- El galardonado con el Premio Príncipe de Viana 2020, Carlos Cánovas, tenía 21 años cuando asistió a los Encuentros de Pamplona, su ciudad. Esta exposición artística y documental tuvo lugar entre el 26 de junio y el 3 de julio de 1972. La música iba a tener un papel central durante las jornadas, pero pronto se unieron las vanguardias de otros campos y el festival pasó de reflejar las distintas sensibilidades artísticas de la España franquista a adquirir cierto eco internacional.

No obstante, en el discurso que dio ayer, Cánovas lamentó que en aquella ocasión "la fotografía fue la gran olvidada". Resulta curioso que le llegase su vocación en un espacio en el que esta no estaba presente. También es paradójico que viera la luz en el tiempo de una España que recuerda "negra o, al menos, muy oscura". Quizá fue en ese instante cuando decidió iluminarla porque los fallos eran "la luz y el tiempo", precisamente las "materias primas de la fotografía". Solo le faltaba una herramienta de trabajo, así que se compró su "primera cámara seria".

El artista navarro recuerda que, inicialmente, "las influencias" que pudo recibir en "aquel país predemocrático iban de la estética trasnochada de salones y concursos al reportaje tradicional". Mientras que "en el plano internacional podía elegir entre los paisajes sublimados de Ansel Adams y las Images à la sauvette de Cartier-Bresson". El primero se caracterizó por sus espectaculares planos abiertos y a gran formato de parques naturales de Estados Unidos. El segundo es conocido por el famoso instante decisivo, el concepto que mitificó la toma fotográfica como una captura de un momento y un lugar irrepteibles en los que, supuestamente, todos los elementos dentro del encuadre forman una composición perfecta.

Pero Cánovas ni adoptó el paisajismo de herencia pictorialista de Adams, ni creyó en los dogmas de Cartier-Bresson. En sus propias palabras: "Abandoné ese universo" de "paisajes de calendario y momentos decisivos".

"Yo quería que mi mundo fotográfico estuviese en otra parte, y que se pareciese mucho más al mundo de la poesía íntima que al del relato social. Así que empecé a buscar donde otros no querían: frente al centro, la fachada, la pared trasera, las afueras, el esplendoroso bodegón de flores, la planta polvorienta olvidada en un rincón. Frente a la milésima de segundo, la mirada lenta, sosegada, cargada de tiempo. No inventé nada, solo hice mi elección", explicó Cánovas.

Este es el modo en el que emuló al escritor y pintor Jean Dubuffet, al que el propio Cánovas parafraseó ayer: "Un artista no es otra cosa que un hombre que crea un universo paralelo porque teme que le inflinjan otro impuesto". En el caso del fotógrafo navarro, la cuadrícula de imágenes que conforman sus series son elementos tan cotidianos como, por ejemplo, muros que hay por la calle o vegetación que crece sobre ellos.

En definitiva, "se trata de aceptar lo que hay de patético en la certeza de que nunca alcanzaré la imagen deseada de algo", para desechar a veces "lo bello" y "quedarme con aquello que prefiero conservar de cada escenario y de cada instante", asumió.

Detrás de esa reflexión hay muchas preguntas. Para referirse a su origen, Cánovas citó en este caso al ensayista y escritor francés Régis Debray: "Si no hay interés metafísico, no hay imagen". Al igual que "sin pasión no hay cultura, sin pasión no hay arte", afirmó el navarro.

Una vez que, mediante Debray, el galardonado ayer encontró respuesta a qué es el arte, todavía tiene la tarea pendiente de hacer lo propio con la pregunta que califica como "terrible y temible" que le impulsa a seguir con su labor: "¿Qué es ser fotógrafo?". Cánovas reveló que se trata de una cuestión que las y los periodistas no dejan de plantearle en cada entrevista, especialmente después de que se anunciase su elección para el premio Príncipe de Viana 2020. Él, admitió, no tiene reparos en darle la vuelta y llevarla a un terreno que le resulta más certero: "¿Qué es la fotografía para mí? Una forma de vida", suele contestar.

Sin embargo, aunque ayer Cánovas inició su discurso con esa confesión, la propia inercia del texto que tenía preparado le condujo a una conclusión final: "Hacer fotografías es una de las mejores expresiones de la alegría de vivir. Recorrer caminos y lugares en los que siento que soy. Intentar poetizar la experiencia humilde y a menudo chata, vulgar, de las cosas y de los momentos".

En cuanto a ser fotógrafo, su deducción fue más allá de la típica respuesta que habitúa a dar. "Consiste en rescatar del olvido y conservar trocitos de lugares y pedacitos de tiempo atravesados por uno mismo", expresó. Ayer, en la misma tierra donde se celebraron los Encuentros de Pamplona hace 48 años, Cánovas recibió el reconocimiento que la libertad, el arte y la propia fotografía tenían atravesado en 1972. "Espero que yo sea el primero de más fotógrafos", deseó sobre su "premio compartido" con los compañeros del gremio. Que la materia prima de la fotografía, la luz, ilumine a los artistas durante mucho, mucho tiempo.

"Decidí dejar los paisajes de calendario y los momentos decisivos para dar paso a un relaro íntimo"

Fotógrafo