venecia - En busca y captura desde hace cuatro décadas por la violación a una menor en EEUU, Roman Polanski no acudió este viernes a la Mostra de Venecia, pero habló a través de la película que presenta a competición, J’accuse, su relato del caso Dreyfus, quizá la condena injusta más célebre de la historia.

La expectación era máxima después de que la presidenta del jurado, Lucrecia Martel, anunciara en la jornada de apertura su intención de no acudir a la proyección oficial de ayer por la noche noche, en solidaridad con las víctimas de acoso. Polanski ha compuesto un relato clásico, con una puesta en escena vigorosa y precisa y que gana en ritmo a medida que avanza la trama. Luca Barbareschi, su coproductor, la calificó como “un filme de educación formidable” para los jóvenes que no conozcan ese episodio de la historia de Francia.

Una historia que arranca el 5 de enero de 1895, cuando el capitán Alfred Dreyfus (Louis Garrel), un joven y prometedor soldado, es condenado a cadena perpetua por espiar para Alemania y que se centra en el papel jugado por el coronel Picquart (Jean Dujardin) para descubrir y denunciar la retahíla de irregularidades cometidas en el juicio. Al comenzar la rueda de prensa, Barbareschi advirtió de que no pensaban responder preguntas relacionadas con “la polémica que no es polémica”. “Esto no es una corte, es un festival de cine”, afirmó.

Con todo, es difícil no establecer paralelismos entre la historia de Dreyfus y la del propio Polanski, incluso en lo anecdótico: Dreyfus fue deportado a la isla del Diablo; a Polanski le persiguieron las sospechas de satanismo tras el asesinato de su mujer, Sharon Tate, en 1969, por haber hecho una película como La semilla del diablo. Precisamente ahí empezó lo que el director de Chinatown, que tiene 86 años, considera cierta persecución en su contra por parte del sistema, según se desprende de una entrevista recogida en las notas de producción de J’accuse. - Efe