pamplona - Rafael Alcaraz ejerció como director del antiguo Instituto Anatómico Forense de Bilbao entre 1986 y el año 2000, cuando fue nombrado jefe del Servicio de Patología Forense, cargo que ocupó hasta su jubilación, en 2010. Durante su trayectoria, ha intervenido en el 90% de los homicidios ocurridos a lo largo de ese período en Bizkaia, así como en la práctica totalidad de los atentados terroristas en la época. Fruto de su formación continua tiene, además, conocimientos especiales en cuerpos putrefactos y en lesiones por arma de fuego.

¿Por qué se decidió por la medicina forense?

-Pues no lo sé, porque también hice Clínica. Cuando estaba estudiando, me metí como alumno interno en la especialidad de Anatomía Patológica. Ahí empecé a hacer mis primeras autopsias con el equipo del Hospital de Cruces y ahí estuve dos o tres años. La verdad es que me gustaban mucho la microscopía y la autopsia en sí, y un día ingresó en el hospital una familia de un pueblito de la que tres miembros habían fallecido por una intoxicación por amanita faloides. Vi los cuerpos cuando los sacaban de Cruces para llevarlos al depósito forense y decidí acompañarlos para ver una autopsia por ese tipo de intoxicación. Y me resultó tan interesante que me quedé. Andando, andando, me asomé al pozo y me caí (ríe).

La mayoría de los ciudadanos no tiene muy claro qué es la medicina legal.

-Existe desde hace muchísimo tiempo, incluso se multaba a los jueces si no consultaban a los cirujanos asuntos que les competían. Actualmente tiene que ver con la fase pericial de cualquier proceso. Está la pericial psiquiátrica, la pericial criminalística, la tanatológica... Casi siempre aparecemos en escena dentro del marco del Código Penal, en otros ámbitos también con menos intensidad.

Siempre imaginamos al forense ante un cuerpo tendido en una camilla, pero Rafael Alcaraz siempre defiende que la autopsia comienza antes.

-Sí, porque la imagen que se nos transmite siempre, y que me mucha rabia, es la de un forense gordo, bajito, sudoroso y con un bocata en la sala de autopsias, lo cual me parece de mal gusto y poco profesional. Y es verdad que en Estados Unidos los forenses no salen a la escena del crimen, allí lo hacen los CSI. Aquí normalmente sí vamos. La observación del lugar donde se ha producido la muerte es absolutamente clarificadora, independientemente de las evidencias que puedas encontrar. Hay muchos casos en los que es imposible imaginarse la violencia que se ha dado en un homicidio si no visitas el lugar donde se ha producido. A veces captas violencia inaudita, golpes que te dices 'no puede ser', y es viendo toda la escena en conjunto cuando comprendes o te orientas. Es que si no, quizá estarías todo el día colgando de una teoría peregrina, especulando. Y nosotros tenemos la obligación de ser lo más objetivos posibles y no jugar nunca con la incertidumbre.

En ese sentido, ver el cuerpo de la víctima tal y como aparece, sin que nadie lo toque, será fundamental.

-Efectivamente. Es lo lógico. Uno de los casos que he traído a Pamplona evidencia cómo ese cuerpo fue colocado de esa manera y no fue tirado sin más. Siempre se ha dicho que la Patología Forense es una ciencia del pequeño detalle y así es. En un servicio de urgencias, una serie de pequeñas lesiones o de politraumatismos o arañazos pasan desapercibidos porque no ponen el riesgo la vida del paciente, pero para nosotros son muy importantes y nos van a ayudar porque nos ponen en guardia ante una secuencia de movimientos, ante la distancia de una persona respecto a otra... Esto nos hace espabilar, caso de poder espabilar. A veces tienes la puerta al lado y te estás dando contra el muro, por eso es importante la escena, te empieza a orientar. Eso sí, no lo es todo ni mucho menos; por muy espabilado que estés, la autopsia puede hacerte cambiar de opinión.

En otros ámbitos de la investigación, como la del ADN, se ha evolucionado mucho en las últimas décadas, ¿y en la medicina forense?

-Se ha evolucionado también, más que nada porque estamos inmersos en esa misma ola de cambio. Por ejemplo, en las técnicas de imagen, en los sistemas de exploración, las resonancias, las tomografías, ecografías... Un montón de técnicas no invasivas que te permiten ver con claridad órganos y sistemas. De todos modos, en este tema concreto no tengo una opinión objetiva porque soy viejo (sonríe). Lo que veo lo que veo con mis ojos, toco con mis dedos, lo que huele lo huelo, y eso no me lo da un TAC. Si ves un pulmón que está duro como un neumático, que lo aprietas y deja la huella marcada, es una neumonía de libro que luego confirmo microscópicamente. Y pongo la mano en el fuego, aunque seguro que la radiografía dirá lo mismo, pero que en ese caso ponga la mano en el fuego el radiólogo. La tecnología ha evolucionado mucho, eso es cierto, pero, aun así, la apertura de los cadáveres sigue siendo cosa nuestra.

Lo que hacen falta, entonces, son profesionales bien entrenados.

