- El cineasta ha dejado atrás trabajos más radicales como Eva no duerme para contar Akelarre, un caso de brujería ocurrido en Iparralde en el siglo XVI que ha llegado a nuestros días gracias a la crónica que escribió uno de los inquisidores más notables de la época. Un filme con ecos contemporáneos que compitió en la Sección Oficial del Zinemaldia. Producen la navarra Lamia Producciones, la guipuzcoana Kowalski y la vizcaína Gariza Films.

¿Se habían marcado estar en el Zinemaldia?

-Nunca hago una película con el objetivo de estar en un festival, más en un caso como este que he tardado diez años en hacerla. No obstante, hay algo muy natural en volver a Donostia. Es un festival con el que tengo una relación afectiva importante porque mis otras dos películas estuvieron en él y, además, la película está ambientada en Euskadi y cuenta con una producción vasca muy fuerte. Había un camino hecho, pero también tiene que haber un interés recíproco.

Incluso el director del Zinemaldia, José Luis Rebordinos, intercedió para que 'Akelarre' se hiciera realidad.

-Sí. En un momento dado decidí abandonar a los productores que tenía en París y tomé conciencia de la importancia de la entidad local de la película y vi que podía estar producida por gente que realmente vivía en Euskadi. Así, compré los derechos del guion que había vendido y le pedí a Rebordinos que me presentara a los productores que creía mejores para el proyecto.

De este modo, un año más, una película vasca ha formado parte de la Sección Oficial del certamen. Usted que ha venido de fuera, ¿qué industria se ha encontrado?

-Es un proyecto que traigo yo y no soy vasco, pero para mí la película es vasca. Hay gente de muy alto nivel técnico y artístico y también mucho conocimiento de la historia que hace que la gente de allí haya podido aportar. Lo que se está produciendo en Euskadi es muy sólido para el tamaño de la región. Es muy impresionante.

Volviendo al origen de la película, ¿cómo acaba un argentino interesándose por las brujas de Euskal Herria?

-En realidad, es algo que sucedió en todo el mundo. Hubo diferentes etapas con las que la civilización cristiana fue conquistando el mundo: una de evangelización, otra de masacres con la que fueron desapareciendo algunas creencias y una última que fue la caza de brujas. Me interesaba ese proceso de cómo se formó nuestra civilización actual, sus creencias, su sistema de poder, el machismo... Cómo se aplastó toda una diversidad de culturas y de personas para imponer un pensamiento único. Esta búsqueda me llevó al libro de Pierre de Lancre, un inquisidor que escribió la historia de su propio juicio, lo que es algo bastante excepcional. Por ello, y por la fuerza que tiene la cultura vasca, que ha sobrevivido cuando muchas otras han desaparecido.

Ha partido de ese libro, pero en un proceso de producción tan largo habrá tenido tiempo de documentarse mucho más.

-Leí mucho más. Fue otro libro, La bruja, de Jules Michelet, el que me inspiró para la historia y me llevó a la obra de Pierre de Lancre. También trabajé con un historiador del País Vasco con el que recorrí los lugares clave donde la caza de brujas se ha llevado a cabo. Se trataba de, no solo investigar la historia, sino de encontrar el lenguaje de ficción que corresponda a esta historia. Eso implica reescribir cosas, hacer algo nuevo...

Pedro Olea ya trató un caso similar en un filme que, precisamente, lleva el mismo título. ¿Lo había visto antes de empezar a rodar?

-Sí. Me gusta la óptica que tiene, la postura crítica que muestra y la manera en la que retrata al pueblo vasco, pero también me pareció que tenía una serie de limitaciones narrativas y artísticas. Se siente demasiado la época en la que está hecha, por lo que daba perfectamente lugar a otra Akelarre.

¿Qué otras referencias cinematográficas ha tenido en cuenta?

-Es difícil porque mi visión del cine ha cambiado mucho en estos años. Cuando la empecé, tenía una visión muy purista, me fijaba mucho en Tarkovsky y directores con una personalidad muy intensa. Pero con el paso de los años he sentido un deseo mayor de interactuar con el espectador, tratar de que mis películas sean más accesibles, más interactivas, sin perder fuerza expresiva. No sé si mis referencias cambiaron, pero mi actitud ante el cine sí.

Para el casting vieron a más de 800 candidatas y seleccionaron a Amaia Aberasturi y un grupo de chicas jóvenes con poco bagaje cinematográfico. ¿Ha conseguido de ellas lo que buscaba?

