pamplona - La compañía vasca sumerge, literalmente, al público en el espacio escénico diseñado por Fernando Bernués para el montaje dirigido por Mireia Gabilondo a partir del texto de Patxo Telleria. Los espectadores, 200 en total, ocuparán sus lugares en bancos, literas y sillas que reconstruyen el orfanato del gueto de Varsovia desde el que niños, adolescentes y adultos, entre ellos el médico pediatra y pedagogo Janusz Korczak y su mano derecha, Stefania Wilczynska, partieron para ser exterminados en el campo de Treblinka a manos de los nazis en 1942. Mientras llega ese momento, tratan de mantener una rutina diaria, aprender a comportarse como seres humanos solidarios y sociales y sobreviven compartiendo sustento, alegrías y miedos. Telleria (Bilbao, 1960) habla de lo que supuso escribir este texto y de las lecciones que contiene, perfectamente vigentes hoy. Pese a su dureza, la obra ha tenido un gran éxito y lleva tres años de gira.

Creo que la idea de hacer una obra de teatro con esta historia le llegó de la mano de la productora Ana Pimenta. ¿Qué materiales usó para escribir el texto?

-Tengo que hacer memoria porque lo escribí hace unos tres años. La propia compañía recabó mucha información a través de Internet, donde buscando con criterio siempre acabas encontrando material interesante. Y en este caso más, sobre todo porque Korczak no es un personaje mediático ni muy conocido, aunque podía haberlo sido a nada que un productor de Hollywood hubiera fijado sus ojos en esta historia, ya que tiene todos los elementos políticos y humanos requeridos para ello. Y como narración es enormemente potente. Así que fuimos buscando material en distintas fuentes, también las pedagógicas, porque, aunque mucha gente no lo sabe, Janusz Korczak fue quien empezó a hablar en el mundo de los derechos de los niños. Y lo hizo en una época en la que los niños eran fuerza de trabajo en cantidad de países, más en un entorno como la Polonia de entreguerras y ya en la propia segunda guerra mundial, donde los orfanatos que llevaba este hombre estaban enclavados en el gueto de Varsovia.

¿Cómo vivió el proceso de escritura, qué aprendió por el camino?

-Es muy difícil leer sobre este hombre, sobre lo que hizo y no sobrecogerte. Es un ejemplo de ese valor sordo que no es muy de puertas afuera, pero que te deja realmente impresionado. Él era judío y, aunque no tenía un gran sentimiento religioso, de vez en cuando le pedía a dios que le diera una vida difícil y hermosa. Yo también pienso que dios no existe, pero parece que alguien le hizo caso, porque tuvo una vida enormemente difícil e incomparablemente bella también.

Parece totalmente oportuno hablar de esta historia hoy, en tiempos en los que vemos a niños y padres separados y retenidos en campos de concentración en Estados Unidos, pequeños bombardeados en Siria, esclavizados, ahogados, desaparecidos...

-Sí. Los niños son una parte vulnerable y frágil. Son los primeros que sufren en cualquier conflicto bélico o tragedia social porque son los más indefensos. Efectivamente, esto está pasando hoy en Estados Unidos y en todos los conflictos que hay ahora mismo en carne viva en el planeta. Y, desgraciadamente, parece ser que seguirá pasando durante bastante tiempo porque no terminamos de aprender de nuestros errores.

Sin duda, podemos aprender mucho de este hombre que pudo salvar su vida y decidió no hacerlo.

-Korczak era una persona muy bien situada y con mucho prestigio social en Varsovia y cuando los nazis decidieron llevarse a los niños al crematorio de Treblinka, a él le ofrecieron quedarse porque era una eminencia en su ámbito. Él rechazó esa invitación envenenada y se montó en el tren con los niños. Ese es el final de este hombre y de la historia que contamos, pero lo que dejó va mucho más allá de lo sucedido. En un momento dado, él dijo que lo difícil no es tener un final trágico o heroico, lo difícil es vivir una vida heroica, trabajando cada día, y eso ya lo habían hecho, por eso trasladó a los niños que ya solo les quedaba lo más fácil. Hay que tener en cuenta que cuando llegó la noticia del traslado al campo estaban ya enormemente cansados de la lucha por la supervivencia.

Llama mucho la atención el sistema que montó en los orfanatos, como pequeñas repúblicas con sus normas, sistema judicial, etcétera.

