pamplona.- Han pasado los años, y los libros, pero Patxi Irurzun sigue poniéndose nervioso en las entrevistas. Eso sí, su pluma ha crecido muchos enteros y su prosa ahora se cobija bajo una de editorial multinacional, pero su esencia literaria, esa con la que ha ido conquistando a propios y extraños, se mantiene intacta, incluso más exquisita y sagaz.

Nunca digas de este agua no beberé, este cura no es mi padre... y no volveré a escribir novela histórica. Pero aquí tenemos 10.000 heridas...

-Lo dije, lo dije al terminar la otra (Los dueños del viento), porque este tipo de novelas requieren mucho trabajo de documentación y de tiempo escribiendo; de hecho, la anterior me costó diez años. Así que, en ese momento, pensé que no me iba a volver a meter en un fregao de estos. Pero, a su vez, con Los dueños del viento se me quedó una especie de espina en el sentido de que me salió una novela muy seria, que en el fondo era lo que exigía ese tipo de historia. Pero sucedió que, a veces, no reconocía mi estilo, mi voz, como decimos los escritores. Y me apetecía introducir un poco de humor en el género, que es como muy sobrio. Eso, por una parte, y por otra, es cierto que la novela anterior funcionó muy bien, en la editorial estaban contentos y me lanzaron el órdago de volver a escribir una novela histórica, le estuve dando vueltas, y decidí que no debía desaprovechar ese pequeño filón que había encontrado. Así que me lancé a escribirla, con esa parte de humor, trayéndola un poco a mi terreno.

Precisamente, ¿cómo se hace una novela histórica seria con humor?

-Hay novelas históricas que son parodias, como las de Mendoza. Pero en mi caso no es una parodia, es una novela en la que el humor va entrando poco a poco, de manera progresiva; empieza siendo una novela clásica y se acaba convirtiendo en otra cosa, que era una de las ideas que tenía. En Literatura se puede hacer todo, y yo no he inventado nada al introducir ese matiz.

Barriendo para casa, y viendo la vorágine de hilos que entrelazan a la pléyade de personas que dan vida a 10.000 heridas, en cierto modo recuerda, como idea, a esos artículos que escribías para la revista ON de DIARIO DE NOTICIAS con base en la teoría de los seis grados de separación, esa que dice que podemos conectarnos con cualquier otra persona del planeta Tierra a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios.

-No lo había pensado, pero puede ser. A la hora de estructurar la novela sí que pudo ser algo así. En realidad, el punto de partida del libro fue un cuento infantil que escribí hace tiempo, que se llamaba El truco de Sanchicorrota, y en él introduje el personaje de Pedro Guinea, que es el que aparece aquí.

Un personaje negro en la Bardena navarra allá por los siglos XV y XVI, ¿cómo llega hasta él Patxi Irurzun?

-En el cuento lo hice por introducir un elemento atractivo para los niños, a la par que un elemento ficticio en la trama. Pero, a partir de ese personaje, sí que sucedió lo que tú apuntas, que fui tirando del hilo y eso hizo que ganara peso para mí, y me llevó a pensar en otros personajes con los que construir un saga familiar. Y para darle forma me acordé de otros personajes negros de la literatura española. Así, por una parte estaba el hermanastro del Lazarillo de Tormes, que en realidad es uno de los protagonistas del libro; y luego había uno también en el libro Naufragios, de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Este libro me gustó mucho y en él aparecían cuatro supervivientes de una expedición que se tiraron diez años andando por el sur de Estados Unidos y México, entre tribus indias, y uno de ellos también era negro, Estebanico. Pero según se apunta en este libro, había algún negro más en la expedición, así que imaginé que uno de ellos podía ser un personaje de la novela. Así que, en el fondo, sí que se podían dar esos seis grados de separación porque, como en el libro, anterior también hay unos cuantos cameos, en los que esta vez hasta salgo yo.

Precisamente, el colofón de 10.000 heridas es una nota del autor en la que hace un exhaustivo repaso a todas las citas y cameos introducidos así como frases de canciones. Suele ser habitual que se apunten las referencias utilizadas pero no de forma tan exquisita.

-Lo he hecho porque en Los dueños del viento también introduje diferentes guiños y referencias, y muchas pasaron desapercibidas, en general. Y eso me daba un poco de pena, y quería que en esta se supieran varias de las cosas que he utilizado.

