- El escritor Eduardo Mendoza, que acaba de publicar Transbordo en Moscú -tercera entrega de su trilogía de Rufo Batalla, una suerte de alter ego del autor en unas memorias de ficción-, considera que “ya nadie cree que una ideología solucione nuestros problemas”.

En Transbordo en Moscú (Seix Barral), Rufo Batalla parece entrar en una etapa más tranquila de su vida tras casarse con una rica heredera, pero acaba cruzándose en su vida de nuevo el príncipe Tukuulo, quien parece tener a su alcance conquistar el trono del reino de Livonia después de la caída del muro de Berlín y el previsible desmoronamiento de la Unión Soviética. En sus aventuras, Rufo Batalla asiste a los fenómenos sociales del final del siglo XX, mientras viaja a Londres, Nueva York, Viena y Moscú, ciudades con las que Mendoza ha tenido “una relación personal y sentimental”; y en España vive “los años del crecimiento económico, del pelotazo y del turismo de masas”.

Con su mirada irónica habitual recuerda que la generación anterior a la suya creció a la sombra del fascismo, que en aquel momento “se veía como una promesa, pero que acabó fatal, y se ha convertido hoy en el insulto por antonomasia”.

En cambio, su generación, añade, “creció con la promesa del comunismo, la solidaridad internacional, la igualdad, pero todo eso se derrumbó, y ahora comunista se ha convertido en un insulto como el fascismo y como oposición a libertad”. Subraya que “el siglo XX vio desaparecer las grandes ideologías sobre cómo debía funcionar la sociedad, pero ahora ya nadie cree que una ideología vaya a solucionar todos los problemas ni ningún problema, nos hemos vueltos muy prácticos”. Contrariamente, están surgiendo “grandes movimientos de carácter religioso que no solucionan problemas prácticos, pero que mueven a grandes masas”.

Tras El rey recibe y El negociado del yin y el yang, Mendoza da por terminada esta trilogía. A pesar de que al principio Mendoza insistió mucho en que “no era una autobiografía” y sí un recorrido por sus “experiencias personales”, en esta tercera entrega hay un cambio de registro. “Es bastante autobiográfico, ya que el personaje es muy parecido a mí en todos los aspectos aunque no coincidan las anécdotas vividas”, indica.

Piensa que esta mayor identificación proviene de que “Rufo Batalla evoluciona hacia la madurez y por tanto se parece más a la persona que escribe el libro, con la formación de una familia, la aceptación de compromisos y el desarrollo de una vida más sedentaria”. Si el texto es más sombrío que los dos anteriores, quizá tenga que ver con que “la novela ha sido escrita en buena parte en la época del confinamiento, en la que todos no hemos viajado y hemos tenido menos contacto social”. El autor evoca en la novela “los grandes cambios que hubo en el panorama internacional, sobre todo al caer la Unión Soviética, en la economía, en la política interior”, aunque hubo otros hitos no menos importantes como “el pánico que se desató ante el efecto 2000 que amenazaba con enviar a la porra todos los ordenadores del mundo y que propició incluso reuniones internacionales al más alto nivel”. Finalmente, añade, ni cayeron aviones, ni se pararon los marcapasos, ni se pararon los hospitales, pero aquella situación “anticipó la época actual del siglo XXI, en la que la dependencia de la inteligencia artificial es fundamental, que ha dejado atrás el siglo de la cabina y la moneda”.

“El fascismo se ha convertido hoy en el insulto por antonomasia”

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