Dice Mikel Ayestaran (Beasain, Gipuzkoa, 1975) que su último libro, Jerusalén, santa y cautiva (Ediciones Península), es "una invitación a perder el miedo". Miedo a una ciudad en la que el periodista vasco lleva viviendo ya seis años y que presenta como una crónica escrita en primera persona, a partir de las historias de vecinos y vecinas de los cuatro barrios que conforman la Ciudad Vieja. Un viaje a una Jerusalén cautiva de su santidad y en la que inevitablemente el pasado se come al futuro.

Después de publicar Oriente Medio, Oriente roto (2017) y Oriente Medio, Oriente rotoLas cenizas del califato

-Sí, en los anteriores libros había hablado de Jerusalén, pero no era la protagonista y le debía una atención especial. También como corresponsal al final solamente mostramos el minuto de la tele o de la radio, la crónica del periódico... Y se nos queda muchísima ciudad fuera.

El libro comienza reconstruyendo cómo aterrizó en Jerusalén hace seis años, acompañado de su mujer y de sus hijos, para iniciar esa vida de corresponsal. ¿Fue complicado tomar la decisión de asentarse allí?

-Jerusalén ha sido nuestra salvación como familia. Yo viajaba muchísimo y con dos niños es muy difícil. Era como Dr. Jekyll y Mr. Hyde, tenía dos vidas diferentes y Jerusalén nos ha llevado a volver a estar unidos. Fue un cambio cultural muy fuerte, fuimos con dos niños de tres y seis años, y claro, les sacamos de la ikastola de Azpeitia en diciembre y en enero están en Jerusalén, en una escuela anglicana en la calle de Los Profetas. Al principio tuvieron shock, pero han demostrado una capacidad de adaptación brutal. Ahora mismo tienen una lectura de la ciudad mejor que la mía, son casi nativos de Jerusalén.

Como si de un viaje se tratase, en la lectura se visita la Ciudad Vieja y sus cuatro barrios -musulmán, cristiano, armenio y judío-. ¿Que radiografía hace de la ciudad?

-Creo que aparte de santa y cautiva, si hubiera tenido que añadir otro calificativo al titular del libro, le hubiera puesto dividida. Desde fuera vemos una ciudad que nos parece muy blanco o negro: aquí están los judíos, aquí están los musulmanes, aquí están los cristianos... pero cuando estás viviendo allí y rascas un poco, te das cuenta de la cantidad de subdivisiones que hay. Y encima viven de espalda los unos a los otros, ¿no? Y también, por otro lado, es muy intenso vivir ahí. Había un escritor israelí, Amos Oz, con el que solía tener encuentros, y decía que cada año de vida en Jerusalén era como cuatro o cinco años de vida en otra ciudad del mundo.

Afirma que escribir de Jerusalén y del conflicto entre israelíes y palestinos es como escribir de fútbol. ¿Ahí uno es pro o pro anti

-Este libro no es un libro del conflicto, pero claro, es sobre un lugar que lleva miles de años en conflicto... Y la gente que vive ahí te habla de los problemas que tiene con el resto de comunidades. Y está esa necesidad de etiquetarte constantemente, desde un lado y del otro, junto al pulso por ver quién es el primero en todo. Es así, pero antes de ir ya lo sabía y tenía interés verlo en primera persona.

Un pulso en una ciudad donde, cuenta, siempre ha habido una intención de borrar las huellas del pasado, o al menos, disimularlas...

-Es algo inherente al ser humano, pero en lugares multiétnicos o multiconfesionales como Jerusalén todavía es mucho más evidente. Jerusalén ha pasado por todo tipo de etapas. Un franciscano al que respeto mucho me decía que los cristianos la intentamos cristianizar y fracasamos, los musulmanes la han intentado islamizar y fracasaron y ahora estamos en la etapa en la que los judíos están intentado judaizarla. Cada vez que una de estas comunidades se hace con el poder, trata de llevar la narrativa política y religiosa a su campo. Es una pena, podía ser un lugar muy rico, con todos los cruces que ha habido a lo largo de los años... y no, es siempre la negación del otro y del "yo soy primero" y "yo tengo más derecho que tú".

A nivel de anécdotas concretas, en un capítulo relata cómo en Jerusalén incluso el hummus

-Sí, imagínate... El hummus o la ensalada, que en un lado de la ciudad se llama ensalada árabe y al otro lado se llama ensalada israelí. Y al final es tomate con pepino, le llamamos ensalada de verano (risas). O los nombres de las calles... Según qué palabras utilices, cada uno lo puede ver como ofensivo o halagador. Por eso decía que es una ciudad intensa, estás siempre midiendo las palabras.

La gastronomía es uno de los campos que se explora en el libro y entre sus páginas conviven cocineros con artistas, libreros, arqueólogos, líderes religiosos... ¿Bajo qué criterio seleccionó a sus protagonistas?

-Primero me junté con un amigo de allí que es librero e hicimos una lista de los personajes que no tenían que aparecer (risas). La verdad es que todo está escrito ya sobre Jerusalén. Él sacó una serie de libros y me dijo que siempre salían los mismos personajes -que son súper interesantes-, pero propuso buscar otro perfil de gente. Son personajes cotidianos y normales y son ellos quienes nos cuentan cómo es la ciudad. Es gente a la que conozco. Por ejemplo, aparece una familia de tatuadores que llevan 800 años tatuando a peregrinos que acuden a Jerusalén. O la familia del Hotel Imperial, los Dajani... Al final dejé muchísimo material fuera para intentar hacer un libro ágil y de fácil lectura. Pero Jerusalén es una ciudad inagotable de personajes.

