Mitos Grecolatinos en la Danza y el Ballet

Muerte de Narciso: coreografía de Alicia Alonso, música de Julián Orbón. Diana y Acteón: Agripina Vaganova / Cesare Pugni. Somiglianza: Mattia Russo y Antonio de Rosa / Debussy. Intérpretes: Luca Giaccio, Sayoa Vivanco, Jon Aizpún, Claudia Bosch, Astrid Bramming, Elena Castellanos, Giulia Russo y Alejandro Moya. Programación: Museo Universidad de Navarra. Lugar: Auditorio del Mueso. Fecha: 2 de febrero de 2019. Público: lleno (10 y 8 euros).

Bajo la alta sabiduría belletística de Roger Salas, el MUN sigue desentrañando el mundo de la danza a través de su ciclo Coda en movimiento. Este año, en torno a los mitos grecolatinos en la danza, que es, para nuestra cultura -filosofía griega, derecho romano, tradición cristina- como empezar desde el principio. Y es que identificamos, sin problemas, esos movimientos coreográficos que parecen dar vida a las pinturas de las vasijas griegas, o a esas formidables estatuas que cumplen los más exigentes cánones de belleza. En palabras de Isadora Duncan: se trata de expresar el sentimiento del cuerpo humano en relación con la columna dórica. (Escritos ante el Partenón. Ed. Akal).

Muerte de Narciso es un solo masculino coreografiado por Alicia Alonso, con música, -intensa y que aporta poderosa y convulsa envoltura al bailarín-, del hispanocubano Julián Orbón. Requiere un bailarín efébico, y Luca Giaccio, que la estrenó en 2012, expresa con elegante vigor el atormentado relato del joven enamorado de si mismo. Se reconocen movimientos de la gran diva cubana, sobre todo en el movimiento de brazos y manos. Luca se luce en los giros, aunque sus saltos parecen más comedidos. Hay explícitos gestos de juegos con el agua que hoy nos parecen algo simples; pero el impacto visual de la figura llena la escena. Al fondo los crípticos versos -citados por Salas en su librito sobre Narciso-, de Sor Juana Inés de la Cruz: “viendo en el hombre su imagen / se enamoró de sí mismo / su propia similitud /fue su amoroso atractivo / porque sólo Dios de Dios / pudo ser objeto digno”.

Diana y Acteón: estupendo paso a dos, de gran dificultad técnica -lo confirma nuestra querida Arantxa Argüelles, en el coloquio posterior a la gala-, a cargo de Sayoa Vivanco y Jon Aizpún. Seguimos, como no podía ser de otra manera, con la nobleza apolínea que requiere el clasicismo formal de la coreografía de Agripina Vaganova. Los dos jovencísimos intérpretes defienden muy bien su parte. Sayoa maneja las puntas con gran seguridad; sus giros, siempre centrados; su delicadeza, hasta los extremos de las manos. Jon, un poco nervioso en las elevaciones de la bailarina -hubo cambio de la anunciada-, sale, sin embargo airoso; y, en las variaciones a solo, nos sorprende con unos saltos espectaculares, tomando la medida del escenario con un vuelo admirable. Le auguramos un gran futuro.

Somiglianza: con coreografía de Mattia Russo y Antonio de Rosa (Kor’sia) sobre música de Debussy. Impresionante. Un verdadero descubrimiento. Pocas veces hemos visto una coreografía contemporánea tan bien insertada en la fluctuante música de Debussy. Sobre el movimiento corporal individual del fauno y de las ninfas -a veces cartabónico, muy moderno y esquinado-, siempre planea una maravillosa asimilación del fraseo y del tempo impuesto por la música. Una joya que lo tiene todo: las citas a la Siesta del Fauno de Nijinsky, la relación del protagonista con las ninfas a través de las manos o del insinuante y ondulante legato, -siempre el movimiento afluente de la música, y viceversa-; pasos arriesgados como el montar a la ninfa sobre los pies del fauno?, y, sobre todo, la originalidad de hacer perdurar la tradición con lo más moderno. Recuerdo la sentencia del musicólogo Tellez, en este mismo museo, el pasado año: “esa flauta sin tonalidad ni medida de la Siesta”, da comienzo a la música del siglo XX.

En el coloquio, el profesor Ricardo Piñero -en una corta y entretenida lección magistral- resume el mito de Narciso: hoy se hubiera hecho un selfi.