Está claro que Patxi Irurzun no es negro, pero, vista la descripción que hace del protagonista, Pedro Guinea, en la que afirma que no está dotado de la fuerza física ni la velocidad de sus antepasados, pero sí dotado con el don de la escritura, ¿tiene cierto reflejo en este protagonista inicial?

-Sí, siempre hay algo de mí mismo en los libros que escribo. Es más, creo que en todos los libros hay algo de uno mismo aunque en teoría no tengan nada que ver con la vida del escritor, pero, a fin de cuentas, ahí está presente su manera de imaginar y de pensar. En el anterior, el protagonista era un músico, un pirata con cierta sensibilidad artística, y en este nos encontramos con un narrador, que articula toda la novela, que tiene ese don de la escritura, o que descubre que se le da bien escribir, algo que utiliza para descubrirse a sí mismo o para reforzar partes de sí mismo que quizá de otra manera no pueda hacer.

Estamos hablando de una novela, como un ente único, pero realmente nos encontramos antes tres novelas diferenciadas que también podrían leerse como unidades independientes.

-En realidad son tres novelas en una. Y cada una de ellas son libros diferentes, de hecho les he llamado libro primero, segundo y tercero, en los que cambia también el registro, el punto de vista y la personalidad narrativa. A mí me gusta mucho, por ejemplo, la segunda parte, que es una novela picaresca, algo que tenía muchas ganas de hacer y he disfrutado mucho porque creo que le he cogido muy bien el tono. Son tres libros diferentes en los que se da una progresión hasta el punto de que el libro acaba siendo algo diferente a cómo empieza.

Sin desvelar nada, ¿cómo podemos decir que acaba el libro?

-No sé cómo decirlo sin destriparlo. Pero al final, en ese compendio de citas y referencias culturales que hago, lo termino con una canción de Cabezafuego, Busco título, que es un tema en el que a mitad se aburre y lo convierte en otra cosa. No es que yo me haya aburrido del libro pero sí quería eso, que se fuera autodestruyendo a sí mismo de alguna manera, incluso metiendo algunas pequeñas confusiones. Eso, lo que aporta es que voy a llegar a los lectores que me han conocido por Los dueños del viento, más de novela clásica e histórica, pero también a otros que me seguían y a los que le gusta el Patxi Irurzun más gamberro.

Más gamberro, pero te has centrado en Sanchicorrota, un Robin Hood navarro al que no les ha dotado de ningún matiz anarkopunk marca de la casa, sigue robando a los ricos para dárselo a los pobres.

- A él no le hace falta ese punto, ya su propia historia de por sí es bastante subversiva. Sanchicorrota era un molinero, que trabajaba tranquilamente, hasta que de repente un día le vienen a cobrar unos impuestos y se carga al recaudador y tiene que huir a las Bardenas, que es donde se refugiaban los bandidos, y convertirse en uno de ellos y hacer de ello su vida. Y se dedica a ejercer esa justicia social de repartir los botines entre los pueblos de los alrededores. Pero debemos tener en cuenta que esto es lo cuenta la leyenda y no sabemos si esto sucedió así o no. Pero, en cualquier caso, yo me quedo con la leyenda.

Aunque estemos ante una novela de aventuras, una novela histórica, que lógicamente habrá requerido su buena dosis de documentación, en este caso no encontramos ante un variante del género muy particular ya que le has echado una notable dosis de imaginación, haciendo que el resultado sea más libre.

-Sí. Y en cuanto a la documentación, la verdad es que traía bastante trabajo adelantado de la novela anterior, ya que aunque ambas no coinciden exactamente en el tiempo, tampoco cambia la vida demasiado de un siglo a otro. Por lo tanto, tenía gran parte del trabajo de documentación hecho, pero sí que en la primera parte me tuve que documentar más sobre la Corte de Olite y el Príncipe de Viana, para lo que me he leído hasta libros de cocina. Pero en la segunda, la novela picaresca, y en la tercera, que es el viaje de Cabeza de Vaca, sí que he dejado volar más la imaginación. Y, además, tenía como referentes los libros del Lazarillo de Tormes y de Naufragios. Este último ya de por sí es increíble porque intenta ser una crónica de Indias, un libro de viajes, pero acaba convertido en un libro realmente alucinante, en el que Cabeza de Vaca cuenta que resucitaban a la gente o que de repente se le aparecía un árbol en llamas.

