pamplona - Con tres historias -la de Luc, un hombre sin miedos; Ada, una joven fotógrafa; y Andrés, forzado al exilio amenazado por ETA- reunidas en una sola, la escritora Luisa Etxenike retoma el conflicto vasco en Absoluta presencia, su última novela que presentó el pasado jueves en IPES. Un trabajo con el que, desde un estilo limpio, directo y también apasionado, la donostiarra abre de par en par tres vidas desde las que propone miradas y caminos insospechados.

Retoma con Absoluta presencia el conflicto vasco donde lo dejó hace diez años en El ángulo ciego. ¿De dónde nace esta nueva historia?

-La historia del terrorismo en nuestras vidas ha sido larga y transgeneracional. El ángulo ciego describía el impacto que sufría una familia tras ser asesinado uno de sus miembros. Ahora, Absoluta presencia muestra la historia de unos exiliados, una familia que tuvo que dejar Euskadi hace más de veinte años por la presión de ETA. Esta familia se fue a París con una niña tan pequeña que no tuvo tiempo ni oportunidad de saber nada, y sus padres decidieron no contarle nada, dejar que naciera de nuevo como una parisina y viviera al margen de todo aquello. Es una novela sobre la memoria pero también sobre la mirada, sobre la atención que prestamos a las cosas, al sufrimiento de nuestro alrededor. Trato de poner interrogantes a nuestro comportamiento ante este tipo de situaciones complicadas.

Habla de la mirada como un ejercicio activo, en el que decidimos qué mirar y qué no...

-Efectivamente. Se trata de poner el foco en qué miramos y cuándo desviamos la mirada. Sin duda, se trata de un ejercicio activo y, también, un compromiso moral. Creo que es importante como ciudadanos saber qué sucede a nuestro alrededor y no apartar la mirada. En la novela se incluye una reflexión artística sobre la fotografía, que es también mirada, que tiene que ver con esto, con lo importante que es en todos los momentos ver y, al observar, desvelar esas capas de ocultación que muchas veces nos confunden. Parece que vivimos en una realidad, pero detrás de la fachada de esa realidad hay otra. Pero también se habla de los espacios públicos y privados. Hay cosas que suceden, como por ejemplo la violencia de género, en el ámbito privado y, sin embargo, sabemos lo importante que es que esto se vea como un asunto público. Que salga, en el sentido más literal, a la calle. Por eso, la mirada puede convertir asuntos que nos parecían privados en cuestiones públicas.

Antes ha mencionado la memoria, para la que el arte ocupa un lugar fundamental en su recuperación...

-Así lo creo yo. Cuando pensamos en acontecimientos históricos tan terribles como la Shoah o el Holocausto, creemos que hemos recibido mucha información, muchos datos y muchas posibilidades reales de conocimiento. Y cuando nos preguntamos cómo nos hemos hecho una idea de lo que realmente sucedió se plantean unas cuestiones: ¿fue a través de los libros de historia? ¿A través de los archivos oficiales? Tengo la impresión de que no, de que nos sentimos más cerca de lo que ocurrió a través del cine, de películas, de novelas... Porque lo que hace la ficción es convertir los datos y la información en experiencia vital, en cosas que le pasan a la gente de carne y hueso, con emociones, sentimientos, pensamientos, etcétera. Por eso creo que el arte es fundamental y que tiene una gran responsabilidad en la transmisión de lo sucedido, de la memoria.

¿El miedo es un elemento importante en la novela?

-Se muestran diferentes miedos, pero sí es un elemento importante. Aunque donde hay miedo también puede haber valentía; y no está solo en la novela, está con sus antídotos, tales como la confianza y la valentía.

¿Ha tenido que hacer un gran esfuerzo para evitar que la novela se convierta en un exabrupto?