-Es difícil responder porque no buscaba un perfil específico. Buscaba cierta magia de las personas y del grupo y espero haberlo logrado. Encontré personas con una gran calidad humana y mucha comprensión de lo que significaba la construcción de la narración de un personaje. Fue un proceso de selección largo con entre 800 y 1.000 chicas. A alguna le hicimos pasar hasta cuatro pruebas. Luego tuvieron que aprender a cantar y a bailar juntas, lo que iba desarrollando el espíritu de equipo. Fuimos elaborando un personaje de grupo. Por eso, además de un proceso de casting, digo que hubo un proceso de formación para construir la película juntos.

Llegaron incluso a realizar ensayos en Dantzagunea de Errenteria con las seleccionadas.

-Claro, aproveché esos ensayos para que no perdiesen su espontaneidad ante la cámara. Era una manera más de ir formando el grupo.

También han jugado un papel importante las localizaciones.

-Sí, y fue muy difícil conseguirlas, porque toda la zona en la que ocurrió la historia se había civilizado mucho y es muy turística. Pero, al mismo tiempo, quedan algunas cargadas con mucha historia. En una en la que hemos rodado fueron arrestadas personas por brujería.

¿Ha sido un rodaje exigente?

-Sí, pero porque era mi película más grande. Mis producciones anteriores tenían más o menos un tercio del presupuesto de esta. Al ser una película de época, era más compleja. Además, tomé decisiones que eran muy diferentes a todo lo que había rodado antes. Antes estaba mucho en el control, hacía películas con planos secuencia complejos, con mucha precisión técnica. Como para Akelarre quería estar más cerca de lo humano, decidí filmar todo el tiempo con dos cámaras y dar mayor frescura a las escenas. Esto me llevó a tener mucho material. Recuerdo que los productores me decían que teníamos más material filmado que la última de Star Wars (Risas).

Imagino que también tendrían cierto miedo de que la película fuese muy documental.

-Había mucho de buscar reacciones espontáneas, de improvisación. Por ejemplo, estaba limitado porque las chicas hablaban distintos tipos de euskera. Al tener que hablar euskera batua, no podían improvisar lo que me gustaría. El euskera es una lengua a la que se trata con demasiado respeto, muy académica. Yo quería que fuese algo íntimo, que no hablasen de una única manera y que lo hicieran como lo hace un grupo de chicas normales de hoy en día. Una de mis mayores preocupaciones era conseguir una modernidad. Muchas veces las películas de época se hacen a la imagen de lo que nosotros creemos que es la época. Pensamos que se movían de una manera más rígida, que hablaban de una forma más demostrativa... cuando en realidad todo esto nos viene de las películas. Quería evitar esa rigidez que me parece aburrida y pesada.

¿Conocemos poco los casos de brujería que han pasado en nuestro entorno?

-Los hemos leído al revés. No eran casos de brujería. Nos reprimieron tanto que seguimos con la mente de los inquisidores y decimos que lo eran. Su trabajo era borrar la memoria, y lo han conseguido. Quemaban a la persona precisamente para decir que esta gente, esa cultura y esas costumbres, no existieron nunca.

'Akelarre' se estrena hoy y tengo entendido que creen que puede funcionar bien entre el público.

-He hecho todo lo posible para ello. He intentado que sea mucho más interactiva que mis otros trabajos, que tenga una relación con las generaciones más jóvenes y una resonancia con los tiempos de hoy en día. Al mismo tiempo, he intentado no realizar fórmulas ya agotadas, proponer a la gente algo diferente.

¿Ya tiene la mirada puesta en nuevos desafíos?

-Estoy buscando vehículos para que una mirada de autor radical sea accesible para el público. Hay autores que lo han logrado en superproducciones como Christopher Nolan, Iñárritu o Cuarón. Así, por un lado he diseñado una película de terror puro y, por otro lado, estoy desarrollando un filme sobre Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El Principito y que fue uno de los pioneros en la aviación en la Patagonia, donde yo crecí. Espero no tardar diez años en hacerlas (risas).

"Lo que se está produciendo en Euskadi es muy sólido para el tamaño de la región. Es muy impresionante"

"Me interesaba el proceso de cómo se formó la civilización actual. Cómo se aplastó una diversidad de culturas"

"Al euskera se le trata con demasiado respeto. Quería que se hablara como lo hace un grupo de chicas de hoy"