-Fue un pedagogo visionario y aparte de inaugurar el concepto de derechos de los niños, puso en práctica en los orfanatos un sistema autogestionado en el cual los niños tenían un papel destacado. Tanto en la organización como en la administración de disciplina, de tal manera, que cuando se producía un conflicto, el tribunal lo componían niños. Pero no era algo de cara a la galería, sino que todo estaba pautado, de modo que el sistema era eficaz y los niños acababan dictando sentencia. A Korczak le interesaba mucho dar a entender que los niños son más pequeños en tamaño, pero en nada más, y mucho menos en derechos. Mucha gente se escandalizaba ante estas prácticas, entre ellos, algunos de los donantes que iban a visitar los orfanatos para conocer el destino de su dinero. Como pedagogo, es un personaje que hay que conocer, aunque, sin duda, lo que más destaca de él es su enorme dimensión humana.

Y tenía una mano derecha, Stefania Wilczynska, a la que en la obra encarna Maiken Beitia y que compartió su destino.

-Así es. Esta mujer estuvo con él hasta el final, aunque intentó quitarle de la cabeza la idea de ir con ellos a Treblinka porque pensaba que alguien como Korczak tenía que seguir estando después de la guerra. Era una petición que no dejaba de tener su lógica, y él podía haberse apoyado en ese argumento tranquilamente; sin embargo, pensó que aportaba más como modelo yendo con los niños. Y la historia demuestra que acertó, aunque no sé si puede expresar así, porque ejemplos como el de Korczak nos hacen creer, de vez en cuando, que el ser humano tiene remedio.

¿Qué puede decirme de la puesta en escena tan especial de la obra, estuvo en contacto con la directora, Mireia Gabilondo, para adaptar la escritura a este planteamiento?

-En realidad, el espacio escénico es un diseño de Fernando Bernués, que no se limitó a crear una mera escenografía, sino que hizo una declaración de principios sobre el modo en que se quería contar esta historia. Cuando a mí me llegó el encargo de escribir el texto, ese concepto ya estaba, así que gran parte del mérito de la propuesta reside en esa idea de envolver al espectador en la historia, de hacer que la vea desde dentro, insertado en ese orfanato. Mal tenía que haberlo escrito yo para que el montaje no tuviera la fuerza que ha acabado teniendo. Y ese mismo planteamiento escénico me llevó a contar la historia de una manera muy climática y sin saltos temporales. Si la obra de teatro dura hora y media, lo que contamos es la última hora y media de la vida de estos personajes antes de partir hacia el campo de Treblinka.

Sin duda, este planteamiento es arriesgado, pero es que quizá el teatro está para correr riesgos.

-Sobre todo era un riesgo de producción porque la propuesta exige poco aforo. Así de entrada ya descartas muchos espacios convencionales y tienes que ir a otros más alternativos donde puedas montar un enorme dormitorio de un orfanato en el que el público pueda sentarse. El riesgo es que acabara siendo una producción muy deficitaria. Afortunadamente, la potencia de la historia y la calidad de la puesta en escena ha hecho que todos los teatros hayan mostrado interés en tenerla y en hacer el esfuerzo económico que supone programarla.

¿Cómo respira el público en la función?

-Es una experiencia que tiene su lado racional porque se aprende mucho sobre este personaje y sobre lo que ocurrió, y hay una componente ideológica por la reivindicación de los derechos humanos en general y de los niños en particular, pero fundamentalmente hay una gran carga emocional. Es muy difícil salir de este espectáculo sin que se te haya movido algo dentro.

Queda claro que hacen falta más hombres como Janusz Korczak. Hoy en día tenemos capitanas/es de barcos que salvan a personas a la deriva en el mar, voluntarios en campos de refugiados... Pero no sé si tienen la capacidad de interpelarnos con la fuerza suficiente, ¿o es que hoy, como entonces, también miramos hacia otro lado?

-La historia de Korczak adquiere una dimensión tan grande también por el contexto dramático que le tocó vivir. Ahora en Europa sabemos que en el Mediterráneo se viven situaciones terribles, pero como no las vemos... Vemos los conflictos como en diferido, lejos, y eso hace que exista una mayor dejadez a la hora de tomar partido y a involucrarse.

¿El teatro siempre es una buena manera de despertar?

-Si el teatro tuviera la capacidad de cambiar las cosas, estaría controlado por la KGB o por la CIA (ríe), pero sí, desde su pequeñez, puede poner pequeños granos de arena para ayudar a mirar en una dirección.

“Resulta muy difícil leer sobre la historia de Janusz Korczak y sobre lo que hizo sin sobrecogerte”

“El espacio que diseñó Fernando Bernués era una declaración de intenciones; el público tenía que ser parte del orfanato”

“Los niños son la parte más vulnerable de los conflictos, y lo seguirán siendo porque no aprendemos de nuestros errores”