hemos hecho algo tremendamente ridículo”.