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El requiem mozartiano de Pamplona

Réquiem de Mozart, copia del archivo de la catedral de Pamplona

Intérpretes: Capilla de Música de la Catedral. Orquesta Sinfónica de Navarra. Dorota Grzeskowiak, soprano. Liuboy Melnik, alto. José Luis Sola, tenor. Silvano Baztán, barítono. Aurelio Sagaseta, Maestro de Capilla y director. Programación: Cabildo de la Catedral -Deán, D. Carlos Ayerra-. ICS Universidad de Navarra -Rafael Zafra, coordinador-. Lugar: Catedral de Santa María de Pamplona. Fecha: 2 de noviembre de 2019 (día de difuntos). Público: lleno. (entrada libre).

El, ya impresionante de por sí, Réquiem de Mozart, adquiere otra dimensión insertado en la liturgia para la que fue compuesto. Aún recuerdo, con emoción, aquel Réquiem en la iglesia de San Nicolás -abarrotada-, organizado y cantado por el Orfeón, el 5 de diciembre de 1991, a las 12 de la noche, en el bicentenario de la muerte del compositor, dirigido por Huarte Azparren -que tuvo la idea-, y presidido, en la misa, por el orfeonista y capellán, entonces del coro, don Nicolás Odriozola. Esa emoción estético-religiosa ha vuelto a envolvernos en esta función de la catedral, con más solemnidad, claro, por todos los elementos que han intervenido; pero igualmente de agradecimiento -y plegaria- al músico saldsburgués, y a todos los fieles difuntos. A la altura de la partitura, ha estado el marco catedralicio, la función litúrgica, la organización -con un excelente programa de mano al estilo de los que dan en el Vaticano para sus celebraciones, con todo bien especificado-, y la interpretación musical. No sé si habrá, en toda España, una capilla de música catedralicia -en activo y sin refuerzos- que pueda abordar, con esta solvencia, la obra. En el presbiterio, todos los celebrantes de negro, los principales, con el terno (casulla y dalmáticas) de terciopelo; hasta se recuperó el manípulo. El mausoleo de los reyes cubierto con un tul negro. Velones y lucernario encendidos. El Lacrimosa en penumbra -(por cierto, con cientos de teléfonos móviles en alto)-. Las antífonas gregorianas, intercaladas en la misa, excelentemente cantadas por los hombres. Y la variación, al gran órgano, de Julián Ayesa sobre el tema del Kyrie. Todo elevó la partitura. Sin que, por otra parte, la velada resultara lúgubre; todo lo contrario: fue hermosa, serena, solemne, luminosa y esperanzada -(la homilía del Deán)-.

Como dice el maestro de capilla don Aurelio -incombustible, que se reinventa a sí mismo, de vez en cuando, con estos berenjenales- esta copia del Réquiem, es más austera. Y, efectivamente, al quitar trompetas y timbales, y por algún otro detalle, queda la obra más litúrgica, más para el culto, aunque no desmerecería en el escenario, claro. La Sinfónica de Navarra tomó muy bien el pulso a la acústica, se escuchó limpia y clara la cuerda, que prevalecía -por ejemplo en el Hostias-; las intervenciones a solo -fagot?- en su sitio. El coro, rotundo en las entradas de bravura -bajos en Hosanna, y Confutatis-, todas las cuerdas en las fugas -cum sanctis tuis, por ejemplo-. Muy bellos y delicados los fragmentos en matiz piano de mujeres: “salva me fons pietatis”, y el dúo vocame. Son detalles que entresaco de una versión -algo lastrada por la acústica, en algún tutti, pero no mucho-, segura y decidida. Los solistas cumplieron con sus respectivos papales: algún traspiés en la contralto, no enturbió el resultado en cuarteto, con una visión, en general, más de concierto. Voz luminosa la de Dorota. Sola, también aporta timbre muy bello. Baztán cumple bien, aunque algunos graves, en esta partitura, son peliagudos. Liubov queda un poco más en segundo plano. La presentación programática estuvo muy bien pensada: el ordinario de la misa, (Kyrie, Sanctus, Agnus?), en su parte correspondiente; y, como meditación, las secuencias (Dies Irae, Tuba, Rex, Recordare, Confutatis, Lacrimosa), después de la misa, pero, sin perder el aura litúrgica. El público salió muy satisfecho. Que todos los fieles difuntos -el primero Mozart- descansen en paz.