Desde las primeras investigaciones sobre las relaciones de historia y cine, auspiciadas por los pioneros Marc Ferro y Robert Rosenstone, hasta las más actuales -para el caso vasco cabría destacar a Santiago de Pablo, Carlos Roldán o Santos Zunzunegui-, nos encontramos con que el cine se ha convertido en una fuente de la Historia y, por lo tanto, en un elemento que nos ayuda a comprender los imaginarios sociales. A las sociedades les ha gustado contar historias, de forma oral, escrita y, finalmente, visual. El cine se ha convertido en un sustrato cultural de enorme influencia, lo que ha dado pie a las denominadas filmografías nacionales. Tales relatos visuales han ido constituyendo nuestra mirada del pasado, del presente o del futuro, han configurado una forma de entendernos y mostrarnos a nosotros mismos, o de abordar aspectos de la sociedad muy diversos.

He aquí las películas que versan sobre la historia y la sociedad vasca (el marco televisivo tendría un espacio propio). Sin duda, un periodo que ha despertado cierto interés fue la Vasconia medieval, algo que se confirma en filmes como Amaya (1952), de Luis Marquina, que soslaya la identidad navarra, con el fin de utilizar esta leyenda medieval al servicio del nacionalismo español, o La conquista de Albania (1983), de Alfonso Ungría, en la que, en cambio, sí se destaca la fuerte personalidad vasco-navarra. En cuanto a la Edad Moderna, cabrían destacarse no demasiados filmes como Akelarre (1983), de Pedro Olea, donde se describen los procesos inquisitoriales contra el paganismo, o la poco lograda Fuego eterno (1985), de Ángel Rebollo.

Otro ámbito que ha gustado representar ha sido la sociedad tradicional vasca de los siglos XIX y XX, recogida en filmes como Edurne, una modistilla bilbaína (1924), de Telesforo Gil, representativo del choque entre el tradicionalismo y la modernidad, o el melodrama que tanto vino a influir en el imaginario vasco, en su descripción de la vida rural, como fue El mayorazgo de Basterretxe (1928), de Mauro y Víctor Azcona. A este le seguirían otros, nativos y foráneos, como Au Pays des basques (1930); Euzkadi (1933), cinta desaparecida; Sinfonía vasca (1936), redescubierta y analizada por Andoni Elezcano; The Basque Country (1956), documental rodado por Orson Welles (integrado en una serie titulada Around the World with Orson Welles); los documentales suecos Basker (Vascos); Ama Lur (1968), de clara simbología vasquista; Tasio (1984), de Montxo Armendáriz, conseguida y realista mirada de la dura vida de un carbonero, o más recientemente, Una esvástica en el Bidasoa (2013), de Javier Barajas y Alfonso Andrés Ayarza, donde se recoge el interés de cineastas nazis por la cultura vasca en la Francia ocupada.

Las Guerras carlistas De igual modo, uno de los capítulos más retratados es el de las guerras carlistas como queda recogido en Crónica de la Guerra Carlista (1988), de José María Tuduri, mezcla de documental y ficción; El cura Santa Cruz (1990), del mismo director, mucho menos lograda; Vacas (1992), de Julio Medem, que se desarrolla entre 1875 y 1936; Errementari (2017), de Paul Urkijo, o la exitosa Handia (2017), de Jon Garaño y Aitor Arregi, épica de un personaje verídico y singular como fue Miguel Joaquin Eleizegi. También un personaje destacado sobre el que se han rodado varios retratos es el del padre del nacionalismo vasco, Sabino Arana, con los documentales Sabino Arana (1980), de Pedro de la Sota, rodado en euskera; Sabino Arana, Dios, patria, fueros, rey (1984), de Javier Santamaría; Sabin (TV, 2011), de Patxi Barco, y Sabino Aranaren begiak (2015), de Joseba Gorordo.

El periodo republicano apenas será tratado, salvo en el fallido Visionarios (2001), de Manuel Gutiérrez Aragón, con un burdo retrato de la sociedad vasca de los años 30. Pero donde podemos encontrar, por razones evidentes, una nutrida y amplia variedad de filmes es sobre la Guerra Civil (1936-1939). A pesar de que en Euskadi la guerra duró menos que en el conjunto peninsular, su impacto fue tremendo. El Gobierno Vasco produjo varios documentales como Gernika (1937), Elai Alai (1938) y Euzko Deya (1938). Aunque, fundamentalmente, el bombardeo de Gernika sería el icono más representativo del dolor vasco en la guerra (el estudio de Santiago de Pablo, Tierra sin Paz, es de obligada referencia), siendo abordada bastantes veces, hasta la nueva y no del todo lograda revisión de Gernika (2016), de Koldo Serra.

El tema de la guerra, la represión y el efecto del franquismo en la sociedad vasca solo se puede ver en filmes rodados, por supuesto, tras la dictadura, como Lauaxeta. A los cuatro vientos (1987), de José Antonio Zorrilla, que es una digna y honesta semblanza del poeta y dirigente nacionalista Esteban Urkiaga, fusilado en 1937; Los años oscuros (1993), de Arantxa Lazcano, un riguroso retrato de los años de silencio durante el franquismo, y el documental sobre las exhumaciones Tras un largo silencio. Sobre la represión franquista se trata en filmes de ficción como La buena nueva (2008), de Helena Taberna, homenaje a los asesinados en Nafarroa, y sobre el penal de Saturraran, Estrellas que alcanzar (2010), de Mikel Rueda.