-No porque para mí el acto creativo es eminentemente intelectual. Es un acto deliberado que tiene más que ver con decisiones de tipo estético y reflexivas. No escribo nunca bajo el imperio de ninguna emoción. No, al menos, como motor fundamental. Evidentemente, no se puede disociar el pensamiento del sentimiento ni de la emoción, pero en este caso se trata de un ejercicio intelectual. Dicho esto, también creo que es una responsabilidad del artista buscar la forma que permita contar las cosas del modo más eficaz posible y a veces aquello que apela directamente a las emociones puede tener un impacto, pero es más efímero que lo que apela a todo lo que somos; a la emoción, sí, pero también al pensamiento y al conocimiento.

El terrorismo se muestra como un asunto público que nos afecta como sociedad, pero desde la experiencia íntima de las familias.

-Claro, porque el terrorismo atacaba a personas que tenían esas dos dimensiones, como miembros de una sociedad pero que también tenían una vida privada. El terrorismo afectaba a los gestos cotidianos, y estos son los gestos del trabajo, de la escuela, de la vida familiar... Es decir, a la vida íntegra de las personas. Por eso tiene una dimensión pública y colectiva pero también una dimensión privada. La literatura parte de esa dimensión más íntima para llevarla al ámbito más abierto.

Un personaje de la novela dice que “ETA asesinaba, pero los atardeceres se hacían sobre la Bahía de la Concha con la misma, asombrosa, elegancia. ETA volvía a matar, pero la naturaleza no se conmovía. Tampoco la humana”. ¿Los hechos contaminan los lugares?

-Yo quizás no utilizaría el verbo contaminar. Los lugares están impregnados por todo lo que pasa. Reciben lo que sucede y son escenarios de ello. Por eso me parece tan importante que la memoria de lo sucedido esté inscrita en estos lugares. Deberíamos tener siempre una memoria viva y esto pasa también, insisto, por visibilizar los lugares donde suceden las cosas. Y nosotros también. Nuestras experiencias, sentimientos y biografías están ligadas a lugares. Cuando pensamos en hitos de nuestra vida privada, tanto amorosos como profesionales o terribles, pensamos en términos de personas pero también en términos de lugares. Es fundamental mantener y asociar la experiencia al lugar, sobre todo cuando nos referimos a estos hechos que tanto nos han afectado como sociedad.

¿Qué me dice del exilio? En su libro se menciona desde un punto de vista diferente, positivo.

-No quiero frivolizar porque asumo que para la mayor parte de las personas tener que dejar el lugar donde ha vivido y ser expulsado por condiciones de miseria, de violencia o de dictaduras tiene que ser una experiencia terrible. Pero sí me parece interesante introducir la variable de que para algunas personas pueda ser un momento gozoso en sus vidas. Realmente, es una oportunidad de una vida nueva, de ensayar nuevas biografías y de que exista la posibilidad de dejar todo atrás sin nostalgia. Creo que podemos ver el exilio desde una manera positiva cuando concebimos que haya personas que vivan sin nostalgia, sin la necesidad de mirar atrás. Cuando unas personas llegan a un lugar nuevo cuando salen de otro donde han pasado cosas terribles, ¿por qué solo quieren volver? ¿Por qué no cabe imaginar que quieran una vida que vaya solo hacia delante? Y ese ir hacia delante es lo que he querido poner en el libro.

Ir hacia delante está bien, pero el exilio no deja de ser un desplazamiento forzoso...

-Claro que sí, pero el hecho de que sea forzoso no convierte toda una realidad en forzosa. El ser humano no pierde su libertad por que haya algo que le empuja. Y esa idea del exilio positivo tiene que ver con la idea de que algo nos puede expulsar del lugar pero nunca nos llegará a dominar completamente; seguimos siendo dueños de nuestra vida o, por lo menos, de parte de ella. Y ahí podemos elegir una lectura nueva, positiva, fresca y alegre de la situación que se nos plantea delante.

Esta es una novela sobre las consecuencias de la violencia de ETA pero también toca otras temáticas. ¿Es una forma de que los lectores sientan que las experiencias de unos son las experiencias de todos?

