El cuarteto con piano Zingarese ha adquirido ya ese estatus del grupo camerístico por excelencia, capaz de convertir los cuatro instrumentos en uno solo: ese otro instrumento maravilloso, que, aun manteniendo la sonoridad individual, crea otra nueva, poderosa, maleable y dúctil, capaz de llevarnos al más formidable sinfonismo -con tan pocos medios-; o a la más sutil meditación; pasando por lo que es siempre una lección en la música de cámara, a saber: la claridad expositiva, el desmenuzamiento de las voces, y el asombroso resultado de la suma de los individuos, que es mucho más que cuatro.

Tanto con Mozart, como con Brahms, la conexión entre público y escenario fue total. Porque lo que trasmite este cuarteto -además de altísimo nivel técnico- es una implicación emocional, incluso visual, con las partituras, a las que saca su extraordinario encanto, una vez desentrañada su matemática. Ambas obras colmaron todas las expectativas, pero, quizás por la acústica de la sala, que todo lo agranda un poco, Brahms, tan íntimo y tan grande, a la vez, resultó una verdadera experiencia musical.

El Mozart de los Zingarese está cuidado; en primera instancia, en estos cuartetos con piano, parece imperar el predominio del teclado; pero, aparte de que en algunos tramos, la propia composición parece más concierto para piano y orquesta, la verdad es que Jover estuvo toda la velada muy equilibrado, desplegando extraordinaria claridad en los pasajes más virtuosísticos y siempre integrado en la sonoridad de todos. Porque este cuarteto mozartiano es complejo, con sus zonas de sombra a las que hay que atender con densidad, pero sin perder la sutileza. Como detalle, esos compases de la cuerda sola y la repetición del tema por el piano (allegretto).

El cuarteto con piano número uno de Brahms está muy bien elegido para la ocasión; es muy variado y atractivo para el público, y parece resumir todo Brahms: el sinfónico, por el grosor que alcanzan los intérpretes en los fuertes; el del lied, por el precioso tema, muy cantabile, del andante; y el de las danzas, con el presto final. Además en el estreno estaba Clara Schumann al piano, lo cual le da un plus emotivo. Y, por otra parte, nuestra formación de cámara de hoy, toma el nombre de ese movimiento arrebatador alla zingarese. La versión: a la altura de las continuas exigencias y matices de la obra: redondez global del tutti, equilibrio de sonoridad en las intervenciones individuales, magnífico rubato, que nos tenía en vilo -no hay dos compases iguales-, bien dosificado pedal, búsqueda de la sonoridad hermosa, con sorpresas de cierta investigación sonora, como el segundo movimiento con sordina, de una extraña oquedad, volátil y preciosa. El tercer movimiento resultó orquestal: Madrazo, Fernández y Arbizu, logran que la cuerda respectiva cante; luego el pianista abre todo hacia una grandeza heroica admirable. El ataque del cuarto movimiento, es un botón de muestra de la respiración e intención de todos al unísono. El presto, extraordinario, con todos los matices: de la melancolía a la exuberancia.