pamplona - Afincada en Cataluña desde los 8 años, Najat El Hachmi (Beni Sidel, Marruecos, 1979) hace de la escritura una búsqueda de identidad y una valiente denuncia del machismo en la religión islámica. En su última obra, el manifiesto Siempre han hablado por nosotras (Destino), retrata el pañuelo como un símbolo patriarcal y machista.

¿Quién habla en nombre de las mujeres musulmanas?

-Los cabeza de familia, que contaban siempre que nuestro malestar no existía o que estábamos de acuerdo con la situación en la que vivíamos. Al empezar a venir aquí familias de origen musulmán muchas veces se tomaba como interlocutores a los imanes en las mezquitas, y ellos también hablaban por nosotras. Y en este momento actual quienes hablan por nosotras son cierta izquierda relativista que niega toda la carga patriarcal en la que vivimos, y algunas mujeres también de origen musulmán que niegan todo ese sufrimiento que hemos vivido. Incluso algunas voces de cierto tipo de feminismo que ven muy claro lo que es machista y discriminatorio en lo propio pero no parecen verlo del mismo modo cuando se trata de otras mujeres. Es un panorama muy complejo y yo sentí la necesidad de dar un grito. Duele ver cómo un sistema al que la mayoría de nosotras nos hemos enfrentado ahora se blanquea.

Hay discursos trampa, como ese respeto a la diversidad que no permite ninguna crítica al Islam?

-Sí, hemos caído en una trampa, que es que como realmente hay mucho racismo, y es un racismo que instrumentaliza de una forma muy directa la situación de la mujer musulmana en favor de esos postulados de discriminación al otro por el simple hecho de ser el otro, pues hemos pensado que a lo mejor hacer lo contrario era valorar positivamente la cultura del otro independientemente de cuáles sean los valores que ésta defiende. Evidentemente yo sigo en la lucha antirracista porque es un eje que también tienes que afrontar, pero creo que una cosa no quita la otra: se puede defender la igualdad entre las personas y que no seamos discriminadas por nuestro origen y nuestra religión, y al mismo tiempo defender sin ningún tipo de duda la igualdad entre hombres y mujeres. Pero cuando entran en juego las dos cosas y hay que decidir entre una u otra, en caso de duda a lo que se renuncia es a la igualdad entre hombres y mujeres.

¿Qué otras trampas y formas de discriminación sufren las mujeres?

-Veo que entre la juventud se está vendiendo una serie de discursos que son machistas disfrazados de feminismo. Por ejemplo, se está defendiendo y promoviendo en muchas instituciones el llamado feminismo islámico, que yo me planteo si realmente es feminismo porque parte de un marco exclusivamente religioso que va en contra de lo que para mí es en esencia el feminismo, la libertad. En el momento en que yo como mujer tengo que irme al Corán o a lo que dijo Mahoma o a lo que interpreta un teólogo para de ahí desprender mis derechos, ya estoy renunciando al feminismo porque estoy comprando y asumiendo y normalizando todo un sistema que es patriarcal y machista. Y uno de los ejes que nunca trata el feminismo islámico es el de la libertad sexual y la cuestión de la presión sobre los cuerpos de las mujeres, y ese es un eje fundamental del feminismo que no se puede dejar en un segundo plano.

Esos discursos entre la juventud propician la aparición de las hiyabistas de Instagram, musulmanas apasionadas por la moda que no renuncian al pañuelo...

-Sí, esto parece algo muy espontáneo pero no lo es, sabemos que hay organizaciones de tipo islamista que lo que hacen es reclutar a jóvenes hijos de la inmigración musulmana y formarlos para que se conviertan en esos jóvenes líderes musulmanes; pero el problema es que muchas de estas organizaciones no vienen del país de origen sino de otros países, son organizaciones internacionales fundamentalistas, no simplemente musulmanas, y a estos jóvenes, aprovechándose de su desconocimiento, les dicen: no, el Islam es esto. El Islam es una realidad que no se conoce. Y estas chicas jovencitas dan una impresión de modernidad, porque no están encerradas en sus casas como estaban nuestras madres, se maquillan, son fashion, y claro, eso hace que mucha gente ya no vea el símbolo que cargan encima, que es el símbolo del velo, como algo patriarcal. Y en realidad estas jóvenes llevan dos cargas encima, asumen dos imposiciones: la de la religión que establece que tú como mujer te tienes que tapar para no provocar el deseo masculino, y a la vez toda la carga de la imposición de los cánones de belleza que impera en la cultura occidental, y eso es muy esquizofrénico.

En 2008 escribió desde la ficción sobre el machismo en el Islam, luego ha elegido el ensayo, ¿cómo valora el poder de la literatura para avanzar en estos temas?

-A mí me ha servido a título personal para dar cuerpo a cosas que ni siquiera podía verbalizar en la vida real. Yo empecé a escribir de estos temas mucho antes de poder hablarlos abiertamente en público, porque eran completamente tabú. Y la ficción es a la larga más efectiva que el discurso porque te permite una flexibilidad y unas posibilidades de matizar a los personajes muy interesantes, cala muchísimo. Me gustaría que los lectores que no conocen la realidad de las mujeres musulmanas amplíen su punto de vista, que no se queden en el titular, en el estereotipo, el tópico tan desgastado. Las mujeres no son solamente víctimas de ese sistema, allí hay vida y les pasan otras muchas cosas? Ese mostrar la vida más allá del titular es algo costoso de hacer y muy necesario.