Asimismo, sobre el exilio vasco va a destacarse el interés por la misteriosa desaparición del jeltzale Jesús Galíndez, en el documental Galíndez (2002), de Ana Díez y, desde la ficción, la fallida El misterio Galíndez (2003), de Gerardo Herrero, o la suerte de Los niños de Rusia (2001), de Jaime Camino. Claro que, sin duda, otro de los grandes temas sobre Euskadi, tristemente, ha sido ETA. El cine documental se ha prodigado empezando con El proceso de Burgos (1979), de Imanol Uribe, con un enfoque antifranquista de antiguos integrantes de ETA, hasta llegar a una serie de trabajos dedicados a las víctimas, como es la magistral Asesinato en febrero (2001), de Eterio Ortega; la controvertida La pelota vasca. La piel contra la piedra (2003), de Julio Medem, o los trabajos de Iñaki Arteta, como 13 entre mil (2005) o 1980 (2014), por citar algunos, recogiendo el testimonio de las víctimas de ETA, además, de Asier ETA biok (2013), de Aitor Merino, que intenta acercarnos a la visión de un militante de ETA.

cine de ficción También el cine de ficción ha sido pródigo. Así, se destacan Operación Ogro (1980), de Pontecorvo; La fuga de Segovia (1981) y La muerte de Mikel (1984), ambas de Uribe; Ander y Yul (1988), de Ane Díez; Sombras en una batalla (1993), de Mario Camus; Días contados (1994), de Uribe; Yoyes (2000), de Helena Taberna; El viaje de Arián (2001), de Eduard Bosch, uno de los mejores filmes sobre la actividad de ETA desde dentro; La playa de los galgos (2002), de Mario Camus; la polémica Tiro en la cabeza (2008), de Jaime Rosales; La casa de mi padre (2009), de Gorka Merchán, o las más actuales, que tratan el mundo de las víctimas, como la magnífica Todos estamos invitados (2008), de Gutiérrez Aragón; Fuego (2014), de Luís Marías, y la irregular Lejos del mar (2015), de Uribe, tratando la relación de una víctima y su verdugo. Y, por supuesto, sin olvidar las dos comedias 8 apellidos vascos (2014), de Emilio Martínez-Lázaro, y Negociador (2014), de Borja Cobeaga. La primera de ellas sería una de las películas más taquilleras del cine, ambas buscando la manera de superar la gravedad de ese pasado traumático desde el humor.

Sin embargo, el cine sobre Euskadi también va abrirse a otros frentes más cotidianos, como los galardonados filmes Secretos del corazón (1997), de Montxo Armendáriz, sobre la inocencia y el descubrimiento del mundo adulto; Loreak (2014), de Jon Garaño y José María Goenaga, melodrama sobre tres mujeres de existencias infelices cuyas vidas se ven afectadas por unas flores que deja un desconocido, y Amama (2015), de Asier Altuna, donde nos embarca en un conflicto entre lo rural y lo urbano entre los personajes protagonistas.

Esta sintética retrospectiva nos desvela una serie de elementos comunes que se han ido codificando y evolucionando sobre la historia vasca en el cine. Aunque no nos hemos adentrado en el contexto, hay que valorar ciertas dificultades; por ejemplo, la imposibilidad que hubo durante el franquismo de rodar películas en euskera y reivindicar su entidad nacional. A la vista está que la cultura y tradiciones vascas siempre han despertado un marcado interés internacional, como bien se refleja en muchos documentales, ofreciendo una visión mitificada del pueblo vasco, aunque recogiendo también otros aspectos culturales singulares y propios (lengua, deportes rurales, ikurriña o lauburu).

Pero todo, como destaca De Pablo, no vino dado por una implementación nacionalista de un discurso patriótico tras la aprobación del Estatuto de Gernika (1979). De hecho, es constatable que la política cinematográfica impulsada desde el restablecido Gobierno Vasco fue bastante heterogénea, y a algunas incluso, que podrían señalarse como cercanas al PNV (como Lauaxeta o Los años oscuros), las califica este autor de producciones alejadas de visiones partidistas al uso.

Por otro lado, solo tras el fin de la dictadura se impulsó un cine rodado en euskera. Sin embargo, no cuajó. Los temas folclóricos perdieron impulso y los cineastas vascos ampliaron sus temáticas. La más notable evolución a destacar es un posicionamiento contra el terrorismo y la violencia, mostrándonos el rostro o la huella doliente que las víctimas han dejado, y utilizando el humor como un arma muy importante contra el fanatismo. En los últimos años, con todo, se ha retomado un interés por rodar, al principio con riesgo, ciertas producciones de peso (aparte del cine animado) en euskera. Así, cabe mencionar la endeble Izarren argia (2008). Pero unos pocos años más tarde, con Loreak (2014), nominada a dos premios Goya, no solo se obtendrían unas buenas críticas a nivel estatal e internacional (Variety o The Hollywood Reporter), sino que sería el gran éxito del cine vasco rodado íntegramente en lengua vernácula. A ella le ha seguido Handia (2017), que también cosechó premios y el aval de crítica y público.

El cine sobre la historia de Euskadi se ha caracterizado por la enorme influencia que tuvo la imagen de la literatura decimonónica a la hora de recoger el folclorismo y el lirismo rural, construyendo una imagen idealizada, compartida por los partidos políticos. Después de todo, era un mundo que estaba poco a poco desapareciendo y transformándose, como ocurría en Europa, donde se exaltaba el pasado y sus valores tradicionales; y las tierras vascas fueron vistas como un último reducto frente a la sociedad industrializada (aunque, a la postre, estas también lo serían).

Por ello quizá se echen en falta películas que retraten más a fondo ese proceso constitutivo de la modernización del país, los cambios que se han ido operando en las mentalidades, en las costumbres y la sociedad. En todo caso, hemos visto cómo los temas y los aspectos más recurrentes de la filmografía sobre Euskadi han evolucionado ofreciéndonos un horizonte más plural, real y moderno.