pamplona - Consciente de la necesidad de dejar “un legado” que reivindique el papel de las mujeres en el periodismo español, la “periodista de internacional todoterreno” Ana del Paso, como ella se define, recorre desde sus inicios en Reporteras españolas, testigos de guerra el papel de las corresponsales en conflictos armados. Para ello, la que fue corresponsal en Oriente Próximo y en El Cairo y enviada especial de la agencia Efe en Centroamérica se remonta al siglo XVII y viaja, de la mano de 34 mujeres, hasta el panorama actual.

¿Cómo surgió la idea del libro?

-Todo empezó cuando estaba en Washington (EEUU) haciendo una tesis doctoral sobre mujeres que cubren conflictos armados. Cuando regresé para completarla, descubrí que había pocas cosas sobre las periodistas españolas, así que pensé que era el momento de escribir solo de ellas, y en 2015 comencé a investigar.

¿Con qué dificultades se topó a la hora de documentar los inicios?

-Eso fue puramente bibliotecario. No tiene gracia, porque cualquier trabajo de investigación lo requiere. La verdadera sorpresa del libro son las vivencias de 34 reporteras, a las que les pregunté cuántos conflictos armados habían cubierto y cuánto tiempo estuvieron en la zona, porque no quería que hubiera sido poco tiempo.

¿Cómo decidió quiénes eran las 34?

-Hablé con las mujeres que conocía y con las que estas me iban recomendando, porque a las periodistas más jóvenes no las conocía, y fue una sorpresa. Es un trabajo de solidaridad, porque han querido no estar solo ellas, sino que han integrado a las compañeras más desconocidas.

Recoge testimonios de veteranas y de jóvenes freelance, ¿qué diferencias observa entre ambas?

-Las de menor edad tienen menos experiencia, pero más recursos y más peligro de ser intoxicadas por las fake news. Además, han heredado un camino emprendido por otras, que se han tenido que hacer hueco en una sociedad patriarcal. Pero todas tienen en común que querían opinar sobre cuestiones muy complejas, y algunas estaban indignadas, porque se ha tardado mucho tiempo en preguntarles. Por eso era importante hacer este libro ahora, porque recoge vivencias que se iban a perder pronto, como las de María Dolores Masana, de 83 años.

¿A quién va dirigido el libro?

-A cualquiera que le interese el reporterismo de guerra, porque es como una asignatura, y hay universidades que lo han incluido de manual. Explica cómo evadir la censura, moverse en la zona, qué entrenamiento recibir para no jugarte la vida...

¿Cuál es el peor peligro al que se enfrenta una periodista de guerra?

-Ser violada. Carmen Sarmiento cuenta que, cuando estaba en un convoy en El Salvador, este fue tiroteado y un militar le dio un revólver. Por nuestra profesión no podemos ir armadas, pero lo cogió, porque antes de ser violada prefería suicidarse. El testimonio de Carmen Postigo también es impresionante. Cuando estaba en Sarajevo, al fotógrafo le dio un ataque de histeria y tuvo que abofetearle para seguir. Es increíble cómo en las mujeres aflora el sentido común y la fuerza en tiempos de guerra, aún diciendo algunos que somos el sexo débil.

Hábleme de Francisca de Aculodi, la primera periodista española.

-Era una corresponsal y desde 1687 escribía para un quincenal francés de lo que acontecía en Donostia, de donde ella era. Yo no la conocía antes. Sí sabía de las hermanas Nelken, que estuvieron ayudando en la Guerra Civil a los corresponsales como guías y traductores. Es para cabrearse, porque la mayoría eran periodistas extranjeras, como Gerda Taro o Martha Gellhorn, mientras que las españolas hacían funciones de asistencia.

¿Y la primera periodista de guerra?

-Para mí es Teresa de Escoriaza, no Carmen de Burgos -conocida como Colombine-, porque estuvo en las trincheras, con Ortega y Gasset. Colombine fue a los hospitales, donde escribía cartas para los familiares de los heridos. Cuando Escoriaza volvió a España, sus compañeros le dedicaron un poema y le organizaron una comida, y a De Burgos no. Se trata de dos visiones del conflicto, ya que Colombine estaba en la retaguardia. Hace poco se ha presentado un libro que recoge sus crónicas, y estoy segura de que se hará lo mismo con Escoriaza.

¿Qué aporta al periodismo el conflicto desde la mirada de una mujer?

-Imagínate que vas a un conflicto armado y ves a niños, ancianos, mujeres... y ellos te ven a ti, una occidental. Les sorprende, porque están en un infierno del que se irían si pudieran. Te acercas a ellos, y cuando les muestras tu interés les sorprende, porque se humanizan. Se encuentran frente a una mujer con la que poder desahogarse, eso es lo importante.

¿Ha notado algún reconocimiento por este libro por parte de sus compañeros que no había tenido en su carrera?

-En mi caso no. Tengo cuatro premios, pero en todos los gremios se siguen dando muchos más reconocimientos a hombres que a mujeres. Es un reflejo de lo que sigue pasando en la sociedad, y las mujeres estamos enfadadas. No vamos por la vida pidiendo premios, solo queremos que haya igualdad, porque hay excelentes trabajos hechos por mujeres que no se destacan. Parece que hay un club privado al que algunos no permiten que accedamos. Nos hemos currado estar donde estamos, pero seguimos teniendo un techo de cristal.

¿Qué se necesita para ser una periodista de guerra?

-Tenemos claro lo que queremos, somos luchadoras, apasionadas, pertinaces e insistentes. No nos damos por vencidas, porque, cuando te dicen que no puedes, sacas las garras y acabas demostrando lo que vales. Merecemos un puesto en la historia del periodismo de este país.

¿Está pensando en que vean la luz las anglosajonas y francesas a las que comenzó investigando?

-Sí, tendré que hacerlo para que no se pongan celosas, pero todavía sigo presentando Reporteras españolas, testigos de guerra, un año después de su publicación. Es muy interesante que, de las 34 mujeres que aparecen, 20 han participado en las charlas. Me siento feliz y respaldada por ellas, porque he podido darles visibilidad.