Entre otras de las delicias de estas 10.000 heridas están los descubrimientos, no para todos pero sí para muchos, del significado original de palabras como mostrenco, que hace referencia a un hombre libre, y que inevitablemente a uno le lleva a pensar en la libertad que dicen que vivimos actualmente.

-Es así. Mostrenco tiene ahora una acepción peyorativa, pero, sin embargo, la RAE recoge como acepción la persona que no tiene hogar ni dueño conocido. Y esa era la manera en la que se llamaba también a los negros o a los esclavos que eran libres. Pero es que se utilizaba esa palabra, mostrenco, de una manera despectiva porque ser libre estaba mal visto incluso para los propios esclavos. Y eso me llamó mucho la atención, que utilizaran como insulto llamarle a alguien persona libre. Es lo que casi sucede ahora con el que se aparta del camino establecido. Fíjate, por ejemplo, en el fútbol, cuando alguien falla un penalti le dicen que se dedique a la poesía, la historia va también un poco por ahí. Son personajes que van buscando la libertad y a los que yo se la concedo de alguna manera haciendo un poco de justicia poética, porque había negros libres pero lo normal en aquella época es que fueran esclavos.

¿Qué queda en el Patxi Irurzun actual, que edita con la gigantesca Harper Collins, de aquel que casi autoeditaba Felisín, el cazador de lagartijas?

-Echando cuentas, me he dado cuenta de que llevo 30 años escribiendo. El primer libro lo publiqué con 19 y ahora tengo 49. Mis primeras incursiones en la Literatura fueron esas, Felisín, el mundo de Jamerdana... pero luego ha habido una progresión en la que siempre me ha gustado ir cambiando de género y sorprenderme a mí mismo. Ahora se ha dado la circunstancia de que estoy escribiendo este tipo de libros más históricos, pero justo cuando acabé esta novela, comencé a escribir otras cosas y he regresado a ese mundo Jamerdana, el punk, el rock... Y tengo una cosa entre manos en ese sentido solo que con la perspectiva del que ya ha vivido todo eso, y lo mira desde una edad más adulta, pero creo que la esencia se mantiene.

En este sentido, Patxi Irurzun nunca ha dejado de ser un cuentista, en el mejor sentido de la palabra.

-Sí, sí, también puede que digan en el fútbol que vives del cuento. Es un género que siempre me ha gustado muchísimo, además, el primer libro que escribí con 19 años, que ganó el libro Ciudad de Palencia, era de cuentos. Y quizá también esta novela que acabo de publicar sea un compendio de pequeños cuentos. El género del cuento y del relato siempre ha sido mi preferido.

Ahondando en ello, debe ser muy diferente la sensación de publicar ahora, con una editorial de alcance mundial, cuanod antes casi los tenáis que vender tú mismo.

-Sí, pero la Literatura no deja de ser precaria para un autor que empieza a estar en este nivel. En cualquier caso, siempre es satisfactorio tener una editorial detrás que te permita llevar tus libros a lugares donde antes nunca llegaban, como México o Argentina, o contar con una edición de bolsillo. Y yo estoy en un punto ahora, en el que de una manera u otra vivo de la escritura, ya que están los libros, colaboro en los periódicos, por la tarde tengo un trabajo a media jornada en una biblioteca, tengo algún club de lectura. En este sentido, cuando empecé a escribir, mi sueño era ese, vivir de la Literatura, de los libros, y de alguna manera se puede decir que he llegado a ese punto en el que puedo decir que sí, que vivo de los libros.

10.000 heridas, ni una más ni una menos, ¿por qué?

-Yo quería titularlo Mostrencos, pero creo que no se iba a entender, que no iba a poder quitarle ese significado peyorativo con el que lo usamos ahora. Diez mil heridas son las que yo calculo que sufren los protagonistas de esta novela de aventuras, no solo físicas, también miradas o comentarios despectivos, humillaciones, injusticias... También podría haberlo titulado Diez mil y una heridas, como una condena, porque parece que los pobres, los diferentes, los débiles, están condenados desde que nacen, como un pecado original, a sufrir. Eso sí, mis personajes son capaces de sobrevivir a todas estas heridas y vivir libres.