pamplona - Escrita y dirigida por Carolina Román, esta obra cuenta la historia de Mario, un funcionario de 45 años que un día recibe una llamada que le anuncia la muerte del padre. La noticia genera un viaje al pasado del que Mario hace testigo al público, cuando corrían los años 60 en la España rural y él era un niño que se sentía niña y soñaba en sus juegos infantiles con ser una heroína, una niña, una madre, una esposa... Guerreros, conocido por el gran público por su papel de Koke en La que se avecina, encabeza un proyecto que apuesta por resarcir a todas esas personas cuyas vidas fueron truncadas por la marginación y la violencia social.

Es protagonista y productor de la función, ¿cómo se involucró en Juguetes rotos?

-Quería hacer algo que me sacara de la comedia. Mi función anterior de teatro había sido Milagro en casa de los López, de Miguel Mihura, y desde 2005 no hacía drama. En principio, esto iba a ser un monólogo escrito y dirigido por Carolina Román, pero en uno de los ensayos apareció Kike Guaza y decidí introducirlo y que fuera una función a dos. De ese modo, Carolina escribió la obra sobre la marcha; recuerdo que era agosto y teníamos vacaciones y al volver ya tenía el texto. Y hasta hoy. Ha sido un matrimonio a tres perfecto.

El detonante de todo es una llamada que recibe Mario, su personaje.

-Esa llamada empuja a Mario a buscar su felicidad, truncada por todas las represiones que ha sufrido desde niño. Alessio Meloni ha creado una escenografía preciosa formada por jaulas que metafóricamente se refieren al hecho de que Mario siempre ha estado enjaulado, como las palomas que tanto cuida y quiere. Y le cuesta romper con ellas a pesar de que sale de su familia y de su pueblo, sobre todo porque ha padecido tantas censuras a lo largo de su vida, que no se atreve. Hasta que conoce a Dorín, que le empuja a vivir la vida. Pero no digo más, no quiero hacer spoiler (ríe). Solo puedo decir que cuando preparábamos la obra hablamos con gente que había pasado por lo mismo, como Maite, que nos pidió que la historia tuviera un final bonito y esperanzador. Y le hicimos caso.

¿Cómo creó a Mario, en quién se inspiró?

-Hablamos con la Asociación 26 de diciembre, que nos contó algo que nos sorprendió muchísimo, y es que apenas quedan transexuales mayores de 55 años porque muchos cayeron en la depresión y se suicidaron. Y a día de hoy muchos siguen sufriendo un índice de paro muy alto. Necesitan una aceptación por parte de la sociedad que no reciben. Maite nos decía que cuando va a comer a un restaurante se siente observada, y lo mismo le pasa cuando va a comprar al supermercado. Les miramos como si fueran bichos raros. Y ellas, como Mario, necesitan cariño y comprensión.

Mario es muchas personas en una, habrá sido un desafío como actor.

-Sí, y además salen Mario niño y Mario adulto. Ha sido necesario trabajar muchos registros porque va cambiando sus estados de ánimo a lo largo de la función. Me gusta sobre todo en sus momentos de soledad. Hay un momento precioso cuando es niño y en el palomar fantasea con ser una mujer; entonces se prueba un vestido y baila con él puesto. Es uno de los momentos más bonitos de la función. Ese es el verdadero Mario.

¿Cómo es trabajar con Carolina Román?

-Es una maravilla. Ha ido trabajando sobre la marcha y ha incluido muchas de las improvisaciones en el texto. Yo interpreto a dos personajes y Kike a cinco. Hay una escena preciosa entre el padre de Mario y su padrino hablando en la barra de un puticlub que surgió improvisada. Carolina es una de las dramaturgas más potentes que tenemos en el teatro español.

Los dos actores están nominados a los Max en la misma categoría, a mejor protagonista. A lo mejor comparten el premio.

-No sé, no hay que olvidar que hay un tercer actor nominado, Albert Salazar (A.K.A.), al que no conozco, pero del que he leído críticas buenísimas. En cualquier caso, nosotros estamos encantados, haber llegado hasta aquí ya es un premio y tenemos listo el esmoquin para ir guapísimos a Valladolid el 20 de mayo.

También se han ganado al público desde el primer momento.

-Cuando el año pasado estuvimos en el Teatro Español, todos los días de representación -de martes a domingo- colgábamos el cartel de no hay localidades. Algo que ya habíamos hecho en Avilés, donde estrenamos el 1 de enero de 2018. Cuando montas una función, hasta el día en que la muestras no sabes cómo va a reaccionar el público; y cuando vimos a los 800 espectadores del Palacio Valdés puestos en pie aplaudiéndonos nos dimos cuenta de que teníamos magia entre las manos.

Esta obra va mucho más allá de la transexualidad, en definitiva habla del respeto a la diferencia.

-Habla de todo lo que se sale de la norma establecida. Al fin y al cabo, estas personas solo buscan el amor, pero como son diferentes, no se les acepta y acaban siendo marginadas.

¿Qué les debe la sociedad a las personas que en los 60, 70 y 80 tuvieron que pasar por todo esto?

-Y en la actualidad, porque, como decía antes, todavía hay gente que las mira mal e incluso algunos aún reciben insultos. Les debemos muchas explicaciones.

¿En qué medida le sirvió su experiencia como víctima de bullying, que narró en un libro, para dar vida al personaje?

-Es curioso, porque el proyecto al principio iba a ser un monólogo sobre alguien que había fracasado por la marginación que sufrió a causa del acoso escolar. Yo, en efecto, sufrí acoso durante un curso y he querido trasladar el sentimiento de soledad que yo experimentaba al personaje de Mario. Él en realidad no está solo, tiene un hermano mayor al que adora y una madre de la que prácticamente está enamorado, pero hay momentos en que se siente muy solo.

Afortunadamente, en lo referido a la transexualidad se está avanzando en muchos aspectos, incluidos los legales, pero a la vez surgen partidos políticos y grupos de opinión con opiniones de hace décadas.

-Esas personas ya estaban ahí, lo que pasa es que ahora no les da vergüenza expresar sus opiniones. Y la sociedad igualitaria, comprensiva y empática debemos hacerles frente. Millones de personas no queremos volver atrás, sino dar un paso adelante. ¡Incluso dos!

Como en todo, la educación es la clave.

-Es fundamental, pero no solo la que se imparte en las aulas, sino sobre todo la de casa. No hay que olvidar que los chavales imitan comportamientos.

¿Y cuál es el poder del teatro sobre estas realidades sociales?

-Nina Simone, de la que soy un fan absoluto, decía que los artistas tenemos la obligación de involucrarnos en los problemas de la sociedad que nos ha tocado vivir. Y creo que somos un vehículo para personas que no tienen voz. El teatro puede mostrar, que no adoctrinar, esos problemas; igual que la televisión y el cine. Aparte de hacer reír, podemos hacer reflexionar, y eso es lo bonito de esta profesión.

¿A Nacho Guerreros la escena también le permite salir del encasillamiento?

-Como dice mi compañero José Luis Gil, el teatro es la madre del cordero del actor. No entiendo a los actores que no se asoman al escenario, y hay muchos, sobre todo los más jóvenes, porque, claro, en el teatro no se gana dinero y es muy sacrificado. A mí me ha dado muchas satisfacciones desde los inicios de mi carrera.

Koke también le ha dado mucho.

-¡Claro! Me ha dado una popularidad inmensa. Estoy en la serie más repuesta de la televisión, una serie que ha sido un referente en comedia y en todo.

Nacho Guerreros

actor y productor de ‘juguetes rotos’