Un piano de cola Steinway&Sons y el genio compositivo y como intérprete de Mikel Azpiroz dominan Islak, el último disco en solitario de este músico también famoso por colaborar con Jabier Muguruza, Travellin’ Brothers o Elena Setién. “El piano y la música instrumental crean algo místico que te permite volar”, explica el pianista.

El disco se abre con Garai onak

-En enero de 2020 no intuíamos lo que llegaba. Me sugiere esos momentos en los que uno está en paz, en equilibrio consigo mismo y con lo que le rodea. ¡Una gozada!

¿Este último trabajo forma parte de una trilogía?

-Podría ser. Como en Gaua y Zuri, transito por un camino intimista e introspectivo, con el fin de reivindicar una bajada de ritmo y velocidad. Componer e interpretar así me sale espontáneamente, como una reacción a la vorágine cotidiana. Entro en una especie de trance que me resulta terapéutico. Ahí encuentro un lenguaje musical propio, que es lo más complicado. Y percibo que conecta, el público necesita bajar el ritmo.

Ofrece un sonido impresionista, para cerrar los ojos, viajar y soñar.

-Exacto, al tocarlo viajo a otros mundos. El piano tiene la virtud de crear universos sonoros evocadores, crea algo místico que me permite abstraerme y volar libre. De la música instrumental me gusta que no está acotada al significado de las palabras y permite que cada uno la sienta a su manera. Muchos oyentes logran desconectar y aparcar los problemas.

El álbum está grabado casi en solitario, con el apoyo ocasional de Karlos Arancegui.

-El formato de piano permite interpretar de manera elástica, manejando los tempos y alargando las notas, acentuando la expresividad. Pero también me gusta tocar en grupo y a diferencia de los anteriores, me acompaña a la batería Karlos en la mitad de temas. Quise darles ese empaque rítmico, y yo grabé el bajo. En los conciertos somos un trío formado por piano, batería y el contrabajo de Fernando Neira. Alternamos los tres y yo solo al piano.

Siempre le han atraído las raíces negras, pero en Islak

-La música de raíces negras me ha resultado magnética siempre, desde que oía a B. B. King o John Lee Hooker gracias a mis tías maternas. Ya con 11 años empecé a ir al Jazzaldia con ellas, viendo a Miles Davis, Art Blakey, Ray Charles, Keith Jarrett... Estudiaba piano en el conservatorio con Juan Padrosa y tocábamos Bach, Chopin, Mozart, Satie, Aita Donostia... Esos estilos afloran en mi obra de manera natural. Me gusta que sea así, son parte de mi personalidad.

Hay un tema titulado Ekilibrista

-Puede ser, tanto vital como estilísticamente. Este oficio es complicado y hay que hacer equilibrios para seguir adelante. Por otra parte, para conseguir un lenguaje personal hay que ser algo equilibrista para jugar con las influencias y que suenen naturales.

Eso sí, la melodía siempre está al frente, como motivo principal.

-Es el esqueleto. Sin melodía, el tema se convierte en ambiente musical, no en composición. Para que esta sea buena tiene que ser capaz de sostenerse y mantener la magia cuando se despoja de toda ornamentación. La buena melodía funciona con una armónica o una orquesta.

Grabó el disco en su estudio y en apenas tres días de trabajo. ¿Hubo improvisación?

-Tenía claros los esquemas, pero al grabar me gusta que haya espacio para lo que surja. Así la música suena fresca. Algunas melodías se improvisaron y salieron libres.

Pocos instrumentos, pero siempre a la búsqueda de un sonido limpio y depurado. ¿Cómo trabaja en estudio y escenario para lograrlo?

-El aspecto del sonido siempre me ha atraído, me fijaba en cómo sonaban los discos. Al empezar a grabar me resultaba frustrante que la visión del músico no coincidiera con la del técnico y por eso me formé en la tecnología del sonido, para que como creador pudiera operar en todo lo que exige el proceso. Como un pintor con sus cuadros. El sonido es vital a la hora de cómo se percibe la música que se escucha. Una grabación de calidad potencia la música y una de mala, la merma. Quise conseguir que el oyente se sintiera como sentado a nuestro lado mientras tocábamos. Usé determinadas técnicas de microfonía con la finalidad de que el sonido fuera natural y real. En directo no usamos amplificación ni microfonía, como en la música clásica.

¿Por qué el título de Islak

—Visualizo los temas como islas a las que me aproximo para explorarlas. Y al ser de Donostia. a menudo nado alrededor de la isla y siempre percibo distintos matices, sea por cómo está el mar, la temperatura, el sol, las nubes o la hora del día. Quisiera que al oyente le pasara lo mismo, que perciba los detalles escondidos en cada escucha.

Este tipo de discos los sentirá como más propios que cuando toca con Travellin’ Brothers, Jabier Muguruza o Elena Setién, ¿no?

-Los discos en solitario y los de Elkano Browning Cream son mis proyectos personales y responden a una necesidad creativa que intento plasmar con honestidad y calidad. Ahí está la esencia de lo que soy. Por otra parte, la oportunidad de colaborar con otros músicos me permite experimentar otras sensibilidades y explorar otros enfoques. Es enriquecedor.

¿Ahora está más cerca musicalmente de Islak

-Con el piano solo me encuentro a gusto porque me reconozco en el aspecto más intimista. Pero me pasa lo mismo con el trío en el lúdico. Cada uno me aporta cosas diferentes y complementarias. Cuando nos juntamos con Elkano disfruto muchísimo tocando con auténticos musicazos como Franck Mantegari y Dave Wilkinson, buscando un campo en común entre tres individuos con orígenes diferentes.