pamplona - En su nueva película, por primera vez en 16 mm, Maddi Barber se plantea “preguntas acerca de nuestra relaciones con otras especies y con el mundo natural”, pero no tanto con la intención de responderlas, sino de “señalar” las contradicciones, alejándose de los relatos maniqueos y antropocéntricos.

¿Qué supuso ganar X Films en 2019?

-¡Fue una gran alegría! Me sentí muy afortunada. X Films es un proyecto precioso pero no deja de ser una competición. Esto es algo que me costó al principio. Entonces decidí que, aunque no ganase el premio, haría la película. Esto me dejaba más tranquila, también porque había adquirido un compromiso con las personas a las que quería grabar y no quería que ese compromiso estuviera sujeto a ganar o no una convocatoria. Esto me permitió relajarme durante el festival y cuando gané me puse muy contenta. Aunque también existe un punto de tristeza, tu proyecto sale adelante, pero otros, que sin duda eran muy interesantes, se quedan ahí.

¿De dónde surgió la idea de Gorria

-Cuando entregué el proyecto, la película no tenía título. Sin embargo, había escrito el dossier con el texto coloreado de rojo. El sábado, cuando iban a decir el ganador, no sabían el título de mi proyecto y me llamaron para ver cuál era. Rojo, dije, sin pensarlo demasiado. Elegí el color porque es el color de la sangre. Y mi película comienza con la matanza de un cordero. Después descubrí que el rojo estaba en muchos otros lugares. A las ovejas cuyos corderos ya habían sido sacrificados se las pintaba de rojo para distinguirlas del resto del rebaño, un cubo del que bebían las ovejas era rojo, etcétera. Cuando no sabía qué filmar me decía a mí misma: ‘Confía en el rojo’, y así continuaba. Después, al revelar el 16mm encontré que la película en muchos momento se tiñe de rojo, en las colas del principio y del final, pero también en momentos en los que entraba luz en la cámara y toda la película cogía un tinte rojo. Y esto fue un gran descubrimiento, algo con lo que no contaba. Fue después que empecé a leer sobre el universo de color de los euskaldunes, por ejemplo un libro de Txema Preziado y Alfontso Mtz. Lizarduikoa. En euskera, Gorria no hace referencia solo al color, también se utiliza como adjetivo de diferentes maneras y habla de algo vivo, encarnizado, duro, áspero, intenso, profundo, extremo... Por ejemplo, negu gorria se utiliza para hablar de un invierno especialmente crudo. Me gustaba cómo se ampliaba la acepción del color en euskera.

¿Cuándo y dónde ha rodado y qué disposición ha encontrado entre las personas a las que quería grabar?

-Rodé tres meses, en Lakabe, el pueblo en el que nací, con una pastora y un pastor. Cuando les dije que quería hacer esta película, le propuse que a cambio del tiempo que iban a pasar conmigo, yo quería ofrecerles mi mano de obra. Era una manera de devolver algo, pero también una manera de implicarme y conocer aquello de lo que trata la película: las contradicciones en el cuidado y manejo de las ovejas. Empecé a rodar en marzo, en plena época de ordeño y terminé en junio, cuando las ovejas se sueltan en el monte. La película también sigue este proceso. No es la primera vez que ruedo con ellas/os, ya habíamos colaborado en películas anteriores, pero esta vez era diferente porque era mi primera película en 16mm.

Un cambio importante.

-Suponía una manera completamente diferente de trabajar. Mientras que en películas anteriores yo era una mera observadora que respondía con la cámara a cosas que estaban ocurriendo, al trabajar con película tuve que adoptar una forma de trabajar mucho más cercana a la ficción. Preparábamos todo mucho más, el plano, la luz, los movimientos. Luego había que repetir la acción para capturar el sonido. Enseguida le pillamos el truco y sabíamos qué tenía que hacer cada una/o. Esperaban mis órdenes, el ruido del motor mecánico de la cámara delataba el inicio y el fin de la grabación. Nos volvimos un pequeño equipo. Lo que más me gustaba era cuando íbamos por la mañana a ordeñar a las ovejas y hablábamos sobre ideas de la película y la pastora me contaba que había estado pensando la noche anterior que después del plano de la sangre podría tener sentido pasar al plano de la puerta roja abriéndose, por ejemplo. Hablábamos de la película y de su forma y eso me emocionaba. También había días que me venían diciendo; ¡Hoy hay una luz bonita para grabar, ¿no?’. Íbamos compartiendo una forma de observar, donde el cine y la película que estábamos haciendo nos afectaban el día a día.

