Sara Cano Compañía de Danza

Bailarines: Alarcón, Barrero, Berlanga, Capel, Cazorla, Morillo, Garzón, Quiñones, Del Rey, Joung. Programa: Vengo. Coreografía y dirección: Sara Cano. Músicas varias. Iluminación: Gloria Montesinos. Vestuario: Elisa Sanz. Programación: Festival de Olite. Público: algo más de media entrada (18 euros). Aplaudió, con bravos, de pie, al finalizar el espectáculo.

Sara Cano, esta vez desde la dirección y coreografía, nos muestra a diez vitalistas bailarines -jóvenes y bien preparados- que nos van a llevar por las danzas de toda España, recordándonos -con versiones disciplinadas, llenas de virtuosismo y garra- lo que solemos ver en las fiestas de nuestros pueblos. El espectáculo tiene, entre otras cosas, tres pilares fundamentales: un estudio minucioso de la jota, en todas sus variantes -más o menos vivaces-; la canción de La Molinera -“Vengo de moler morena”-, que dará pie para jugar con los cernedores -probablemente ninguno de los jóvenes bailarines sabía qué es eso-, de los que parte mucha de la música percutida, porque a Cano le gusta la percusión, como lo demuestran A palo seco; y la copla de Manuel Machado: “Hasta que el pueblo las canta / las coplas, coplas no son / y cuando las canta el pueblo / ya nadie sabe el autor”. Porque todo ese maravilloso acerbo cultural de bailes, tuvo sus autores, pero nadie cobra los derechos, son del pueblo.

La función se ve con indudable agrado, pero, a mi juicio, se pasa un poco de metraje, no por la danza en si -siempre luminosa-, sino por las transiciones entre baile y baile, que pecan de preparaciones lentas y falsamente trascendentes, parando el ritmo del espectáculo. Por otra parte, algo que, a estas alturas, me parece innecesario, es sacar a escena toda esa ruralidad de botijos, orcas, etc, que damos por amortizada. El vestuario es correcto, sin especificar época, aunque algo más de vuelo para alguna jota, no hubiera estado mal -la propia Sara, cuando experimenta con la bata de cola, es espectacular-. La luz es limpia y clara; dejando ver todo lo que pasa.

Pero, bueno, lo importante es la transmisión, formidablemente vitalista, que le hacen los bailarines al público, de los aires de jota, con sus derivados, sus parentescos con otras danzas, sus expresiones de carácter: dependiendo de las zonas de donde provengan -Segovia, Navarra, Valencia?- La base de la coreografía de Cano es el respeto absoluto a los pasos primigenios; no hay fusión, propiamente dicha, sino las preciosas pinceladas, concretas, de cada baile, dejándolos fluir, y a los que imprimen energía y buen gusto, los bailarines. La música -salvo algún canto- es percusión que la propia compañía ejecuta raspando el suelo, o con los cernedores y palos. El paloteado, de extremado virtuosismo y velocidad, marcando espacios mínimos, es uno de los momentos más espectaculares. Hay delicados pasos a dos femeninos; a cuatro con aires gallegos, muy bien cuadrados en simetría; hay un formidable paso a cuatro de bravura; un tour de force basado en el pas basque, muy logrado, que casi deriva en rítmico rock, donde demuestran soltura de piernas y facultades; hay una elegantísima jota mallorquina (creo); un poco de monotonía en la repetición de “?si supiera la tierra que ayer araste?”; bellos grupos que trazan la diagonal a lo Gades, y unas espléndidas ruedas de toda la compañía, con la jota como base, en la que se entrelazan, se sortean, se agrupan, se quieren, en fin, por encima de esos veinte centímetros que los arranca del suelo con un garbo y rasmia -para usas palabras popular- que da gusto verlos.

El folclorismo es una rama específica de la danza. Es de vital importancia que se mantenga, no sólo por cuestión antropológica o museística, sino porque de ahí luego surgen maravillosas coreografías (Kukai, por ejemplo). Por eso el trabajo de Sara Cano es fundamental. Eso sí, siguiendo con Machado, sabiendo que “tal es la gloria de los que escriben (bailan) cantares / oír decir a la gente / que no los ha escrito nadie”.