-Yo creo que sí. El sufrimiento de unos nos enseña el sufrimiento de todos, y en ese sentido cómo reaccionamos como sociedad a lo que nos parece injusto nos prepara ante otras injusticias. Son aprendizajes y responsabilidades que van cambiando de asunto. ETA hace mucho tiempo que no mata, afortunadamente, pero vivimos rodeados de otras formas de violencia, de muchas formas de injusticia, y en este sentido creo que las experiencias duras que como sociedad hemos podido vivir nos tienen que hacer crecer, tener esa mirada afinada y afilada para no perder de vista lo que sucede. Crecer supone estar atento, alerta, y ser capaz de replicar o de contestar a lo que nos parece negativo o injusto.

¿Y cree que los jóvenes de hoy en día tienen esa mirada afinada y afilada que tan necesaria dice que es?

-Me preocupa que los jóvenes conozcan poco y mal lo que ha sucedido. Por ejemplo, hace dos años, el 10 de julio, se cumplían 20 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Un estudio reflejaba que la mitad de los estudiantes universitarios desconocía quién era Miguel Ángel Blanco. El hecho de que ignoren ya quién era este hombre indica que hay una forma de transmisión que no está bien. Es una tarea de los adultos, una tarea compleja porque hay que transmitir lo sucedido sin la carga de lo sucedido, esa carga de emociones y tensiones que hemos vivido de primera mano. Pero sí el conocimiento de lo sucedido, porque no creo que ninguna sociedad crezca bien si no conoce bien de dónde viene. Si nos falta conocimiento, nos faltan eslabones de nuestra propia biografía.

Hablar sobre terrorismo implica una gran carga ideológica. ¿Es un reto tratar de encontrar un lenguaje nuevo para narrarlo?

-Cada persona y cada escritor elige su posición. Como decía uno de mis maestros, Albert Camus, “el escritor no debe ponerse del lado de quienes hacen la historia sino de quienes la padecen”. Yo sabía, y así ha sido, que iba a contar el terrorismo del lado de las víctimas. Su voz iba a ser la voz de mis libros. También tengo que añadir que el lenguaje nuevo es fundamental, pero cuando se habla de terrorismo, de amor o de cualquier otra cosa. Hay que buscar convertir las palabras corrientes en palabras recién nacidas. Y esto es una tarea difícil pero en ello consiste el trabajo literario. Además, en el caso del terrorismo, se trata de un fenómeno rodeado de discursos que están constantemente en los medios de comunicación y en la calle, por lo que la tarea de buscar un lenguaje propio, fresco y que huya de aquello es fundamental.

Precisamente, esta pasión por el lenguaje le ha llevado a escribir expresiones como “y se fundía el hierro del lenguaje para darle otra forma”, en referencia a la neolengua que se creó en aquellos años.

-Digamos que se quería con el lenguaje, fundamentalmente desde el bando terrorista y su entorno, que las cosas parecieran lo que no eran. Hacían parecer a los victimarios como víctimas, y para eso hay que dar a las cosas un sentido que no tienen. Hoy vemos con los hechos alternativos o con las fake news el poder que tiene el lenguaje. Es un instrumento de manipulación de primer orden. Por ello, no hay que retorcer el lenguaje y si nos encontramos con una fórmula retorcida tenemos que denunciarla y enderezarla. La literatura tiene la responsabilidad de usar un lenguaje sin eufemismos, sin disfraces; las palabras en estado puro. La masa madre del lenguaje. Y esto es complicado pero es que el arte es complicado. Si fuera una prolongación de lo ordinario, ¿dónde estaría el interés? La creación artística requiere esfuerzo, pasión, dedicación y atención, y con eso se consiguen relatos inolvidables.

¿Cuál es el papel de la novela como instrumento moral?

-Creo que la responsabilidad moral de la novela es la de no dejar preguntas sin hacer, asuntos sin alumbrar. Tiene que ir detrás de las fachadas, de las cortinas, a todos los lugares; e interrogar. Por eso yo creo que hacernos saber es la responsabilidad moral de la literatura. No creo que importen tanto las respuestas como las preguntas. Tenemos que poner una linterna en todo lo que pasa y si el asunto es incómodo, más todavía. Esa es la responsabilidad de los artistas: que no queden asuntos sin poner encima de la mesa.