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Conmovedor

‘LA MÚSICA DE TU HISTORIA’

Espectáculo multidisciplinar dirigido por Jesús Arbués y creado y producido por Raúl Madinabeitia. Con Iñaki Fresán, barítono; Adela Martín, piano; Ayla Losada, violonchelo; Carmen Larraz, danza; Salva Tarazona, percusión; Jokin Zabalza, guitarra; Leyre Ruis e Isabel Zabalza, actrices. Incidencias: participación especial de profesoras de taller, y personal especializado de la Clínica Josefina Arregui de Alsasua. Lugar: Teatro Gayarre de Pamplona. Fecha: 1 de junio de 2019. Público: lleno el patio de butacas y las plateas (12 euros).

No es un espectáculo al uso. Multidisciplinar, llaman; pero al servicio de una encomiable idea. En esta ocasión, hay que incorporarse, también desde la butaca, a la complicada tarea de encontrar marcos, espacios, ambientes, para que lo cantado, lo bailado, lo leído, lo vivido, permanezca un poco más, por lo menos -si es que no se puede recuperar-, en la memoria de los que la están perdiendo, o los que la han perdido ya, por la enfermedad del alzhéimer u otras demencias. Por implicación personal, más o menos cercana, casi todos hemos convivido con estos enfermos; por lo tanto, la velada que hoy nos ocupa también resulta aleccionadora, balsámica y consoladora, no sólo para los más implicados en ella, sino para todo el público, porque se exteriorizan sentimientos que uno creía solo propios, y que, sin embargo, son comunes y, sobre todo, muy humanos. En este sentido, dos momentos cumbre de la velada -para mí los más emocionantes y conmovedores- son cuando un enfermo, que ha perdido gran parte de su memoria, se enfrenta al teclado del piano, y toca el Para Elisa de Beethoven maravillosamente -milagrosamente-, como si la música fuera el miembro más fiel de su organismo para seguir viviendo; y cómo éste residente de la clínica Arregui de Alsasua busca desesperadamente ampliar el repertorio -que era extenso- y le cuesta? pero el Para Elisa queda. El otro gran momento -veraz y absolutamente creíble en su sincera, y muy bien dicha, narración- es el de la cuidadora, que encima de perder -o ganar de otra forma- su vida, cuidando al enfermo, se siente culpable por no poder hacer más. Está, también, todo el esfuerzo de las asistentas de la institución alsasuarra, por mantener el ritmo vital con una sencilla coreografía sobre la marcha húngara de Brahms, o la polka; y por reconciliarse con épocas felices a través de las canciones más populares y conocidas: desde las autóctonas, hasta los boleros. Iñaki Fresán, en este sentido, se implica totalmente con este repertorio. Lo mismo que el resto de intérpretes: Ayla Losada, al violonchelo; Adela Martín, fundamental en el acompañamiento, y con un emocionante solo; Salva Tarazona, en la percusión, y Jokin Zabalza a la guitarra. Pero todo esto es el marco de lo que pasaba en el grupo central de la residencia. Funcionaron muy bien algunas proyecciones, por ejemplo, la apertura de la puerta y la colocación virtual del coro en medio del prado; también Carmen Larraz evolucionó, muy volátil, en el fragmento del bosque. Una narradora hilvana la función, que fluye ordenada hasta llegar al Grito, realizado en Soundpainting (un lenguaje universal de signos, inventado por el neoyorquino W. Thompson, por medio de los cuales, y en pautas simples, se improvisa), y que, sonoramente, representa muy bien lo que se pretende: ese cierto caos del grito, tanto de liberación como de impotencia; y que, a mi juicio, escénicamente quedó un poco confuso y apelotonado; por la coincidencia de todos los elementos -y alguno mas que se añadió-; y, quizás, también, porque se quería representar, visualmente, ese desorden que se apodera de la mente.

Y, al hilo de esta propuesta, una experiencia personal: en la residencia San Fermín, en una visita a mi tía, se me ocurrió entonar la Misa Pastorela; para mi sorpresa, las diez o doce mujeres -de Pamplona y de pueblos alejados y dispares- se unieron a cantarla; independientemente de su estado emocional, todas se la sabían. La música -(y también los rezos)- es de lo más apegado a la vida. Es un consuelo.