Este agresivo título de una conocida película nos sirve para identificar la labor callada, abnegada y complicada de los directores de comunicación, de los jefes de campaña, que se la juegan cada vez que la cita electoral aparece en el panorama.

La manera contemporánea de hacer política ha creado estos personajes omnipotentes, silenciosos y ocultos entre las bambalinas del poder de los partidos políticos, y que concentran poder en torno a la candidatura de sus jefes, que confían ciegamente en el hacer de estos magos merlines de la contienda electoral, que si resulta victoriosa, miel sobre hojuelas, y si fracasan, sus cabezas rodarán inmisericordemente, y si no que se lo pregunta a Javier Maroto, decapitado del poder y chamán defenestrado tras el fracaso de su formación el 28-A.

La tarea fundamental de estos responsables de campaña es el de articular un modo eficaz de comunicación para hacer llegar los mensajes electorales a los ciudadanos, bien sea por los medios tradicionales, los mecanismos de las redes digitales o la propaganda electoral y su secuela de encuentros, mítines o acciones callejeras de los candidatos, bajo la férrea mano de los responsables de campaña.

En estos manejadores de la Opinión Pública confían los líderes que se ponen al servicio de métodos, modos y maneras de los brujos constructores de imágenes y modelos comunicativos de sus jefes, que ciegos siguen las indicaciones, hojas de ruta y modos de comunicar contemporáneos. Venerados y despreciados Jefes de Campaña, pero siempre necesarios para jugar en la arena política de nuestros días. Elementos de marketing, sociología, psicología se mezclan con gotas de ingenio, sensibilidad y empatía con los electores son necesarios para no pasarlas canutas la noche electoral, con los resultados sabios. Para unos, gloria, para otros, pasión. Acertad, acertad malditos jefes de campaña.