n 1835, la Diputación del Reino de Navarra encargó al pintor Miguel Sanz y Benito, nacido en Soria y afincado en Pamplona desde 1822, la elaboración de un cuadro que reflejara la sucesión de reyes navarros. La obra tomó forma de árbol, con su escudo real a los pies y con los nombres de los y las monarcas ordenados/as a lo largo de sus ramas del más antiguo al más reciente. También incluye a personajes que no reinaron, pero que explican la transmisión del título o le aportan prestigio histórico. Este documento se encuentra en custodia del Archivo Real y General de Navarra y la editorial Mintzoa ha decidido realizar una impresión facsímil de 200 ejemplares enmarcados con acta notarial de autenticidad y junto con un estudio de Peio Monteano, historiador y técnico superior de Archivos.

“Forma parte de nuestros fondos iconográficos, ha estado en manos de Navarra desde siempre, primero de la Diputación de Reino, luego de la Diputación Foral y más tarde del Gobierno. En los años 90 sabíamos muy poco de él, cuando se revisaron los fondos en 2008 se descubrió un poco más respecto a quién lo encargó y ahora, haciendo un estudio más detallado, intuimos con qué intención se hizo”, cuenta Monteano, “uno de los grandes historiadores de Navarra”, en palabras del editor Aritz Otazu, responsable de Mintzoa, que recalca que es, precisamente, la explicación que acompañará a cada ejemplar facsímil lo que concederá un valor especial a un documento que estéticamente es muy atractivo, pero que encierra información “identitaria” e “histórica” sobre el contexto en el que se gestó que resulta aun más interesante. Y es que, en su diseño, este cuadro “único” esconde “líneas políticas o reivindicativas” cuando menos sorprendentes, ya que el árbol finaliza con la última reina y su rey consorte, Catalina I de Foix y Juan III de Albret, que reinaron en una Navarra independiente, suprimiendo a los sucesores del norte y del sur de los Pirineos. Los motivos, a juicio del historiador, están en el contexto.

Tal y como explica Monteano, ésta obra representa “a la perfección” el momento histórico en que se realizó. Por un lado, “su contenido muestra los conocimientos sobre la historia de Navarra que se tenían en el primer tercio del siglo XIX”, y, por otro, “la intencionalidad política del encargo se enmarca en el convulso tiempo que Navarra vivía, en plena guerra carlista”, y con un debate abierto sobre el estatus que iba a adquirir en este nuevo tiempo, ya que, como se pudo ver después, era “el momento previo a su desaparición como reino y su conversión en provincia”. Fue en este marco cuando la Diputación del Reino encargó, “al parecer para decorar su sede”, un cuadro a Miguel Sanz y Benito, considerado el mejor pintor de Pamplona e impulsor, en 1828 del centro que sería el germen de la Escuela de Artes y Oficios. A él se deben conocidas pinturas conservadas en el Ayuntamiento de la capital navarra que representan la procesión del Corpus Christi o el bombardeo de la ciudad a cargo de O’Donnell.

Pues bien, el artista recibió en 1835 varias encomiendas por parte de la Diputación del Reino, entre ellas esta, en la que de entrada “llama la atención el énfasis que se pone en las reinas de Navarra”, lo que se debe a que la entidad había reconocido los derechos de Isabel II “a partir de un informe del síndico que concluía que, de acuerdo con los fueros, en los que no existía la Ley Sálica, correspondía la hija de Fernando VII heredar la corona”, aunque “nunca llegó a intitularse como Reina de Navarra”.

Así, y aunque el encargo llegó de una Diputación que “permaneció leal al Gobierno de Madrid”, el contenido “es una clara reivindicación del estatus jurídico de reino que Navarra había venido ostentando desde la conquista de 1512”. También la sucesión de sus reyes -basada en la dictada por Moret en el siglo XVII- “recuerda su larga trayectoria histórica como uno de los reinos originarios de la Península, y su vinculación en grado de igualdad con las coronas de Castilla, Aragón y Francia”, apunta Monteano, para quien “este intencionado contenido histórico y simbólico no fue ajeno a Yanguas y Miranda, liberal reconocido, historiador y archivero y en aquel preciso momento secretario de la Diputación. “La relación de reyes de Moret -que incluye a cinco monarcas que hoy no son reconocidos como tales- es idéntica a la que él recoge en su Diccionario de Antigüedades del Reyno de Navarra que aparecerá años más tarde”, explica el experto, que subraya lo “reveladora” que es esta obra para comprender el momento histórico. Por eso “no es un árbol más”.

La obra “es una clara reivindicación del estatus jurídico de reino que Navarra había venido ostentando desde la conquista de 1512”