Julián Cano, trompa. Anna Siwek y Catalina García-Mina, violines. Javier Gómez, viola. Tomasz Przylecky, violonchelo. Programa: obras de Mozart, Giovanni Punto (1746-1803), y Hadyn. Programación: Civican y Orquesta Sinfónica de Navarra. Lugar: Auditorio de Civicán. Público: el permitido (gratis).

n libro de la conversación sobre música (Tusquets) entre Murakami (un poco pretencioso en sus comentarios) y el director Seiji Ozawa (sabio, magistral, humilde), una de las cosas que me ha llamado la atención es cómo Ozawa cita por su nombre a trompistas, oboístas, etc, que le han llamado la atención, en sus diversas intervenciones con las orquestas; y no sólo en las que ha sido titular. Llevamos años escuchando a los músicos de nuestras orquestas y a muchos, ni los conocemos en todo su potencial profesional. Más allá del peliagudo solo del tercer movimiento de la novena de Beethoven, y algún otro fragmento, la sección de trompas de la orquesta es ese elemento neutro fundamental que estabiliza la sonoridad y suele hacer de puente entre cambios de tonalidades -esto solía decir Remacha a sus alumnos de composición: en caso de cambio, mete las trompas-. Así que esta iniciativa de la OSN y Civican de enseñarnos a los músicos de la orquesta en su esplendor individual, está muy bien. Le toca a Julián Cano, trompa solista. Aunque seamos profanos en la materia, sabemos que la embocadura de este instrumento es especialmente puñetera -hemos escuchado notas melladas en trompistas de las más importantes orquestas-, así que, de entrada, hay que decir que en la velada que nos ocupa, el profesor Cano tuvo una actuación impecable: ni una nota -incluidos esos ataques agudos- fuera de lugar; y, además, fraseo tranquilo, y gusto por una sonoridad sombreada y clara, a la vez.

En el programa un autor fundamental: Mozart; con el concierto para trompa k. 412, y el quinteto k. 407. El primero abría la velada. La trompa, siempre segura, dejó patente su sonido envolvente, muy homogéneo en toda la escala, y limpia en las agilidades que se le piden. Un poco lastrado el acompañamiento de la cuerda, por un cuarteto algo rudo, quizás porque estamos más acostumbrados a escuchar esta obra con orquesta. Mucho mejor el acompañamiento del K. 407 que cerró el concierto: excelente superación del virtuosismo que se le exige a la trompa; muy hermoso sonido, algodonoso, en el andante que es una verdadera aria de ópera, con ese diálogo entre violín y trompa; y espléndido y luminoso final. Un profesor de trompa no podía pasar sin homenajear a Giovanni Punto (Jan Vaclav Stich, en aquella época había que italianizarse), un checo fundamental en la evolución técnica del instrumento; su trío para trompa está dentro del clasicismo y tiene abundante virtuosismo para el solista, en el allegro del comienzo y en el allegro del final; y con una sonoridad serena y tranquila en el andante, eso sí, con matiz heroico; un rondó cortesano evoca tardes palaciegas. El cuarteto de cuerda -Siwek, García Mina, Gómez, Przylecky- hizo una buena versión del cuarteto opus 76 n. 2 de Haydn. Los cuartetos de cuerda de Haydn son todo un mundo y el conjunto funcionó como cuarteto, o sea mucho más que la suma de cuatro. Combinó la agilidad de tempo, el sosiego, el sonido grande, los matices en matiz piano, la fogosidad y la energía. El sonido fue muy bello: basculante, delicioso en los matices del violín, por ejemplo. El minueto, muy especial, nada cortesano y blandengue. El final, bien ensamblado y con mucho garbo. Otra estupenda jornada de cámara, esa música tan cercana.