La tierra, la naturaleza y la relación entre humanos y animales son elementos que vuelven a estar muy presentes, ¿son estas coordenadas las que más le interesan para construir una historia? ¿Por qué?

-Ahora sí. Es de estas cosas que no tienen un porqué concreto que se pueda nombrar en palabras. Simplemente es lo que me atrae, es el lugar donde me apetece generar imágenes y buscar historias, donde tengo ganas de poner mi atención. Quizás es porque nací en un contexto rural, muy cerca de animales y con mucho contacto con la tierra, y también porque sobre todo en los últimos años me he visto muy implicada en discursos antiespecistas y ecologistas que se preguntan sobre estas relaciones, ya sea desde la antropología o el ecofeminismo. Es algo que me interesa mucho pensar, pero sobre todo, algo que me interesa explorar a través del cine.

¿Sus películas son autobiográficas, una especie de diario personal, aunque sui géneris?

-Creo que no. Quizás me siento cómoda al afirmar que mis películas parten de experiencias autobiográficas, que ahí está su germen, pero no en que sean autobiográficas. No surgen de querer hablar de mí, de contar algo autobiográfico, sino que intento relacionar algo que me preocupa con algo actual que implica a otras personas. Aunque cada película es diferente, en Urpean Lurra, por ejemplo, creo que partía de un sentimiento personal, el dolor por una tierra perdida, y la película me llevaba a algo colectivo: una lucha todavía viva a través de sueños de gente de la zona y del archivo de video del colectivo Solidari@s con Itoiz). Pero nunca estaba la pulsión de contar mi historia personal. Sí que parto de ahí, pero más como una fuerza que llevo conmigo para encontrarme con las historias de otras personas y a partir de ahí formar un relato colectivo donde experiencias se entrecruzan creando una historia más grande.

¿Cuáles diría que son sus mayores influencias?

-¡Esta es para mí una pregunta muy difícil! Siempre van cambiando… Del cine no me atrevo a elegir, porque muchas veces siento que las películas entran en mí de una manera que no es necesariamente verbal y me es difícil expresar sus influencias con palabras. En los últimos años me ha influido mucho el pensamiento de Donna Haraway. También el de antropólogas como Anna Tsing o la teórica María Puig de la Bellacasa. Esta última tiene un libro que se llama Matters of care: Speculative Ethics in more than human worlds (Cuestiones de cuidados: Ética especulativa en mundos más que humanos), que me ha servido mucho en el trabajo que estoy haciendo últimamente sobre cuidados entre especies. En él, Bellacasa cuestiona la opinión de que el cuidado es algo que solo los humanos hacen, y argumenta a favor de que se extienda la noción a no humanos para trazar una red de cómo circula el cuidado en el mundo natural. Ella no idealiza la noción de cuidado, el cuidado no está exento de contradicciones y le otorga tres dimensiones: dimensión en cuanto que trabajo, afectiva y política. Me llevo estas reflexiones no solo a la relación con otras especies y también pienso en la función del cine entendida como una forma de cuidar aquello donde se pone la atención. Un cine que no idealice esa noción de cuidado, que no esté exento de contradicciones, y un cine que tenga esas tres dimensiones: trabajo, afectiva y política.

¿Es su cine político?

