ace unas semanas, Whatsapp echaba humo con el reenvío de un mensaje: Google Photos dejaba de ser gratuito. En sí mismo, el titular ya nos debiera hacer reflexionar. Nada es gratis, suelen decir mis amigos y amigas economistas. Pero, en esta era digital acelerada, pedir esa reflexión, es difícil. He dado por perdida esa batalla. La noticia de Google es lógica: nos ha estado dando un espacio para almacenar fotos y vídeos de forma financieramente gratuita. Evidentemente, durante este tiempo, habrá empleado esas fotos para entrenar sus poderosos algoritmos de reconocimiento de imágenes o de procesamiento de vídeos para su etiquetado. Pero eso nos da igual mientras las fotos de nuestra boda o de nuestro cumpleaños las tuviera en el móvil gratis. Google ha marcado la fecha de Junio de 2021 como fecha límite; a partir de entonces tendremos 15 GB gratis por cada cuenta de gmail gratuita que tengamos.

Llevamos unas semanas investigando nuevas opciones. Algunas plantean que Amazon Photos es una buena opción. Creo que sobran las explicaciones; lógicamente a Amazon no le costaría cambiar dentro de unos años su política como acaba de hacer Google. A corto plazo les sale muy rentable la inversión de espacio gratuita que hacen.

Debemos entender que nuestras fotos no están ahí paradas, sino que son el alimento de algoritmos para que aprendan a entender mejor el mundo. A medio plazo, cumplido su objetivo, dejan de ser una supuesta ONG digital. Cuidado con las decisiones que tomemos, que el mundo tecnológico, en general, es bastante más predecible de lo que muchos y muchas escriben en Twitter. Al final, son empresas, no un tipo de organización social sin aparentes intenciones. Los accionistas y el capital son al final los que deciden, como en toda sociedad mercantil.

Más allá de esta noticia comercial, creo que subyace otra conversación de mayor calado. A este concepto lo voy a llamar deuda tecnológica, esa espiral de acuerdos supuestamente gratuitos que las organizaciones y personas tenemos con las nuevas empresas tecnológicas nacidas en los últimos años. Por ejemplo, pensemos en una editorial de libros o un museo. ¿Dónde guardan sus documentos y obras? ¿Será en un espacio gratuito o semi-gratuito de alguna de las grandes empresas tecnológicas? Y ahora, planteo algunos escenarios que podríamos calificar ahora mismo como distópicos: que un día esas empresas nos cobren por visualizaciones o accesos. Eso es lo que llamo yo la deuda tecnológica implícita. Son escenarios que, como el de Google Photos, nos parecen ahora mismo lejanos. Pero, quién sabe.

Por eso, he utilizado en varias ocasiones conceptos como un Plan Estatal de soberanía tecnológica. La conversación ha acabado en muchas ocasiones hablando de software, en su acepción libre especialmente. Pero, ¿y las infraestructuras? ¿Aceptaríamos que una autopista o vía férrea que conecta dos capitales importantes estuviera en manos de una empresa privada que ahora mismo nos lo deja gratis o casi gratis? ¿O el gasoducto que transporta moléculas de gas? El riesgo país es inherente. A los trenes ya les pasó hace ya muchos años. Dejar este riesgo en manos de la ciudadanía, al que gestiona un colegio o una biblioteca, por ejemplo, me parece un riesgo estratégico muy importante. Por eso creo que la solución debe pasar por un plan estatal.

Un efecto inherente a esto es que de construirse esa infraestructura pública, podrían ocurrir en cascada otros casos de innovación. Es lo que pasó con Arpanet en EEUU: infraestructura estatal que después tuvo su aplicación civil, y ayudó al desarrollo de empresas en Silicon Valley. Se olvida muchas veces la relación que tuvo Google con el gobierno federal en sus orígenes para construir sus primeras infraestructuras. Encontró al estado cerca suyo.

Más allá de la fácil mercantilización de este escrito, hago un llamamiento a entender que estamos hablando de sectores como la sanidad, educación y cultura almacenando sus activos. Y esto, no puede someterse a los vaivenes de espacios de almacenamiento supuestamente gratuitos.

Estamos hablando de sectores como la sanidad, educación y cultura almacenando sus activos. Y esto no puede someterse a los vaivenes de espacios de almacenamiento supuestamente gratuitos