Se trata, al fin y al cabo, de una crónica personal y de a pie, en un paseo rodeado por personajes cercanos.

-Ahora los veo desde la distancia y digo: hay cada uno... Pero es que son los que te puedes encontrar ahí. No están inventados, son así. Es gente real, con la que comparto el día a día. Allí, en vez de hablar de fútbol, puedes estar tomando un café y charlando de la llegada del Juicio Final. Son cosas que te pueden pasar sin que tú lo provoques y sin que lo busques.

En este tiempo viviendo en Jerusalén, ¿qué diría que ha aprendido?

-Que las sociedades multiconfesionales y todo esto del multiculturalismo no ha terminado de cuajar. Este es un ejemplo claro, al final la parte más fuerte se impone sobre las minorías y las minorías tienen que optar por rebelarse, o asumir el control por parte de la parte más fuerte y tirar para delante.

De hecho, el libro vio la luz en abril y semanas después, en mayo, hubo una nueva escalada de violencia en Gaza y Jerusalén. Como dice en sus últimas páginas, ¿"todo está escrito, pero parece que nadie quiere leer, tomar nota y aprender de un pasado que se come el futuro"?

-Sí, y vamos a tener otra escalada en cuestión de tiempo... El conflicto está ahí, lo que pasa que tú vas barriendo, vas metiendo la basura debajo del sofá... pero la basura sigue ahí. Va a haber un momento en que se tendrá que afrontar el conflicto y buscar una solución. Israel no puede vivir para siempre dependiendo de la fuerza, como depende ahora mismo, y en algún momento van a tener que volver a sentarse. Pero sentarse de verdad y llegar a una solución.

¿Cómo han afectado esos ataques al día a día en Jerusalén?

-Han afectado de lleno. Normalmente cuando ruge Gaza y Hamás, digamos que es un pulso por intentar aligerar las condiciones del bloqueo. Pero en esta ocasión no, en esta ocasión Hamás comenzó a lanzar cohetes en nombre de Jerusalén y eso es algo que no se había visto hasta ahora. Ha tenido un efecto muy distinto a lo que fueron las otras tres ofensivas y, además, vino acompañado después de unas semanas de mucha tensión en el Ramadán y con una serie de movilizaciones entre palestinos e israelíes que desde luego yo no había visto. Me pareció un punto de inflexión, ahora los problemas no es que sean con los de Gaza o con los que están al otro lado del muro; ahora son problemas con los propios palestinos que tienen pasaporte israelí y que viven en Israel. Y eso ha generado un clima de tensión fuerte.

Israel afronta también ahora una nueva etapa de cambios, ya que Benjamín Netanyahu deja de ser primer ministro tras más de doce años en el cargo. ¿Cuál es su legado?

-Primero la división entre los propios israelíes, ya que ha partido Israel entre partidarios y detractores de su figura. Ya no estamos hablando de partidos de derechas, de izquierdas... Eres pro o anti y eso se ha visto en una coalición de gobierno como la que tenemos ahora, donde hay un partido del primer ministro, un partido de una fuerza ultranacionalista, que incluso tiene el apoyo del partido islamista. Hay todo un abanico de partidos que se han juntado que lo único que querían echar a Netanyahu. Y en política exterior hay otra herencia, como han sido esas acciones directas contra Irán y esa amistad de salón de Far West con Donald Trump.

Un Trump que también ha dejado la presidencia de EEUU. ¿Qué cambiará con la llegada de Biden?

-Las formas. Vamos a volver a la vieja diplomacia de la época de Barack Obama, pero en el fondo no va a cambiar nada: Israel va a seguir siendo una estrellita más de la bandera de Estados Unidos. Pero es importante el cambio de las formas porque lo que ha pasado durante la época de Trump no había pasado nunca en la historia de Estados Unidos: Israel directamente marcaba la agenda estadounidense en Oriente Medio. Y ahora vamos a tener agenda estadounidense de nuevo, pero teniendo en cuenta que Israel es su aliado prioritario sí o sí.

¿Pensar en una solución del conflicto sea creer en un imposible?

-Siempre cito a Eugenio García Gascón, periodista y escritor español que vivió 30 años en Jerusalén y que fue con los Acuerdos de Oslo, para contar la paz... Y han pasado tres décadas y ya hemos visto cómo va la cosa. Él siempre dice que la paz no llega porque la parte fuerte, Israel, no la quiere. Los palestinos, aunque la quisieran, no pueden -es la parte débil- y la comunidad internacional se limita a mirar y a estar cruzada de brazos. Es una reflexión que comparto, estamos muy lejos de obtener una paz, sobre todo con los parámetros de la comunidad internacional de hacer dos Estados. Ahora solamente existe un Estado, Israel, que controla la situación desde el río Jordán hasta el mar, las entradas y salidas de personas, importaciones, exportaciones... Controlan todo, con lo cual lo que el viejo parámetro de los dos Estados no es factible sobre el terreno.

En el libro ya recuerda cómo la cifra de 5,4 millones de refugiados palestinos continúa creciendo...

-Sí, por eso, con los datos en la mano, hablar de Estado Palestino es ciencia ficción. La Autoridad Nacional Palestina es otro eufemismo, porque no tiene autoridad y no es nacional. En Gaza no manda y tampoco es Palestina, porque depende absolutamente de la ayuda internacional. Con lo cual, los políticos, diplomáticos y periodistas seguimos en esta ficción, pero sobre el terreno solamente hay un Estado y es el de Israel.