ciclo de larraga

Fecha: 27 de agosto de 2019. Lugar: Iglesia de San Miguel. Intérprete: Pablo Márquez Caravallo, órgano. Programa: obras de Cabanilles, Muneta, Böhm, Buxtehude, Sweelinck, Reincken, J.S. Bach, y C.Fh.E. Bach. Programación: Ciclo de órgano “Diego Gómez” de Larraga. Público: buena entrada (gratis).

En la presentación del concierto que, ya tradicionalmente, hace el compositor y musicólogo Jesús María Muneta, como director técnico del ciclo garrés, nos avisa de que, aunque el órgano tiene sus limitaciones para interpretar la obra de Juan Sebastián Bach, la velada va a ir en torno a su aliento compositivo, tanto en los que le precedieron como en los que le siguieron, concretamente su hijo Carlos Felipe Emmanuel. Y, entre ese esplendor del barroco, el estallido sonoro de los Tientos de Batalla de Cabanilles, y la meditación gozosa del Surrexit de Muneta. A los teclados, un organista de excepción, el titular de la catedral de Valencia, Pablo Márquez Caravallo, -asistido en los registros por su esposa, también organista-. De entrada, hay que decir, que Pablo Márquez dio un lección de limpísima digitación durante todo el recital; adornó espectacularmente algunos pasajes, presumió de una pulsación suelta, cercana al clavecín, que recorría los dos teclados con una seguridad pasmosa, y sacó registros equilibrados, algunos, me parecieron un poco tapados, sobre todo en la zona grave; pero, esto, creo que, más bien, se debía a la propia composición del órgano, -que es el que es-; y, quizás también, al tiempo -a la velocidad- con la que abordó algunas obras, de gran virtuosismo. Cabanilles es un compositor estupendo para que el órgano se manifieste en su trompetería horizontal -tan española-; sonidos un poco agrestes, descarados, de hermosa violencia, que llaman al combate y luego se remansan en ecos y sonoridad plena (el tiento lleno). Tras esta introducción, la obra de Muneta -Surrexit Christus- crea una atmósfera de elevación religiosa que culmina en una solemne sonoridad. A partir de aquí, Márquez, emprende ese recorrido por la plenitud organística -programa muy comprometido y sin concesiones-, de los pre-bachianos. Georg Böhm, con su tema y siete variaciones, deja ver la influencia francesa en su ornamentación profusa; las variaciones son una delicia, a mi me gusta escuchar como aparece, se esconde, se adorna, o se sobra de sonoridad el tema; Márquez se luce: mano derecha adornada con registro discreto (1); registro más brillante (2); contrastes en la izquierda (3); delicadísimo registro de flauta (4); sonido más tapado en el teclado de abajo (5); virtuosismo en el adorno (6); plenitud sonora (7).

La figura de Buxtehude, con su copiosidad y exhuberancia, como se sabe, no pasó inadvertida a Juan Sebastián, y sobresale del resto de compositores luteranos de la segunda mitad del siglo XVII: su preludio en sol llama la atención por el despliegue de escalas, que dan a la obra una alta tensión, y ese final tan enigmático. Jan Pieterszoon Sweelick, también es un caso aparte: de sus seis fantasías a la manera de eco, de influencia veneciana, escuchamos una, que, como su nombre indica, juega con los registros más potentes y más suaves; de nuevo, exhibición de soltura y delicadeza. Del organista, compositor y violagambista, Johann Adam Reincken, una fuga en sol menor, curiosa, un poco difícil de seguir en sus estrechos, también de alto voltaje. Y se termina el concierto con la brillante versión de la fantasía en do menor, y un registro muy de asamblea del coral Jesús, mi esperanza -ambas, de Juan Sebastián Bach-, y la plenitud sonora de la fantasía fuga de Carlos Ph. Enmmanuel, una cumbre sonora que es, más bien, cordillera. Es un acierto programar las dos fantasías de padre e hijo.