-Cómo se hace cine es político: en qué soporte, con qué medios, con qué apoyos, con qué carencias, qué tema trata, cómo trata ese tema, cómo se exhibe... En fin... Todo lo que rodea la creación de la película creo que afecta a la creación de la película. Miles de decisiones pequeñas y grandes que afectan lo que se ve en ella y hacen que sea una manifestación política. ¿Asume la película el imaginario hegemónico o cuestiona esta forma? ¿Quién tiene voz en la película? ¿Cómo se representa aquello que se filma? Son preguntas que como cineastas nos hacemos. A mí me interesa crear narrativas más allá de relatos maniqueos y antropocéntricos. En ese sentido, Gorria se plantea preguntas acerca de nuestra relaciones con otras especies y con el mundo natural. Creo que es político qué comemos, de dónde viene lo que comemos y cómo ha sido tratado durante su vida y su muerte. Es político cómo se mata a los animales, cómo sus cuerpos pasan a ser carne y dejan de ser un cordero para ser filete, costilla, chuleta, jarrete… Se desingularizan y a través del lenguaje nos olvidamos del animal y de la violencia que precede esta transformación. Es una forma de olvidar. En Gorria se plantean maneras diferentes de enfrentarse a esto, siempre desde la vulnerabilidad y la duda, ya que para mí la cuestión no es resolver contradicciones, sino señalarlas; prestar atención a relatos de convivencia, para crear otras narrativas que cuestionen relatos hegemónicos.

Conoce bien Punto de Vista, en el que trabajó como voluntaria, primero, y como cineasta después, ¿qué le parece la programación de este año?

-Me parece un lujo. ¡Tengo la sensación de que me va a costar elegir qué ver cada día! Tengo ganas de volver a ver las películas producidas en X Films, la Sección Oficial y la retrospectiva de Anne Charlotte Robertson. También tengo muchas ganas de ver la nueva película de Sarah Jessica Rinland, Those that a distance, resemble another y el ciclo de este año de Paisaia está genial. ¡Todo!

Gorria va a poder verse en varios Institutos Cervantes del mundo, ¿qué le parece? ¿Los cineastas emergentes tienen suficientes plataformas para mostrar sus trabajos?Gorria

-Me parece fantástica esta alianza entre Punto de Vista y el Instituto Cervantes para poderles dar una segunda vida a las películas de X Films. Y, claro, para Gorria es genial también. Los cortometrajes tienen una distribución muy limitada en festivales de cine, si los comparamos con los largometrajes, por lo que su vida suele terminarse en uno o dos años. De los mediometrajes mejor ni hablar, porque son los más perjudicados en el sistema jerárquico y normativo de muchos festivales de cine. Por ello, cualquier difusión más allá de los festivales de cine siempre me parece una oportunidad para ver trabajos que de otra manera son muy difíciles de ver.

¿En qué proyectos trabaja?

-La semana pasada entregué la copia de proyección de Gorria, un proyecto que ha absorbido todo mi tiempo, sobre todo en los últimos meses. Ahora tengo ganas de descansar un poco y de no empezar con un proyecto personal hasta que pase algún tiempo. Siento la necesidad de parar un poco. Aun así, estoy colaborando en proyectos muy interesantes de otras/os cineastas y artistas de las/os que aprendo muchísimo. Estoy trabajando como directora de fotografía de la película 913 gau, de Arantza Santesteban, producido por Txintxua y Hiruki filmak, y colaborando en el guión de Arbasoak, una pieza para el Planetario del artista Martin Etxauri. Además, el año pasado creé una pequeña productora que se llama Pirenaika con la que estoy produciendo películas de otra gente: Reserve, de Gerard Ortín, que compite en Punto de Vista; Medvedek, de Ainhoa Gutiérrez, que se ha visto en Paisaia, y Unicornio, de Irati Gorostidi, todavía en fase de postproducción. Estoy ilusionada con esta nueva faceta, acompañar a amigas/os en sus procesos me está enseñando mucho.

“Cuando el animal pasa a ser carne -filete, chuleta- nos olvidamos de la violencia que precede a esa transformación”

“Rodar en 16 mm implica una forma totalmente diferente de trabajar que se acerca más a la ficción”

“He creado la productora Pirenaika, y acompañar a amigas/os en sus procesos me está enseñando mucho”