-Sí, y hay que modificar las cosas para que la gente salga mucho mejor formada de lo que salimos nosotros en nuestro tiempo. Estamos en el camino de la superespecialización en toda la medicina y esta especialidad no tiene que ser la rama tonta, la rama olvidada, el ministerio de Justicia del Gobierno (ríe).

Seguramente es la experiencia la que cincela la mirada del forense.

-La experiencia es un grado. Hay a quien eso le choca mucho. Por ejemplo, te encuentras a especialistas en medicina legal cuya trayectoria profesional está muy alejada de la práctica diaria, aunque hacen informes fabulosos, abrumadores, pero que casi nunca se ajustan a la realidad. Yo no puedo encargarle una autopsia a un señor que, por muy catedrático que sea, no ha hecho ninguna en el último año. Conozco a mucha gente que sabe mucho de balística, pero un subteniente de la Guardia Civil que coge un casquillo y dice 'con esta misma pistola mataron a fulano y a mengano' o un policía que coge la mano de un cadáver bastante podrido, le mira el dedo índice y dice quién es, eso ya es menos común. Sigo pensando que la práctica es absolutamente fundamental.

Diga la verdad, ¿se ríe mucho cuando ve cómo les reflejan en las novelas y en las películas?

-No (ríe)... Hay series en las que el patólogo forense es el protagonista y siempre suele ser un señor muy agraciado y muy listo y eso se agradece mucho (ríe). Luego están esos otros los gordos sudados y con bocadillo...

Y raros.

-Hombre, pues qué quieres que te diga...

¿Un poco raros son, entonces?

-Pues sí (ríe). Podemos ser simpáticos, aunque hay gente que no, de hecho, hay personas que no sé si tienen dientes después de diez años de trato (ríe). Pero no somos muy sociables. Además, siguiendo con lo anterior, no me preocupa tanto el aspecto que pongan al forense de ficción de turno como la desidia o el trato que dan a los cuerpos en algunas historias.

¿A qué se refiere?

-Me desagrada que los traten como objetos. Tengo claro que un cadáver ya no es una persona y es un objeto de estudio, pero en nuestra cultura siempre se ha respetado lo que queda cuando alguien muere. Y no creo que sea una mala costumbre que choque contra la ciencia. El respeto a los muertos tiene más que ver con la educación del patólogo que está ante ese cuerpo. Hay que perder el respeto a trabajar con los muertos, pero no el respecto esencial. Ese no se puede perder. Ese cadáver pertenece a una persona que tenía un entorno familiar que ahora sufre dolor y tú tienes que hacer tu trabajo con la mayor exquisitez posible, reconstruirlo lo mejor posible y entregarlo lo antes posible.

¿A lo largo de su carrera se ha encontrado con asesinos con conciencia forense?

-No. Muchas veces se mitifica a los asesinos, como si fueran gente inteligente, y no digo que no los haya listos, pero por lo que yo he visto, luciditos no son, la verdad.

¿Con su trabajo da voz a las víctimas?

-No me gusta esa expresión 'los cádaveres que hablan'. Si me hubiera hablado algún cadáver, estaría ahora de acomodador de un cine y obligando a ver la película con la luz encendida (ríe). Aparte de eso, y sin ser un augur ni un nigromante, sabes leer las vísceras no para futuro, sino hacia atrás. Sé si alguien ha sido bueno, malo, si se ha cuidado mucho o poco, si se aliviaba sexualmente con frecuencia, si comía verdura, y así un millón de cosas. Con toda esa información metes un engarce más para que toda la correa del reloj esté bien estructurada y bien montada.

La víctima, lo que cuenta su cuerpo, acaba condenando a su asesino muchas veces.

-Nosotros sacamos cómo, cuándo, dónde... A partir de ahí, no cogemos al malo, eso lo hacen los compañeros de la policía, pero ellos necesitan muy buena información porque no se puede salir a buscar a un malo dando palos de ciego. Nuestra información debe ser precisa para que ellos puedan trabajar también con la precisión de un relojero. Y eso nos dará la garantía de que el que mata no queda impune.

En todos sus años de carrera le ha tocado analizar cuerpos de víctimas de atentados, de homicidios... ¿Hay algunos casos que le hayan marcado?

-No lo sé, no depende tanto del caso en sí, aunque ha habido casos muy peliagudos y desagradables, como del estado anímico en el que te encuentres. Al final del año, que para mí era junio, habías hecho ya tantas autopsias que tenías ya la sensibilidad a flor de piel y necesitabas parar y airearte.

¿Y existe el humor forense?

-Siempre he dicho que las salas de autopsias tienen un ambiente genial (ríe). De verdad, hay buen humor, risas, chirigotas, la gente entra, sale, comentarios sobre lo bonito que le ha quedado el salpicón a uno... Yo creo que son un reactivo a la situación en la que trabajamos, es nuestra manera de relativizar. Mira, teníamos un auxiliar que cada vez que llegaba por las mañanas entraba en la sala y saludaba 'buenos días a los presentes y a los yacientes'... Y se iba.