Fecha: 29/08/2020. Lugar: Baluarte. Incidencias: Concierto enmarcado en el Festival Flamenco On Fire. Pitingo trajo a toda su banda (catorce músicos que incluían guitarra, bajo, batería, teclados, percusión, palmeros, coristas, trompeta...). Algo más de dos horas y media de actuación.

mpresionó ver la cantidad de músicos que salieron al escenario: catorce artistas, vestidos todos de blanco, con sus siluetas recortadas sobre la penumbra. Y comenzó el espectáculo: la batería marcaba un ritmo solemne, como de procesión de Semana Santa. Por encima sonaron las voces de cuatro coristas, a las que se unió el resto de instrumentos. Fue el momento en el que apareció Pitingo, y ahí arreciaron los aplausos. “Buenas noches, Pamplona de mi corazón y mis entrañas”, dijo antes de cantar un par de boleros por granaínas. Para ello utilizó un formato más reducido (guitarra, bajo y percusión), de tal forma que su voz, que algunos dicen que recuerda a la de Juan Mojama, brilló con luz propia e iluminó el auditorio. Y es que, aunque quizás sea más conocido por su fusión, también domina el cante ortodoxo; en Baluarte lo bordó por seguirillas, acompañado únicamente por la templada guitarra de Jesús Núñez.

Se disfrutaron mucho esos pasajes más tradicionales, pero cuando volvieron todos los músicos, aquello se convirtió en una auténtica fiesta con cante, palmas, guitarras, cajón, percusiones y taconeos. Organizaron con toda su formación una buena juerga flamenca de la que el público participaba con sus aplausos, oles y vítores varios. Aunque para estruendo, el que se formó cuando entraron a plomo todos los instrumentos (batería, teclados, guitarra eléctrica, bajo...). Después, nuevo viraje hacia lo jondo, en este caso por soleás con el baile de una jovencísima Olga Llorente, que también cosechó su propia y bien merecida ración de aplausos.

Tras una pausa que aprovecharon sus músicos para explayarse (especialmente el trompetista), salió Pitingo con nuevo vestuario, todo de oscuro, con gafas de sol y sombrero. A partir de ahí cambió también el color de la música, acercándose hacia la negritud del soul e inaugurando una verdadera barra libre de electricidad y coros, de ritmos y hasta de aullidos. Luego llegó el pop lujoso y juguetón con su versión de la balada A puro dolor, tema que le convirtió en una celebridad en Latinoamérica, y de nuevo el soul (la soulería, como él la define), con la versión de Soul man, original de Sam & Dave y que recientemente tuvo la oportunidad de grabar con un ya octogenario Sam Moore (su compañero, Dave Prater, ya había fallecido por entonces).

Nos acercábamos al final, pero todavía quedaban varias golosinas por degustar: Cucurrucucú paloma, muy emocionante a guitarra y voz (qué bien la cantó); La estrella, de Enrique Morente, iniciada por su hijo de ocho años, a quien oímos pero no vimos, porque se quedó entre bastidores para preservar su imagen (“cuando sea mayor me veréis”, dijo), y perfectamente culminada por su padre. Y las últimas exhibiciones de sus catorce músicos, que se lucieron en sus sublimes interpretaciones de Stand by me, Proud Mary (Rolling on the river), Guantanamera o Killing me softly with his song, al más puro estilo Stax Records, aunque sin perder el duende flamenco. Inconmensurable.